Libros / Editoriales: Yo también fui Jack el Destripador

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“Yo también fui Jack del Destripador”, de Fernando García Calderón (Ediciones del Viento, 2015), nos trasporta al Londres de la decadencia decimonónica y a la historia de uno de los criminales más atroces y famosos de todos los tiempos entorno a cuya biografía se confunden, debido al paso del tiempo y la expectación causada, los límites entre la realidad y la ficción, entre los hechos y la leyenda. Con una prosa tan poco artificiosa como ágil Fernando García Calderón nos guía por una historia llena de referentes culturales y literarios de la mano de John Riordan, octogenario forense de Scotland Yard y miembro de la sociedad secreta del Club Diógenes.



La figura de Jack el Destripador sigue despertando, más de cien años después de su aparición en la escena criminal, la misma expectación que sus atrocidades causaron en la sociedad londinense de finales de los ochenta del siglo XIX. Su sola mención es un filón de éxito. Y es que, en eso del morbo, parece que poco hemos cambiado mucho. Lo bueno de tanta expectación es que el misterio parece resolverse cada cierto tiempo. Con cada nuevo avance, con cada nueva investigación, se abren nuevas puertas y reafirmaciones pero también se da paso nuevas teorías y conjeturas por confirmar en el futuro. A estas alturas es como si saber quién fue realmente el Destripador fuera lo de menos. Tener un nombre no cambia la historia en sustancia.

Todos eran Jack


Tan importante como dar luz a esta investigación es analizar todos las personas a las que, en aquel 1888 o posteriormente, se les ha atribuido el dudoso honor de esconderse tras el Destripador. Muchos de ellos eran personajes ilustres y conocidos en su tiempo como el escritor Lewis Carroll, el pintor Walter Richard Sickert, el abogado Montague John Druitt o el príncipe Alberto Víctor, nieto de la reina Victoria y duque de Clarence.

En “Yo también fui Jack el DestripadorFernando García Calderón nos propone una historia que gira entorno a una de las teorías que podríamos denominar de “la conspiración”: la de que Jack no fuera una persona real, un individuo, sino un personaje y que, en su creación, ejecución y mantenimiento, estuvieran implicadas varias personas e incluso algún tipo de asociación vinculada a los servicios secretos británicos. Eso serviría para explicar que nunca fuera detenido, las torpezas de los policías en la investigación de campo o que, a día de hoy, el misterio no haya sido descubierto aún. Otra, de las muchas opciones posibles, es que a fuera un psicópata común, un asesino en serie que murió en noviembre de 1888 o desapareció de la ciudad en esa época sembrando terror en cualquier otro lugar del mundo. También es posible que siguiera actuando pero con otro modus operandi y que eso despistara a los agentes borrando su pista para siempre. De estas tres ideas, al igual que García Calderón, yo también me quedo con la primera, por lo literario y por el juego que sigue dándonos. Y eso no lleva hasta el club Diógenes, epicentro (físico) de la historia de “Yo también fui Jack el Destripador”.

Existen dudas acerca de la existencia real del Diógenes. De hecho es poco probable que existiera. Para muchos se trata de un paradigma de los clubes intelectuales del periodo victoriano a los que Conan Doyle quiso hacer mención en sus famosas novelas de Sherlock Holmes. Pero en esta historia es muy importante: allí se reúnen intelectuales y pensadores, políticos, artistas e influyentes hombres de negocios, por lo que sería el lugar ideal para planear cualquier conspiración. ¿El motivo? Una sociedad anclada y decadente que necesita evolucionar, un Londres hundido en la miseria y que ha convertido algunos de sus barrios en auténticos lupanares que laten al ritmo de los días y noches. Es una época de cambios, de huelgas y revoluciones obreras, de una clase alta que se resiste a perder sus ventajas, del auge de los métodos científicos y de las nuevas filosofías, y en medio de ambas (ciencia y filosofía), del nacimiento de nuevos movimientos espiritistas. La fractura social y moral es evidente: había que dar al pueblo un punto común, algo que les uniera sin fisura posible. Y un ser tan vil como Jack el Destripador cubriría esa necesidad a la perfección.

Una época con doble personalidad


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Yo también fui Jack el Destripadores el retrato de una época fronteriza entre una era que se agota al acercarse al nuevo siglo arrasando todo a su paso y la llegada de un mil novecientos que ponía en evidencia la hipocresía del pasado y a prueba la capacidad del hombre, a nivel individual y social , de regenerarse. Es el final de la era victoriana, que había marcado la cúspide industrial del Imperio Británico y que en sus últimos 30 años se enfrentaba, entre muchos otros problemas, al recrudecimiento de los problemas con Irlanda y con las colonias y a la radicalización del movimiento obrero.

Es también la época de la doble moral, sobre todo en el aspecto más mundano. El Este londinense estaba lleno de burdeles y casas de juego y de clubes privados donde se celebraban espectáculos eróticos y orgías. La prostitución y las drogas (opio, láudano y otras drogas psicotrópicas) estaban a la orden del día en los locales y en las calles y, debido a las condiciones en las que ambas convivían y a la miseria a la que estaban ligadas, eran un auténtico problema de salud pública. Sólo en el barrio de Whitechapel, donde el Destripador cometió sus crímenes, se calcula que existían unas 1.200 prostitutas de clase social baja y unos 62 burdeles. Londres era una ciudad pujante y a ella llegaban hombres y mujeres de toda Europa, un tipo de flujo migratorio difícil de controlar. Aunque en este ambiente el asesinato de prostitutas por una moneda o una pinta era algo común, la forma de actuar de Jack el Destripador sorprendió a todos, incluso a los más insensibles. Y sí, eso unió a todos.

Yo también fui Jack el Destripador destila lo mejor y peor de la época victoriana gracias a personajes como Bram Stoker, Lewis Carroll, Conan Doyle, H. B Wells, Hilda Doolittle o Robert Louis Stevenson, que de alguna forma bien por sus biografías o bien por sus trabajos artísticos representan también la doble moral de este periodo. Su presencia y la referencia a ellos y a sus obras en este libro es constante, lo que hará las delicias de los amantes de la literatura. También es interesante que el protagonista de la trama sea un detective que ha superado los ochenta años y en el que algunos pueden ver a un Holmes anterior al personaje de Conan Doyle y que la acción se sitúe, por una parte, en ese Londres victoriano al que hacía mención anteriormente y, por otra, en esa misma ciudad pero en noviembre de 1946, con los juicios de Nuremberg como telón de fondo internacional. La similitud entre “ambas ciudades” preparándose para cambios estructurales arquitectónicos y sociales también es todo un acierto.

Sí, Yo también fui Jack el Destripadores una buena lectura. 

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