A comienzos de enero de 1528 el rey Enrique VIII de Inglaterra escribió una carta dirigida al castillo de Hever, en el Ducado de Kent. En ella el monarca expresaba su "intención inalterable" de casarse de nuevo prometiendo "rezar una vez al día" para lograr ese objetivo a cualquier precio. La destinataria de esta carta no era otra que Ana Bolena, dama de la reina Catalina perteneciente por rama materna a la familia Howard (una más influyentes de la nobleza inglesa) y de la que el Enrique se había encaprichado locamente. El máximo mérito de Ana hasta entonces no era ni su posición social ni haber recibido una esmerada educación en Francia y los Países Bajos sino su firme negativa a concederle favores sexuales al monarca. Eso para un hombre como Enrique suponía todo un reto y una obsesión casi enfermiza y dio origen a unos devaneos epistolares, quizá un tanto imprudentes, en los que vemos a un hombre insistente y concienzudo que, en contra de lo que muchos creen por el rudo aspecto de sus últimos años, albergó durante toda su vida intereses filosóficos e intelectuales elevados. Las cartas de amor de Enrique VIII a Ana Bolena recogen parte de esta correspondencia y son un regalo para los amantes de la historia y de la literatura. Y lo cierto es que es una suerte que editoriales como Confluencias Editorial apuesten por este tipo de publicaciones.
Teniendo
en cuenta que mandó decapitar a dos de sus seis esposas y que se
divorció unilateralmente de otras dos es normal que la imagen de
Enrique VIII de Inglaterra, inmortalizado como un rollizo y obeso hombre por HansHolbein, esté asociada de una u otra forma a la crueldad. La
historia nos dice que en esto hay una parte de verdad y una parte de
leyenda. Es cierto que este monarca inglés era muy mujeriego y también
que su carácter se agrió en los últimos años de su reinado. Pero
no siempre fue así. Su primer matrimonio fue llevadero durante años ya que Catalina de Aragón, la esposa que Enrique heredó
junto con su título de Príncipe de Gales tras la muerte de su
hermano mayor, era una reina amada por su pueblo que hacía oídos
sordos a las más que posibles infidelidades de su marido. Infidelidades o
aventuras que, por otra parte, jamás iban más allá de la alcoba y
no importunaban ni cuestionaban la imagen intachable de la reina. De
hecho Catalina y Enrique se mostraban en público como un matrimonio
equilibrado, respetuoso y padres de una niña sana e inteligente. Después, Ana
Bolena se cruzó en la vida del monarca y con ella llegó el
escándalo.
Enrique VIII, el rey “herido de amor”
Seguro que Enrique
VIII podría haber tomado a Ana Bolena como amante por la fuerza como había hecho con otras pero con Ana no fue así y, ante la negativa de la joven a compartir cama con él, el rey optó por algo
mucho más inusual en un hombre de su cuna y más común para el
resto de las almas enamoradas: coger papel y pluma e ir desgranando
poco a poco sus sentimientos en diversas cartas de amor para intentar
cortejar a su dama. Esta correspondencia, que se conserva desde hace
siglos en los Archivos del Vaticano, nos permite conocer aspectos
más humanos del monarca y algunas de su aficiones, como por ejemplo
la caza, un símil con cómo se veía Enrique a sí mismo en esas
fechas, un animal completamente herido por las fechas del amor.
En total se conservan dieciocho cartas de amor de Enrique VIII a Ana Bolena fechadas entre 1527 y 1529 y que coinciden con la época en la que ella, debido a los primeros rumores de su relación con el rey, se había marchado de la Corte. Por supuesto esta huida no fue casual sino que estaba totalmente planificada y cumplió con su objetivo: alimentar el creciente deseo de un hombre que, como buen cazador, codiciaba más aquellas piezas a que se le resistían. Sí, leyendo estas cartas también te das cuenta de que la historia de amor entre ambos puede verse, metafóricamente, como una auténtica cacería.
Volvamos a las cartas: de las que se conservan están escritas mitad en inglés y mitad en francés y su valor es fundamental por ser testimonio de uno de los romances con mayor repercusión de la historia, el que supuso la ruptura definitiva de las relaciones entre la corona inglesa y Roma.
En total se conservan dieciocho cartas de amor de Enrique VIII a Ana Bolena fechadas entre 1527 y 1529 y que coinciden con la época en la que ella, debido a los primeros rumores de su relación con el rey, se había marchado de la Corte. Por supuesto esta huida no fue casual sino que estaba totalmente planificada y cumplió con su objetivo: alimentar el creciente deseo de un hombre que, como buen cazador, codiciaba más aquellas piezas a que se le resistían. Sí, leyendo estas cartas también te das cuenta de que la historia de amor entre ambos puede verse, metafóricamente, como una auténtica cacería.
Volvamos a las cartas: de las que se conservan están escritas mitad en inglés y mitad en francés y su valor es fundamental por ser testimonio de uno de los romances con mayor repercusión de la historia, el que supuso la ruptura definitiva de las relaciones entre la corona inglesa y Roma.
Las Cartas de amor de
Enrique VIII a Ana Bolena son
fiel reflejo de una obsesión que a punto estuvo de costar un reinado
y que llevó a Inglaterra a un clima de inestabilidad intestina. En
muchos aspectos, aunque pudieran ser sinceras, las misivas parecen
artificiales y pomposas, barrocas y recargadas y, como se pudo
comprobar con el tiempo, son tan intensas como efímeras. Ana
y Enrique se casaron en 1533 y en sólo tres años la relación entre
ellos ya era insostenible. No sólo se acabó el amor sino que
Enrique comenzó a echar en cara a su esposa la mala situación de su
país por haberle “obligado” a divorciarse de Catalina y a romper
con la Iglesia. Parece ser que para él eran ya demasiados esfuerzos
por los que no había obtenido lo único que necesitaba de ella. (Para
entender la obsesión de Enrique por engendrar un hijo varón
legítimo hay que tener en cuenta que en la Inglaterra en la que
reinó todavía había brasas ardientes de la guerra de las “Dos
Rosas”, un conflicto interno que había desangrado las islas
durante más de cincuenta años. Enrique era segundo monarca de la
dinastía Tudor tras su padre y necesitaba legitimar su “casa” lo
antes posible).
Ana Bolena murió decapitada el 19 de mayo de 1536 y fue enterrada en una tumba anónima en la Iglesia San Pedro ad Vincula. Su hija Isabel nunca vio conveniente moverla de allí. Fue identificada siglos después, ya bajo el bastón de mando de la reina Victoria, y entondes se permitió que el lugar donde descansan los restos mortales de la que una vez fue reina de Inglaterra fuera marcado como tal. Menos de dos semanas después de su muerte el rey Enrique contrajo nuevas nupcias con Jane Seymour, su amante desde hacía algunos meses y a la que no escribió cartas de amor. Es fácil que Enrique no firmara ninguna más de su puño y letra. Jane le dio su ansiado hijo varón, el príncipe Eduardo, muriendo ella poco después del parto. Las crónicas cuentan que Enrique quedó abatido y triste. Por entonces las cartas de amor de Enrique VIII a Ana Bolena eran ya papel mojado. Enrique VIII volvió a casarse tres veces más: con Ana de Cleves por conveniencia, con Catalina Howard por lujuria y con Catalina Parr, la que sería su reina viuda, buscando serenidad. Con Ana de Cleves no consumó matrimonio y Catalina Howard murió decapitada acusada de adulterio. Ninguna tuvo hijos con Enrique.
Respecto a la cuestión del heredero, que en las Cartas de amor de Enrique VIII a Ana Bolena no parece reflejado, los tres hijos legítimos del rey (Eduardo VI, María I e Isabel I) se sentaron en el trono de Inglaterra: el primero murió a los 16 años de tuberculosis, la segunda reinó durante un lustro marcado por las luchas religiosas y la tercera tuvo uno de los reinados más largos de la historia de Inglaterra. El único hijo ilegítimo reconocido por Enrique VIII, Enrique Fitzroy, I duque de Richmond y Somerset , murió también en la juventud. Los dos hijos varones de Enrique VIII y su hermano mayor, el Príncipe Arturo, murieron jóvenes por causas que se asociaron a la tuberculosis aunque en la actualidad algunos historiadores investigan una posible relación genética entre ellas.
Tras la tempestad no llegó la calma
El divorcio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón, hija menor de los Reyes Católicos, fue muy controvertido y la relación con Ana Bolena estaba herida de muerte desde que ella no quiso ser una amante más. La ausencia de un heredero varón simplemente aceleró el proceso. Con el pueblo en contra e incapaz de quedarse nuevamente embarazada tras el nacimiento de la princesa Isabel (futura Isabel I) la ramera del rey Ana Bolena fue encerrada en la Torre de Londres acusada falsamente de traición, adulterio e incesto. El máximo beneficiado de aquel escándalo fue sin duda el propio Enrique, que lejos de ver empañada su imagen pudo hacer borrón y cuenta nueva y ganarse una vez más la confianza de algunos de sus detractores.
Ana Bolena murió decapitada el 19 de mayo de 1536 y fue enterrada en una tumba anónima en la Iglesia San Pedro ad Vincula. Su hija Isabel nunca vio conveniente moverla de allí. Fue identificada siglos después, ya bajo el bastón de mando de la reina Victoria, y entondes se permitió que el lugar donde descansan los restos mortales de la que una vez fue reina de Inglaterra fuera marcado como tal. Menos de dos semanas después de su muerte el rey Enrique contrajo nuevas nupcias con Jane Seymour, su amante desde hacía algunos meses y a la que no escribió cartas de amor. Es fácil que Enrique no firmara ninguna más de su puño y letra. Jane le dio su ansiado hijo varón, el príncipe Eduardo, muriendo ella poco después del parto. Las crónicas cuentan que Enrique quedó abatido y triste. Por entonces las cartas de amor de Enrique VIII a Ana Bolena eran ya papel mojado. Enrique VIII volvió a casarse tres veces más: con Ana de Cleves por conveniencia, con Catalina Howard por lujuria y con Catalina Parr, la que sería su reina viuda, buscando serenidad. Con Ana de Cleves no consumó matrimonio y Catalina Howard murió decapitada acusada de adulterio. Ninguna tuvo hijos con Enrique.
Respecto a la cuestión del heredero, que en las Cartas de amor de Enrique VIII a Ana Bolena no parece reflejado, los tres hijos legítimos del rey (Eduardo VI, María I e Isabel I) se sentaron en el trono de Inglaterra: el primero murió a los 16 años de tuberculosis, la segunda reinó durante un lustro marcado por las luchas religiosas y la tercera tuvo uno de los reinados más largos de la historia de Inglaterra. El único hijo ilegítimo reconocido por Enrique VIII, Enrique Fitzroy, I duque de Richmond y Somerset , murió también en la juventud. Los dos hijos varones de Enrique VIII y su hermano mayor, el Príncipe Arturo, murieron jóvenes por causas que se asociaron a la tuberculosis aunque en la actualidad algunos historiadores investigan una posible relación genética entre ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario