Reseñas: Shotgun Lovesongs

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Pocos libros habían despertado tanto interés en mi como “Canciones de amor a quemarropa”. Esta novela, que ha supuesto el brillante debut literario de Nickolas Butler, había sido laureada por lectores y críticos de todo el mundo y conseguido récords de ventas y descargas en EEUU antes de llegar a mis manos durante la última Semana Santa. Vamos, que se había convertido en lo que se suele llamar un "fenómeno editorial. La espera, por supuesto, ha merecido la pena: ésta es una de esas historias que se narran con tanta naturalidad que al final se te queda grabada igual que lo habrían hecho de ser reales esas canciones imaginarias escritas “a quemarropa”por el también imaginario Leland Sutton, a.k.a CORVUS.

Decían que era el libro de la temporada. Que era una historia de tipos con barbas, cervezas y camisas de cuadros que vivían en el Medio Oeste. Total, chicos modernos que podrían posar para un catálogo de la Revista ICON mientras escuchaban canciones de Bon Iver. Todo así como muy a lo literatura indie, como muy hipster. El rumor que acompañaba a “Shotgun Lovesongs” (título original en inglés) y que le atribuyó estos calificativos tan apropiados por una cuestión de moda resultó ser en parte cierto. Porque sí, resulta que Nickolas Butler, el autor del libro, es oriundo de un pueblecito llamado Eau Claire (Wisconsin), que podría ser el Little Wing de la novela,  y curiosamente fue compañero de instituto de Justin Vernon, cantautor y artista independiente alma del grupo Bon Iver.

La verdad es que ambos (CORVUS y Vernon) parecen tener muchas cosas en común y de hecho algunas sí que comparten: tienen la misma edad, se criaron en un entorno similar y sus canciones están llenas de una nostalgia evidente que, contra todo pronóstico, les hizo triunfar más allá de su tierra natal con un estilo personal y poco comercial. El propio Nickolas Butler al final dijo que sí, que ya estaba bien de especulaciones, que podía ser que Lee esté inspirado levemente en Vernon pero que la vida del primero es totalmente ficticia y que de la del segundo sabe más bien poco o nada. Además, no es que a Butler no le gusté Bon Iver pero reconoce que este grupo no fue la banda sonora para escribir su libro. Para tal empresa prefirió escuchar a Miles Davis, Coltraine o Bill Evans.

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La banda sonora de “Canciones de amor a quemarropa”, en realidad, viene marcada por las propias voces de sus protagonistas, cinco en total: cuatro hombres y Beth, mujer de uno de ellos. Desde su punto de vista y con su particular narrativa cada uno de estos personajes nos ayuda a componer las piezas de un reencuentro que tiene a la euforia derivada por los recuerdos y las experiencias comunes compartidas como eje conductor de la trama. Una euforia, que, a la vez, amenaza con convertirse en un peligroso juego cuando despierta antiguos sentimientos y rivalidades.

Para los que no sepáis nada del libro, aquí va un resumen:

Henry, Lee, Ronny y Kip se criaron juntos en un pequeño pueblo de Wisconsin, una comunidad en la que todos se conocían y en la que de adolescentes campaban a sus anchas bebiendo cerveza y fumando porros. La vida de los cuatro empezó igual, se basa en las mismas ideas, en los mismos recuerdos compartidos, pero en un momento determinado las circunstancias (qué cojones, la vida) les fueron separando y cada uno tomó su camino. Henry se casó con Beth, una chica del pueblo que también pertenecía a su grupo de amigos,  se hizo cargo de la granja familiar y ahora tienen dos hijos; Ronny se convirtió en un vaquero que se ganaba la vida en rodeos, después se hizo alcohólico y ya no ha vuelto a ser el mismo; Kip se instaló en Chicago, donde triunfó como bróker especulando con productos agrícolas y,  con el tiempo y forrado de dinero,  su afán emprendedor le llevó de nuevo a su ciudad natal convertido en un auténtico "héroe" local; y Lee, tras dar tumbos por los garitos de medio país tocando a cambio de unas copas, consiguió escribir un disco que él mismo editó y que le convirtió en una de las celebridades de moda. Cuando estos cuatro amigos vuelven a reunirse ya superada (o a punto de hacerlo) la barrera de los treinta, es como si todo lo que vivieron juntos hubiera ocurrido a otras personas y en un lugar distinto. Little Wing, ese lugar que ha sido un refugio durante años, es lo que más les une pero también lo que más les separa. Han cambiado y a veces no se reconocen entre ellos. ¿Realmente tienen algo en común o su amistad se debe únicamente a algo circunstancial? Y si ocurre lo segundo, ¿por qué piensan en ellos cada vez que están tristes o cuando realmente necesitan un abrazo sincero? ¿Qué o quién les retiene y qué les hace querer huir de allí? ¿Puede ser un lugar o una persona/s el punto de partida y a la vez el punto de regreso? ¿Podemos seguir siendo los mismos a pesar del paso de los años, totalmente indiferentes al paso del tiempo?

La de “Historias de amor a quemarropa” es una historia fruto de la nostalgia, del devenir de la vida y de la presión más pura, esa que hace que el novio tenga que dar el sí quiero a quemarropa, observado fijamente a través de la mirilla por su futuro suegro, que no deja en ningún momento de apuntar con su escopeta hacia el altar (el nombre del libro viene de esta expresión que no conocía y que me ha llamado mucho la atención).

Personalmente me da igual si tiene “Shotgun Lovesongs” tiene dos, tres o veinte apuntes biográficos de alguien. Y lo cierto es que no creo que se trate de una novela de moda, para nada la calificaría así, porque habla de sentimientos universales como la amistad, la soledad y, sobre todo, el amor, sentimientos que no pasan nunca de moda y que son de los que nos hablan las canciones porque son los que tod@s podemos experimentar en algún momento de nuestra vida. 

“Historias de amor a quemarropa” es junto con !Melisande!¿Qué son los sueños?”, de Hillel Halkin y con Qué fue de Sophie Wilder”, de Christopher R. Beha, un curioso trío de novela norteamericana contemporánea publicado por Libros del Asteroide en 2014 y que reflexiona sobre el amor y la juventud en distintas etapas de la vida. El de Halkin lo leí este verano y me sorprendió muy gratamente. A Sophie Wilder tendré que buscarla pronto entre los asteriodes. 

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