Novedades/ biografías: Las hermanas Romanov

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El águila bicéfala que preside el escudo de los Romanov dirigió los designios del vasto Imperio Ruso durante tres siglos y, aunque a esta larga estirpe de mandatarios pertenecen algunos nombres como Pedro I o Catalina la Grande, en la actualidad hablar de los Romanov es hacerlo directamente de la familia de Nicolás II,  asesinada al completo en el verano de 1918, justo un año después del estallido de la Revolución. Se acaba de publicar en España Las hermanas Romanov" (Taurus, mayo de 2015), de la escritora Helen Rappaport, un libro que nos permite indagar en la vida de las las hijas del último zar de Rusia. Esta biografía omite cualquier tipo de interpretación, elucubración o leyenda urbana para convertirse en un una investigación completa y objetiva y en un relato desgarrador que nos ayuda a descifrar quiénes fueron Olga, Tatiana, María y Anastasia, archiduquesas de Rusia, bisnietas de la reina Victoria de Inglaterra y testigos directos (también víctimas) de la decadencia de un imperio opulento y atrasado a partes iguales. 



Técnicamente Nicolás II no fue el último zar de todas las Rusias. Su hermano menor, Mihail,  ostentó este título después de él y, aunque lo mantuvo durante menos de veinticuatro horas, oficialmente se convirtió  en el último Romanov en ocupar trono ruso. La abdicación de Nicolás en su nombre y en el de su hijo Alexander en el verano de 1917 dejó al príncipe Miguel Aleksándrovich ante una tesitura que él tenía clara, así que cedió todo el poder a la Duma y se quitó del medio.  Con esta sucesión de hechos la Revolución Rusa consiguió su primer objetivo: desbancar a la familia imperial, símbolo de un sistema vetusto que llevaba prácticamente inmutable desde 1613 y que todavía rezumaba vestigios medievales. No debemos olvidar que en la Rusia que gobernó Nicolás II (finales del siglo XIX y comienzos del XX) todavía se hablaba con normalidad de siervos, y que la familia real era un icono religioso más dentro del imaginario popular de una sociedad que albergaba multitud de etnias pero que carecía de cualquier tipo de sentimiento de identidad común; que era extremadamente supersticiosa; que se localizaba generalmente en zonas rurales, comunales y muy distantes geográficamente entre sí;  y que estaba sujeta al misticismo ortodoxo más primitivo. 

Pero Rusia era mucho más que eso.  La Edad de Oro cultural que el imperio había experimentado en la segunda mitad del siglo XIX encabezada por escritores como Tolstói, Dostoievski, Turguénev o Chéjov o por compositores como Tchaikovsky o Serguéi Rajmáninov situó  a Rusia dentro del panorama intelectual internacional propiciando un interés hacia el país y su cultura muy similar al esplendor vivido en la época de Catalina la Grande, algo más de un siglo atrás.  La contraposición a este momento álgido era la situación intestina y sangrante de un país incapaz de superar las terribles consecuencias de su fracaso en la I Guerra Mundial. Aquella situación desastrosa exigía una respuesta y unos cambios políticos y sociales para un imperio en un estado en decadencia. Pero  el zar Nicolás no estaba por la labor ni de dar explicaciones ni de propiciar cambios.  Se consideraba a sí mismo un auténtico soldado de Dios y un elemento que, aunque anacrónico, era necesario. Llama mucho la atención, sin embargo, que en lo personal Nicolás sí fuera un hombre de su tiempo: invertía dinero de los Romanov en bolsas extranjeras, exportaba cereales a gran parte de Europa, velaba por los intereses de sus inversiones y por el comercio exterior y vestía a sus hijas con ropas elaboradas en las más prestigiosas tiendas de moda londinenses. Por otra parte,  también hay que resaltar que Nicolás II no era personaje especialmente carismático. Era muy introvertido y desde pequeño  estuvo obsesionado con la muerte porque muchos de sus antecesores fueron asesinados. Tampoco era  buen militar ni estratega y, según algunas crónicas, era un hombre simplón que anteponía su familia a cualquier asunto de estado y esta actitud le proporcionaba cada vez más enemigos. No había medias tintas respecto a su figura: estaban aquellos que le idolatraban como a un dios o quienes le consideraban responsable directo  de la debacle del imperio

Olga, Tatiana, María y Anastasia: cuatro nombres para recordar

Para muchos el principio del final del reinado de Nicolás II comenzó cuando éste se casó con la princesa alemana Álix de Hesse, nieta de la reina Victoria de Inglaterra. Y esto ocurrió nada más ser coronado zar. Tampoco ayudó que la zarina Alejandra (se bautizó así tras convertirse a la fe ortodoxa) tuviera cuatro hijas  antes de dar a luz un heredero. Éste, además, padecía hemofilia, una enfermedad congénita heredada por vía materna, y aunque esa palabra “maldita” no se pronunciara en voz alta, todos sabían que la salud del pequeño era sumamente delicada y culpaban de ello a a Alejandra. Hubo incluso quienes llegaron a dudar de la existencia del zarevich y que  decían que el niño era una invención del zar para controlar la situación y no tener que repudiar a su mujer, sobre la que pesaba una especie de “maldición”.  La agitación y la desconfianza acechaban a la familia Romanov por diferentes frentes, incluso entre sus partidarios y parientes.  

Sin embargo la intimidad familiar parecía excelente: dos amantísimos padres que dan cobijo a sus vástagos en una atmósfera tan controlada que llegaba a ser asfixiante

Durante casi dos décadas  la prensa, sobre todo los periódicos extranjeros,  se preocuparon por conocer más a las cuatro hijas del zar, por ver  cómo eran sus rostros y descifrar cuáles eran sus gustos. Ellas, por su parte,  apenas participaban en la vida social de la alta sociedad rusa y sus padres las mantenían en un segundo plano obsesionados por mantener la intimidad familiar y los prestigios del zarevich. Esto aumentaba el interés y el morbo hacía las archiduquesas y las rodeaba de un halo de misterio y magnetismo que rozaba la leyenda. Muchos daban por hecho que con el tiempo estas muchachas de alta alcurnia contraerían matrimonios “de peso” y que serían rostros femeninos claves  en el devenir del siglo XX. Se equivocaron de pleno: Olga, Tatiana, María y Anastasia fueron asesinadas junto a sus padres y su hermano el 17 de julio de 1918 en el sótano de una casa de Ekaterimburgo, una pequeña ciudad de Siberia en la que fueron recluidos cuando estalló la revolución. La mayor, Olga, tenía 22 años; la pequeña, Anastasia, 16.  Desde entonces estos cuatro nombres están ligados a la desgracia y a la maldición de toda una estirpe,  y la leyenda planea sobre ellas. 


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¿Quiénes fueron realmente las hermanas Romanov? ¿Qué relación tenían con sus padres? ¿Qué pensaban del mundo? Helen Rappaport es una reconocida rusófila y una experta en la familia imperial rusa. En “Las hermanas Romanov” construye la biografía más completa hasta la fecha de las cuatro jóvenes archiduquesas Romanov gracias al manejo impecable de fuentes primarias, fundamentalmente correspondencia privada tanto de ellas y sus padres como de amigos, sirvientes y  miembros de la familia. Muchos de estos documentos pertenecientes a archivos y universidades de todo el mundo fueron guardados celosamente durante años por diferentes personas que los custodiaron y los libraron de la quema soviética. Rappaport los ha recuperado y recopilado situándolos en el eje cronológico de cómo sucedieron los hechos.  

El retrato de las hermanas Romanov que nos ofrece Helen Rappaport es curioso. Nos muestra a cuatro jóvenes con un papel secundario dentro de la corte. También a cuatro adolescentes que viven aisladas en el palacio aisladas y  ajenas a todo lo que ocurre en el exterior  y que no entienden cuál es su papel ni por qué su figura despierta tanta expectación. Lo que vemos gracias a esta biografía es que realmente Olga, Tatiana, María y Anastasia no fueron educadas como archiduquesas, sino más bien como miembros de una familia pudiente y,  sobre todo, excesivamente religiosa. El aislamiento al que se hace alusión durante todo el libro y al que estaban sometidas las jóvenes por parte de la zarina Alejandra fue su mayor “pecado”, un auténtico caldo de cultivo para una ingenuidad que se volvió en su contra, por ejemplo, cuando irrumpió en el seno de su familia la controvertida figura de Rasputín. La posición de las cuatro hermanas respecto al monje era un reflejo de lo que sentía su madre, una mujer deprimida pero muy controladora con sus hijas  y totalmente sometida a los deseos de este extravagante personaje. Por otra parte, gracias a este retrato biográfico podemos dibujar a cuatro jóvenes cada una con su carácter bien marcado, que sufren el amor y el desamor como cualquier chica de su edad,  y que conforme pasan los años se ven más presas de su propia familia. 

Las hermanas Romanov” es una biografía conjunta interesante que nos ofrece una visión de los miembros de la familia Romanov bastante diferente de la oficial. Puede resultar algo densa en algunas de sus partes pero es muy completa, objetiva y excelentemente documentada y escrita. Una magistral lección de investigación histórica perfectamente definida en  esta opinión publicada en The Telepraph

«"Las hermanas Romanov" recrea de manera sobresaliente la claustrofóbica atmósfera provocada por el amor maternal de Alejandra. Mediante unos conocimientos sólidos, un gran dominio de las fuentes primarias y grandes dosis de entusiasmo por el tema, ofrece un estudio consistente y demuestra con rotundidad la fuerza de los lazos familiares




2 comentarios:

Paula Cejas dijo...

Excelente! Tenía mis dudas de que este fuera un libro más sobre las archiduquesas, con detalles que ya todos conocemos, pero ahora que he leído tu review definitivamente lo compraré.
Gracias!

Mapi Pamplona dijo...

Hola, Paula. Es un libro muy documentado y muy completo. La autora está especializada en la época Victoriana y la Revolución Rusa y eso se nota mucho. Aunque se trata de un libro extenso y en ciertos aspectos un poco denso, es una biografía muy completa. Espero que te guste. Saludos.