Maldito
el Baudelaire de los retratos, es de la mirada perdida y penetrante
que reta al objetivo y que me mira desafiante, siempre al otro lado
del espejo. Malditos ojos. Maldito simbolismo y maldito mundo
indescifrable. Bendita Mariette quién crió al poeta y al que el
maldito dedicó unos versos de Las flores del mal, y bendita
la maldición de Sarah, la prostituta judía bizca y enferma para la
que Baudelaire también tuvo palabras: ‘Una
noche en que estaba con una horrible Judía, como un cadáver tendido
junto a otro, pensaba, al lado de aquel cuerpo vendido, en esta
triste belleza de la cual mi deseo se priva.’
Tan maldita como el poeta fue Jeanne, la Venus negra, dama
exótica y voluptuosa que inspiró una y otra vez a Baudelaire
durante su larga e intensa relación.
Fue
Jeanne la que se enfermó con y del poeta, y fue retratada por Manet (imagen abajo) quién lejos de captar la belleza de la dama, se
centró en su
decadencia física, obviando cualquier vestigio de seducción.
El retrato de la muerte. Jeanne tiene la sífilis, como su amante,
como el poeta, y le hemiplejía ha parado el reloj en una parte de
su joven rostro. Es
una mujer pródiga, mentirosa, alcohólica e ignorante.
Maldita también fue Apollonie
Sabatier, quien será musa del poeta hasta que sucumbiera a sus
deseos carnales: «Hace unos días eras una diosa, ahora eres sólo
una mujer», le dijo el poeta. Las amantes del poeta se pelean su
mente. Jeanne es sensual, Sabatier es un amor místico. Cuando la
primera lo atrae al abismo de la tentación carnal, la otra lo lleva al
campo de inspiración literaria. Una es negra, la otra es blanca. Una
es el mal y la otra es el bien. Cuando la salud de Jeanne Duval
comienza a empeorar, el maldito decide cuidarla hasta el fin de sus
días. Se siente culpable, pues él mismo está enfermo y la ha
contagiado. Baudelaire saboreó el vino de la vida y ahora saborea el
de la enfermedad. El vino de la soledad. El escritor comienza a sufrir trastornos nerviosos
y dolores musculares. Sigue cuidando a Jeanne y se automedica con
opio, quinina y belladona. Encerrado en sí mismo, experimenta el fracaso de sentirse aún vivo a las puertas de la muerte. Su amigo Balzac ya ha muerto. Otros muchos le sobreviven. Al final,
el abismo se cierne sobre él. Se queda mudo y paralítico y así
para el último año de su vida, esperando a que el pum-pum de su
caja torácica se calme para siempre. Mejor que le lloren después de
muerto, piensa.
Maldito
Baudelaire y maldita su suerte.
El
Heautontimorumenos
He
de golpearte sin cólera,
igual
que Moisés la roca,
hasta que brote de tus párpados
el
agua para mi boca.
Navegará mi deseo
en tu
llanto; sonarán
como un tambor tus sollozos
batiendo
su rataplán.
¿No soy un acorde falso
de una
bella sinfonía,
mientras me sacude y muerde
esta voraz
ironía?
Ella es sangre de mi sangre
y de mí
mismo el reflejo.
La furia en mí se contempla,
yo soy
su siniestro espejo.
Soy la herida y el cuchillo,
soy
el esclavo y el yugo,
el penado y la prisión,
la
víctima y el verdugo.
De mi propio corazón
condenada
a ser vampiro,
y a reir sin más razón.
Risa que, al
fin, es suspiro.
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