Sabía que “Instrumental” (Blackie Books, 2015) no iba a ser uno de mis libros del verano. No sé, intuía que esta biografía llegaría a mis manos en otra estación más oscura y lluviosa, puede que porque la vida del concertista y músico James Rhodes tiene algo de oscuridad y de lluvia otoñal. Y sí, es cierto: firmar una autobiografía sin haber llegado a los cuarenta no es habitual así que cuando su editora le pidió que contara su vida James Rhodes comenzó a escribir una larga y explícita carta de amor a su hijo, a la música y a la vida. "Instrumental" es una historia de SUPERVIVENCIA. De Superviviencia con y en mayúsculas. Aún así el propio Rhodes se encarga de matizar durante ella que no sabe cuánto tiempo va a sobrevivir porque siempre está y estará "a dos semanas de ser ingresado en un psquiátrico”.
“El dolor y la tristeza siempre son algo espantosamente singular”. Así define James Rhodes (Londres, 1975) dos sentimientos tan humanos como destructivos. A él ambos le sobrevinieron en la tierna infancia. En una edad en la que la única preocupación debería ser elegir con qué jugar a él le violaron. Los abusos sexuales continuaron durante años (hasta los 10) y eso le dejó secuelas emocionales, físicas y psíquicas para siempre. Este libro habla libremente de todas ellas y de cómo la música le ha ayudado a superarlas o sobrellevarlas.
La publicación de la autobiografía de James Rhodes no ha sido fácil porque al desnudarse así y enfrentarse a heridas a medio cicatrizar el autor corría el riesgo de convertirse en un Prometeo con el hígado devorado cada ocaso por los cuervos, lo que debe ser harto y dolorasamente eterno. Además su ex mujer no se lo puso nada fácil e intentó frenar su salida a la luz por considerar que su contenido era demasiado "tóxico". Finalmente la Corte Suprema Británica dio la razón de Rhodes: ésta es su vida y tiene derecho a contarla como crea conveniente.
En “Instrumental” hay música, medicina y locura, y también violaciones, abusos, trastorno de personalidad múltiple, narcisismo, desesperación, tics, síndrome de Tourette, autolesiones con cuchillas, drogas de todo tipo, tranquilizantes de la A a la Z, esquizofrenia, trastorno obsesivo compulsivo, paranoias, alcohol, ingresos en centros psquiátricos,...y todo ello sin censura. Porque si algo hace James Rhodes es no permitirse el lujo de autocensurarse. Este libro es una forma de ser uno mismo en un mundo que paradójicamente hace todo lo posible por convertirnos en otros. Porque esa es es la otra lucha de James Rhodes: dejar se sentir culpa y vergüenza por los episodios más oscuros de su vida.
La lectura de esta biografía no es desagradable. Incluye pasajes duros, desde luego, pero no se recrea en ellos. El morbo aquí no existe. Existen las sensaciones y los sentimientos. Existe la esperanza, el trabajo, la confianza en los otros y en uno mismo. Existe el infierno sólo porque habrá un cielo sin dios y con 88 teclas. Porque un día a James Rhodes la música se le puso por delante y eso le salvó de todo. Y aunque haya intentado huir de ella muchas veces también de ella al final siempre ha vuelto y siempre le ha salvado.
El aspecto de James Rhodes no se corresponde con el de los concertistas habituales. Ni pajarita ni frac ni toda esa pantomina oxidada habitual del género clásico. Todo lo contrario: lleva vaqueros, gafas de pasta, zapatillas deportivas, tatuajes y va completamente despeinado. Es un tipo que podríamos encontrar en un concierto de pop, en una librería o en un Starbucks. Un tío muy normal. Aún así le envuelve cierta aura de genialidad. Y conociendo su biografía es como si se cumpliera de nuevo el tópico del “genio atormentado”. Al fin y al cabo muchos otros en la música han sufrido la marginación y los abusos, han estado depresivos y encerrados en manicomios o cegados por las adicciones. Pero, ¿quiere eso decir que talento y locura van invevitablemente de la mano? La respuesta es que no. En ningún caso.
La biografía de James Rhodes incluye algunos artículos del autor publicados en The Guardian. Uno de ellos concretamente habla sobre la creatividad, sobre cómo la creatividad igual que sirve para salvarnos la vida también es una excusa para seguir parados, para no enfrentarnos a nuestros miedos, a nuestras frustraciones o a nuestras carencias. ¿Quieres escribir un libro? Hazlo, teclea todo lo que puedas. ¿Quieres aprender a tocar un instrumento? Hazlo también: bájate un tutorial de YouTube o busca unas clases en Internet. Que la falta de tiempo no sea excusa para nada. Que tomar drogas o follar sin parar no sean una excusa para no ser o ser creativo. Sin trabajo nunca llegará la musa. En resumen: “Busca algo que te apasione y deja que te mate”, como dijo Bukowski.Pero búscalo.
El famoso neurólogo Oliver Sacks hablaba en varios de sus libros de la capacidad de la música para modelar nuestras emociones. James Rhodes sigue esta línea ya que la música le salvó la vida. Literalmente. Por eso, basándose en su propia experiencia, James Rhodes realizó una producción para Channel 4, varios capítulos en los que daba conciertos en diferentes instituciones psquiátricas a pacientes “reales”. Rhodes hablaba e interactuaba con ellos y les explicaba cada pieza. Les tocaba en privado. Antes les había escuchado, había escuchado su historia y elegido la pieza adecuada. Y parece que funciona. Ellos se calman y le ceden su atención aunque sea de manera momentánea, esa atención que todos dan por perdida. No me extraña. Con todas las distancias: yo tuve la posibilidad de trabajar por un tiempo corto pero intenso con una editorial de música clásica. Descubrí algo que me apasionaba (la ópera) y a uno de los autores que considero imprescindible en la playlist de mi vida: Erik Satie. Ahora dosifico las piezas e intento valorarlas aunque sea poco a poco. Sin prisas. Sin obsesiones. No para los demás ni para ganar puntos comentándolas. Las disfruto a mi manera. Pocas cosas como las arias me remueven por dentro. Pocas me erizan el vello de tal forma. Y pocas me excitan y despiertan de esta manera mi cuerpo y mi alma. Así que desde esta barrera afortunadamente lejana no puedo dudar del poder sanador de la música.
Si esta reflexión es de lo más interesante no lo es menos el capítulo 15 de “Instrumental”, en el James Rhodes realiza su personal y feroz crítica a la industria musical. Concretamente a la de la música clásica, a la que acusa de viciosa, estanca e incapacaz, entre otras cosas. Critica su elitismo, a sus directivos, a quienes lejos de abrirla al público y a los intérpretes la encajonan. A quienes se valen de la crítica musical para mostrar su falta de talento o de trabajo. Y a los que, a falta de talento, ocupan las poltronas. A ellos les recomiendo la lectura de “Instrumental”: a todos nos viene bien de vez en cuando una cura de humildad que, en este caso, parece obligatoria. Como obligatoria es para Rhodes la revisión de una educación musical escasa que ni cumple requisitos ni expectativas.
Un libro como “Instrumental” tiene que tener una BSO de lujo. Y así es. Cada capítulo comienza con una pieza que el autor explica acompañándola de alguna anécdota sobre su autor o su historia. Algunas, como la Chacona de Bach, tienen mucho significado para él. Entre los compositores destacados que aparecen más veces destaca Bach (uno de los preferidos de James Rhodes y cuya tragedia personal parece resultarle inspiradora ), Chopin ( también muy recurrente y siempre trágico ), Rajmánimov (James Rhodes lleva este nombre tatuado en el brazo) y por supuesto Beethoven. Como curiosidad destacar que “Instrumental” empieza y termina con las variaciones Goldberg interpretadas con Glenn Gloud. Así son las Variaciones...
La publicación de la autobiografía de James Rhodes no ha sido fácil porque al desnudarse así y enfrentarse a heridas a medio cicatrizar el autor corría el riesgo de convertirse en un Prometeo con el hígado devorado cada ocaso por los cuervos, lo que debe ser harto y dolorasamente eterno. Además su ex mujer no se lo puso nada fácil e intentó frenar su salida a la luz por considerar que su contenido era demasiado "tóxico". Finalmente la Corte Suprema Británica dio la razón de Rhodes: ésta es su vida y tiene derecho a contarla como crea conveniente.
En “Instrumental” hay música, medicina y locura, y también violaciones, abusos, trastorno de personalidad múltiple, narcisismo, desesperación, tics, síndrome de Tourette, autolesiones con cuchillas, drogas de todo tipo, tranquilizantes de la A a la Z, esquizofrenia, trastorno obsesivo compulsivo, paranoias, alcohol, ingresos en centros psquiátricos,...y todo ello sin censura. Porque si algo hace James Rhodes es no permitirse el lujo de autocensurarse. Este libro es una forma de ser uno mismo en un mundo que paradójicamente hace todo lo posible por convertirnos en otros. Porque esa es es la otra lucha de James Rhodes: dejar se sentir culpa y vergüenza por los episodios más oscuros de su vida.
La lectura de esta biografía no es desagradable. Incluye pasajes duros, desde luego, pero no se recrea en ellos. El morbo aquí no existe. Existen las sensaciones y los sentimientos. Existe la esperanza, el trabajo, la confianza en los otros y en uno mismo. Existe el infierno sólo porque habrá un cielo sin dios y con 88 teclas. Porque un día a James Rhodes la música se le puso por delante y eso le salvó de todo. Y aunque haya intentado huir de ella muchas veces también de ella al final siempre ha vuelto y siempre le ha salvado.
Busca algo que te apasione y deja que te mate...o que te cure
El aspecto de James Rhodes no se corresponde con el de los concertistas habituales. Ni pajarita ni frac ni toda esa pantomina oxidada habitual del género clásico. Todo lo contrario: lleva vaqueros, gafas de pasta, zapatillas deportivas, tatuajes y va completamente despeinado. Es un tipo que podríamos encontrar en un concierto de pop, en una librería o en un Starbucks. Un tío muy normal. Aún así le envuelve cierta aura de genialidad. Y conociendo su biografía es como si se cumpliera de nuevo el tópico del “genio atormentado”. Al fin y al cabo muchos otros en la música han sufrido la marginación y los abusos, han estado depresivos y encerrados en manicomios o cegados por las adicciones. Pero, ¿quiere eso decir que talento y locura van invevitablemente de la mano? La respuesta es que no. En ningún caso.
La biografía de James Rhodes incluye algunos artículos del autor publicados en The Guardian. Uno de ellos concretamente habla sobre la creatividad, sobre cómo la creatividad igual que sirve para salvarnos la vida también es una excusa para seguir parados, para no enfrentarnos a nuestros miedos, a nuestras frustraciones o a nuestras carencias. ¿Quieres escribir un libro? Hazlo, teclea todo lo que puedas. ¿Quieres aprender a tocar un instrumento? Hazlo también: bájate un tutorial de YouTube o busca unas clases en Internet. Que la falta de tiempo no sea excusa para nada. Que tomar drogas o follar sin parar no sean una excusa para no ser o ser creativo. Sin trabajo nunca llegará la musa. En resumen: “Busca algo que te apasione y deja que te mate”, como dijo Bukowski.Pero búscalo.
El famoso neurólogo Oliver Sacks hablaba en varios de sus libros de la capacidad de la música para modelar nuestras emociones. James Rhodes sigue esta línea ya que la música le salvó la vida. Literalmente. Por eso, basándose en su propia experiencia, James Rhodes realizó una producción para Channel 4, varios capítulos en los que daba conciertos en diferentes instituciones psquiátricas a pacientes “reales”. Rhodes hablaba e interactuaba con ellos y les explicaba cada pieza. Les tocaba en privado. Antes les había escuchado, había escuchado su historia y elegido la pieza adecuada. Y parece que funciona. Ellos se calman y le ceden su atención aunque sea de manera momentánea, esa atención que todos dan por perdida. No me extraña. Con todas las distancias: yo tuve la posibilidad de trabajar por un tiempo corto pero intenso con una editorial de música clásica. Descubrí algo que me apasionaba (la ópera) y a uno de los autores que considero imprescindible en la playlist de mi vida: Erik Satie. Ahora dosifico las piezas e intento valorarlas aunque sea poco a poco. Sin prisas. Sin obsesiones. No para los demás ni para ganar puntos comentándolas. Las disfruto a mi manera. Pocas cosas como las arias me remueven por dentro. Pocas me erizan el vello de tal forma. Y pocas me excitan y despiertan de esta manera mi cuerpo y mi alma. Así que desde esta barrera afortunadamente lejana no puedo dudar del poder sanador de la música.
Instrumental: la playlist del talento y el tormento
Si esta reflexión es de lo más interesante no lo es menos el capítulo 15 de “Instrumental”, en el James Rhodes realiza su personal y feroz crítica a la industria musical. Concretamente a la de la música clásica, a la que acusa de viciosa, estanca e incapacaz, entre otras cosas. Critica su elitismo, a sus directivos, a quienes lejos de abrirla al público y a los intérpretes la encajonan. A quienes se valen de la crítica musical para mostrar su falta de talento o de trabajo. Y a los que, a falta de talento, ocupan las poltronas. A ellos les recomiendo la lectura de “Instrumental”: a todos nos viene bien de vez en cuando una cura de humildad que, en este caso, parece obligatoria. Como obligatoria es para Rhodes la revisión de una educación musical escasa que ni cumple requisitos ni expectativas.
Un libro como “Instrumental” tiene que tener una BSO de lujo. Y así es. Cada capítulo comienza con una pieza que el autor explica acompañándola de alguna anécdota sobre su autor o su historia. Algunas, como la Chacona de Bach, tienen mucho significado para él. Entre los compositores destacados que aparecen más veces destaca Bach (uno de los preferidos de James Rhodes y cuya tragedia personal parece resultarle inspiradora ), Chopin ( también muy recurrente y siempre trágico ), Rajmánimov (James Rhodes lleva este nombre tatuado en el brazo) y por supuesto Beethoven. Como curiosidad destacar que “Instrumental” empieza y termina con las variaciones Goldberg interpretadas con Glenn Gloud. Así son las Variaciones...
Hace algún tiempo un conocido aseguraba que la literatura contemporánea estaba condenada a escribirse a base biografrías, que en un mundo en el que parece que todo está escrito durante los próximos años las editoriales buscarían exactamente eso. Al menos en lo que es literatura de calidad o lejos del típico y tópico bestseller se refiere. Lo creí entonces y lo sigo creyendo ahora (paradójicamente "Instrumental" se ha convertido en un bestseller). También creo que el trabajo es la base de todo. Ni las drogas ni el alcohol ni ninguna otra sustancia despiertan tanto la creatividad como la fuerza interior, el impulso convertido en motor y combustible. Y eso ya viene condicionado por cada cual: a veces nos mueve es el odio y a veces el amor, la desesperación, el pánico, la alegría, la pasión o la culpa. James Rhodes aseguró en una entrevista en mayo de este mismo año que no se sentía preparado para perdonar a su entrenador de boxeo del colegio, el hombre que le violó a los seis años. Que no entraba en sus planes porque cree, en parte, que ese rencor que se acumula constantemente y que parece no tener fin le ayuda a teclear más, a ensayar con más ganas, a buscar un mayor éxito. Pasamospalabra entonces. ¿Alguien puede culparle por ello? Desde luego que no.
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