El hombre que amaba a los perros

 

2017, centenario del triunfo de la Revolución Rusa. Quizá por eso mi primera lectura de este año tiene mucho que ver con este hecho aunque Trotski, el personaje histórico principal de esta novela, nació mucho antes que ella y murió años después sobreviviendo dos décadas a la que había sido su revolución. También vivió antes y murió después de la Revolución Ramón Mercader, cuya figura está inevitablemente ligada a un piolet clavado en la cabeza del viejo judío de perilla blanca.


Biografía de Trotski, biografía de un indeseado indeseable



La biografía de Trotski es interesante.  En apenas tres décadas su figura pasó de ser la de un ideario intelectual admirado en todo el mundo a la de un auténtico renegado acusado de traición por su propio pueblo. La novela de Leonardo Padura “El hombre que amaba a los perros” encuentra a Trotski precisamente en este segundo momento, cuando el que fue su sueño y el de tantos otros hombres ya había quedado totalmente dinamitado por una gigantesca y ambiciosa maquinaria de destrucción llamada Josef Stalin.

Para Trotski como para pocos hombres la utopía idílica que explotó los cimientos del sistema zarista ruso acabó convirtiéndose en su mayor pesadilla. Con la llegada al poder del ogro georgiano su vida fue perdiendo forma y color a cada momento. Desterrado primero por Stalin a Alma-Ata, en el Asia central soviético, para ser expulsado definitivamente de la URSS un año después,  la siguiente parada de su exilio fue la isla turca de Prínkipo. Allí vivió junto a su mujer y uno de sus hijos: los otros así como sus yernos habían sido encarcelados, condenados al ostracismo social  o directamente asesinados.  Tras la aventura turca Trotski pisó brevemente suelo Noruego y, denegada su estancia en Dinamarca, Suecia e Inglaterra y descartada en Alemania, se estableció finalmente en Barbizon, el pueblo que Millet y Rosseau inmortalizaron en sus cuadros y textos respectivamente. 

 
Trotski, su esposa y su hijo en Alma-Ata, en 1928. Allí fue donde empezó el exilio

Por entonces su estancia en el Viejo Continente tenía los días contados: con una España en Guerrra Civil y con un Bando Republicano Español con los pantalones bajados a expensas de los deseos de Moscú únicamente le quedaba una opción y esa era cruzar el Atlántico. Europa temblaba ante los embistes de Hitler y Stalin y la guerra, el gran desastre, era inminente. Así que Liev Davídovich, quien tomó el nombre de Trotski de uno de sus carceleros en su estancia preso en Siberia, subió a un trasatlántico y lo hizo amparado por una promesa de paz en la que intercedió Diego Rivera, miembro destacado del partido comunista de su país. Fue él propio artista mexicano quién le acogió en su hogar,  la famosa Casa Azul en la que vivía junto a su esposa, la no menos conocida Frida Kahlo. 

De la convivencia entre los Rivera y los Trotski nació una relación adúltera en la que el viejo ruso pareció recuperar vitalidad gracias a los místicos encantos de la joven mexicana. Sin embargo esto queda en una anécdota nimia al recuperar los últimos coletazos de la vida del revolucionario:  pasaba los días escribiendo arengas imposibles, confirmando que su trabajo estaba siendo prostituido al mejor postor y sabiéndose condenado al olvido histórico / historiográfico perpetuo.  El mundo le había dado la espalda y su imagen había sido vilipendiada. La reputación, generalmente sobrevalorada, había perdido ahora cualquier importancia. Pero no sólo él estaba perdido: sus hijos y familiares cercanos, sus compañeros de lucha y cualquiera que en la lejana Siberia osara pronunciar su nombre podía correr su misma suerte. Por eso su esposa , Natascha, describe al Trotski de aquellos años envejecido prematuramente no sólo por las cana y con el rostro surcado de arrugas hondas. Nos lo imaginamos paseando así por el que debía ser un patio doméstico alegre y colorista casa de Frida  rodeado de fantasmas  con la mente perforada por las balas firmadas de opresión. 

Trotski en México

Y aún así, aún sabiendo  que ante el pacto de Stalin y Hitler ni su nombre ni su existencia valían absolutamente nada, la muerte le pilló por sorpresa. Y es que lo que no consiguieron hacer miles de balas ni juicios falsos lo hizo bravamente la punta del piolet que, dirigido por la mano de Ramón Mercader, fue capaz de sesgarle la vida. 

El adversario: Ramón Mercader 



Si la biografía de Trotski,  baluarte ideológico e intelectual del siglo XX es interesante, la peripecia vital de Ramón Mercader nos permite entender la germinación del odio nacido de una semilla sembrada con el respeto y la igualdad de los hombres.

La biografía de Ramón Mercader no puede entenderse sin la de su madre, Caridad del Río, una mujer que movida por el odio hacia los de su propia clase (estaba casa con un empresario de la burguesía catalana) convirtió a su hijo en un instrumento de venganza. No hablamos de una venganza personal sino de algo una conceptual, de clase, y en la que sus manos no debían mancharse. Así es como este joven pasó de combatir en el Bando Republicano en la sierra de Guadarrama a convertirse en un asesino a las órdenes de Stalin.

La presión psicológica se convirtió en el día a día Ramón Mercader. Encerrado en un campo de entrenamiento del NKVD (algo así como una mezcla entre asuntos internos, el FBI y los servicios de inteligencia rusa) cerca de Siberia, pasó allí dos años en los que el hombre fue desapareciendo en favor del asesino cegado a unos deseos totalmente irracionales. La humanidad se fue desdibujando y apenas quedó de ella un recuerdo tras las vidas inventadas de Frank Jacson, Jacques Mornard o Ramón Ivanovich López, los otros ramones.  Aún así, incluso cuando un Ramón Mercader convertido en Monsieur Mornard clavó su piolet en el cráneo de Trotski, hay una parte de él que sabía lo que estaba haciendo, que sabía que toda aquella trama para matar al héroe de la Revolución Rusa llamada operación Pato no era sino una vendetta personal, una pantomima orientada a llenar el estómago de Stalin. Ramón Mercader sabía que él mismo era parte de una mentira y que luchaba por un sueño corrompido por los dueños y señores de la Revolución y el socialismo, los mismos que habían convertido la utopía que tenían al alcance de los dedos en una máquina de opresión, miedo y muerte. 

Mercader poco después de ser detenido. Su identidad real tardó en desvelarse varios años
 
Aunque en “El hombre que amaba a los perros” vemos la vida del joven Ramón Mercader lo cierto es que su notoriedad histórica está marcada por el asesinato de Trotski, un acto que le llevó a pasar más de 20 años en una prisión mexicana. Tras su liberación fue deportado y  condecorado en secreto como Héroe de la Unión Soviética, con la Orden de Lenin y las más altas distinciones de la URSS. Así que escapar de las rejas no fue suficiente. Siempre fue preso de aquel engranaje que lo había convertido en asesino. Nunca pudo volver a España ni escapar de la KGB. Murió en Cuba convertido en ese hombre que amaba a los perros que nos describe Leonardo Padura y que paseaba a sus borzois, la raza de los zares rusos, por las calas de La Habana, capital de un moribundo por los efluvios fétidos del comunismo exportado por la vieja Unión Soviética. Fue enterrado en la Unión Soviética bajo un nombre falso. Trotski nunca pudo pisar suelo ruso y sus restos descansan en la que fue su residencia mexicana. 

¿Por qué leer “El hombre que amaba a los perros”? 

 



Con “El hombre que amaba a los perros” Leonardo Padura (Tusquets Editores) recorre las ideologías y movimientos de izquierdas de los años treinta a ambos lados del Atlántico, desde la Unión Soviética a la Guerra Civil española pasando por  México y probando el caldo de cultivo de la II Guerra Mundial. El mosaico que nos muestra no escapa al detalle y nos presenta las luchas casi fraticidas de trotskistas, comunistas, marxistas, menchevistas o anarquistas pujando por convertirse en los “legítimos” dueños del sueño, de la utopía, de la igualdad social. El proceso de banalización del sistema soviético, la manipulación ideológica y la doctrina del terror son algunos de los temas presentes en esta novela de asesinatos, espías, luchadores, fe, soledad, amor y desamor. 


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