Reseñas/Novedades: "El padre infiel", un retrato generacional


Elogiada por crítica y público y finalista del Premio Strega 2014, “El padre infiel” (Libros del Asteroide, 2015) es una de esas novelas que te mantiene en el limbo de sensaciones contradictorias que hay entre la depresión y la esperanza. El estilo que en ella despliega Antonio Scurati, ágil, tan brillante como complejo, gráfico y sincero, es un síntoma claro de que la literatura, lejos de morir, genera continuamente autores que son lo que se espera de ellos, contadores de historias puros, magos genuinos que convierten la unión y ordenación de sustantivos, adjetivos, preposiciones y verbos en el truco perfecto para expresar estados de ánimo y de frustración. De ahí lo de la esperanza. Entonces, ¿a qué debemos el tono depresivo de “El padre infiel”?


Tanto el abordaje del tema como las reflexiones que Antonio Scurati  arroja a la cara del lector de "El padre infiel" lo sumergen, sin compasión y con alevosía, en el absoluto caos generado por la crisis. Una crisis entendida en el sentido más amplio, estereotipado y anguloso de la palabra: esta es la historia de la crisis personal, profesional, sentimental y existencial de un hombre contextualizada en un entorno crítico, el mundo que agoniza alrededor de una gran crisis económica, social, cultural y moral. También la filosofía y la gastronomía, únicos ejes que parecen provocar empatía en el protagonista de la novela, están en crisis. Una crisis tras otra, un gran bucle sin esperanzadora luz al final. 

Pero no, esta reseña no va de la crisis porque El padre infiel” habla, sobre todo, de la tragedia, de la funesta debacle que puede producirnos la rutina vital si decidimos vivirla sin vendas y con los ojos bien abiertos. 

Lo que nos cuenta "El padre infiel" es real. Es real y es posible. Por eso es tan actual. Por eso es atrayente. Por eso es tan cruel. Y por eso tiene sentido. 

Glauco Revelli, un padre infiel muy familiar 


Glauco Revelli no estaba preparado para convertirse en padre. Tampoco para ser un marido, ni siquiera un novio y mucho menos un compañero de vida. Para lo único que estaba preparado era para ordenar entre fogones, para ser un chef de éxito profesional con una vida personal y social austera.  El mundo le decía que eso estaba permitido, que ese tipo de nuevos hombres solitarios de mediana edad también tenía cabida. Los “viejóvenes”, tal y como dirían ciertos genios del humor de nuestro país aludiendo a esta nueva etapa de la vida, son una alternativa contemplada, permitida y tolerada. Lo otro, lo de buscar una mujer, tener hijos y formar un hogar al estilo tradicional no era para él, era algo que no le pertenecía. Y así lo había creído durante años. Estaba convencido de ello.  Sin embargo, no mucho después de superar la treintena, Revelli da por hecho casi por una iluminación biológica que tiene que haber algo más, que si nuestra sociedad había fluido durante años de una manera determinada era por algo y que, por lo tanto,  su “destino” no debería estar lejos de el otros hombres que antes que él fueron también esposos y padres. Era como si, al igual que había recibido un restaurante y un oficio como herencia paterna, tuviera que adoptar una especie de compromiso con la masculinidad universal.

Glauco no se plantea si todo aquello tiene sentido o si es lo que realmente quiere: da por hecho que es lo que tiene que hacer, lo “natural”, lo lógico.  Y se pone manos a la obra para conseguirlo. El problema es que  cuando Glauco Revelli se decide a tomar posesión de su supuesto papel se da cuenta de que el rol tradicional, aquel del que tenía referentes, ya no existe. Los padres de ahora no son como los de antes. Los maridos y las mujeres,  tampoco. Lo que le espera como integrante de esa masa de normalidad es algo insólito e inestable, es algo que está cambiando y es algo que, como todo lo que le rodea, está en crisis. Solo hay una cosa que parece dar sentido a todo pero que también se lo quita: su hija, una recién llegada a la que a partir de ahora deberá dar demasiadas explicaciones sobre lo sucedido y sobre lo que sucederá.  Si es bueno o malo lo es por su hija y a ella deberá dar cuenta de sus éxitos y de sus fracasos, y si Glauco Revelli se convierte en un padre infiel no lo es tanto a su esposa como lo es a la pequeña Anna, a la que intentará proteger en un interior amniótico de un exterior neurótico* sabiendo de antemano que va a fracasar: nadie puede vivir para siempre aislado en una burbuja. 

alexader nicolas_reseñas_el pader infiel_libros del asteroide
Fotografía de la serie "Embryonic Superheroes" de Alexander Nicolas
Digo que Glauco Revelli es un tipo familiar porque su historia “nos suena”, porque sabemos que puede existir y porque es fácilmente identificable. A nivel narrativo es un personaje que está muy bien construido, que tiene todas las motivaciones para actuar (o no hacerlo) y que, sobre todo, es muy humano, con muchos más defectos que virtudes. Y hay algo más que tiene el personaje central de “El padre infiel”: es un tipo lúcidamente incómodo a través del cual Antonio Scurati nos habla de un mundo lleno de engaños y de falsas promesas donde la familia tradicional y los roles encadenados a ella han cambiado sin llegar a situarse en un su nuevo lugar, un mundo en el que los padres primerizos tienen la edad que tenían sus abuelos cuando ellos nacieron, y eso algo extraño, insólito, contradictorio. 

No voy a negar que los comentarios y la misoginia que a veces destilan las palabras de Glauco Revelli suenan reaccionarias, pero también es cierto que conllevan una reflexión interesante y fructífera que merece ir mucho más allá de la forma. 

Y para terminar, he seleccionado un fragmento del “El padre infiel” que me parece todo un acierto al igual que es un acierto la publicación de esta novela en la gran biblioteca de los asteroides

“Verás papá, tienes que entendernos. Somos una generación despojada. No desilusionada, ni tampoco desencantada porque nunca tuvimos tiempo para hacernos auténticas ilusiones ni para ningún encanto preliminar. Tenemos cuarenta años y somos adolescentes despojados. No seas severo con nosotros, papá. Lo que nos corroe es la discrepancia entre las expectativas largamente cultivadas por una infancia y una adolescencia saciadas y la realidad de un presente mezquino. Hasta ayer, y durante toda la juventud, la vida parecía ir mejorando progresivamente. Luego, sin embargo, casi de repente, justo cuando llegábamos al culmen de la edad adulta, nos ha sorprendido una inversión de tendencia. Así que, papá, estamos ahí, a un paso de la cresta, pero resbalamos cuesta abajo. Para ti fue diferente, no sé si lo entenderás; más duro, sin duda, aunque el nuestro es un destino burlón. Cuando íbamos a entrar tardíamente en la plenitud de la vida, donde pisaríamos suelo firme y por fin podríamos arañar la corteza de la tierra, resulta que en vez de eso nos descubrimos víctimas de un robo. Lo dado nos ha sido arrebatado. EL ambiente acomodado y protegido en el que nos criasteis se ha roto, la primacía de nuestro bienestar se ha destruido. Empobrecimiento, precarización, desindustrialización, desempleo. Crecimos con al promesa de una expansión infinita y en cambio vivimos en un universo en contradicción. ¿Lo entiendes, papá?”. 

Más sobre Antonio Scurati  

No hay comentarios: