Es curioso de que la historia apenas tenga algunos ecos a la figura de Heliogábalo y que su historia haya pasado desapercibida a pesar de ser una de las más llamativas de la antigua Roma por lo transgresor de sus prácticas. Su mandato apenas duró cuatro años y su gobierno fue breve y perverso como su propia vida: el emperador murió ahogado en una de sus letrinas a manos de sus propios hombres a los 19 años de edad.
En la Historia Augusta -una obra anónima del siglo IV— su autor pide disculpas a los lectores al repasar algunas de las prácticas sexuales de Heliogábalo por considerarlas "vergonzosas con sólo normbrarlas". Años después, en el siglo XV el humanista Elio Lampridio evita de nuevo profundizar en la biografía del emperador describiéndolo como "una bestia de lujurias antinaturales". Tampoco el alemán Barthold Georg Niebuhr en su revisión de la historia de Roma de 1844 describe nada sobre el emperador por considerar que sus prácticas eran "demasiado desagradables para aludir a ellas". Sólo en el siglo XIX algunos intelectuales reivinidicarían su figura como el primer transgénero de la historia.
Lo cierto es que si hacemos un resumen de las prácticas de Heliogábalo, que Nerón incendiara los cimientos de Roma o que Calígula se dedicara a decapitar súbditos y a nombrar a sus caballerías cónsules parece una chiquillada. Quizá no por la crueldad, pero sí por el escándalo que aquellas prácticas causaban entre sus súbditos. Y es que, al parecer, el joven emperador, quien había subido al poder de forma casual a instancias de su abuela materna, se entregó al vicio y a la lujuria dejando totalmente de lado sus obligaciones políticas. Los cambios o reformas que hizo atendían fundamentalente a estos impulsos primarios: favoreció a todos sus amantes e ignoró todas las tradiciones religiosas y los tabúes sexuales de Roma. Reemplazó al dios Júpiter, cabeza del panteón romano, por un nuevo dios de carácter menor, Deus Sol Invictus, y obligó a miembros destacados del gobierno de Roma a participar en los ritos religiosos en honor de esta deidad, que él dirigía personalmente y que incluían prácticas sexuales homosexuales e incluso sacrificios humanos. Incluso se le llegó a acusar de prostituirse en el palacio imperial. Finalmente, su comportamiento y su falta de compromiso con el poder provocaron el rechazo de la Guardia Pretoriana, el Senado romano y finalmente del pueblo de Roma. Por eso, algunas fuentes aseguran que quizá sus prácticas han sido exageradas con el objetivo de ensuciar, más si cabe, si persona.
El joven Heliogábalo vivía junto con su familia exiliado en Siria, pues todos los parientes de Caracalla fueron desterrados cuando su sucesor, Marcus Opellius Macrinus, llegó al poder. Su abuela materna, Julia Maesa, tramó desde las tierras sirias un plan para restituirse como familia imperial de Roma gracias a su nieto mayor. En su conspiración, aseguraban que Heliogábalo era hijo ilegítimo de Caracalla y que, por lo tanto, todos aquellos que habían jurarlo lealtad al anterior emperador debían hacer lo mismo con su legítimo heredero. El plan salió bien y, con apenas 15 años, Heliogábalo se convirtió en Emperador.
Heliogábalo realizó sus primeras reformas nada más llegar al poder. La primera, "cambios en la religión", En su Siria natal Heliogábalo era el sumo pontífice de El-Gabal, un antiguo dios solar semítico encarnado en un betilo —un meteorito sagrado, como La Kaaba islámica— tallado en forma fálica. Una de las primeras medidas de su gobierno fue la de latinizar el nombre de la divinidad y llevar la piedra a Roma. El historiador romano Herodiano cuenta que lo peor, no obstante, era la indignidad con la que Heliogábalo oficiaba el rito vestido de mujer ante aquel pene gigante. Para cúlmen, decidió casarse con una virgen vestal, lo que provocó las iras del Senado.
Sobre lo demás, podemos indagar más o menos, pero por hacer un resumen, podemos decir que el emperador Heliogábalo ejerció la prostitución, practicó el bondage, ofició sacrificios humanos, se casó con dos hombres, reclutó un ejército de prostitutas, construyó una torre de suicidio donde recreaba su propia muerte e intentó cambiar de sexo quirúrgicamente para agradar a uno de sus maridos, del que se condiraba su reina, su esposa.
Al parecer, durante su reinado sus prácticas se fueron agudizando y cada día el emperador de abandonaba a placeres más groseros y violentos y sádicos. En 1911 John Stuart Hay lo calificó como ejemplo claro de "psicópata sexual". Realizó diversos sacrificios humanos en honor de su dios entre los que se incluían niños de noble cuna y bella apariencia en cuyas entrañas leía los augurios y expulsó a mujeres de prostíbulos para convertirse él en la única meretriz del lugar. Por supuesto, las orgías estaban a la orden del día en su palacio y sus invitados eran agasajados con increíbles delicatessen culinarias como la morcilla de pescado y con interminables lluvias de rosas en la que los invitados eran literalmente sepultados.
Poco se ha hablado de su evolución política (de hecho, como hemos dicho, el poder lo tenían su madre y su hermana, que a su vez pronto ingresaron como miembros activos del gobierno) pero sí de su evolución personal. Aunque eran muchos los senadores y políticos romanos que acostumbraban a maquillarse, Heliogábalo lo hizo cada vez de forma más exagerada y femenina, llegando a travestirse en algunas reuniones del Senado. Según algunas fuentes, su intención iba más allá, ya que quería cambiar de sexo de forma definitiva y llegó a ofrecer preguntar a los médicos si podían idear la manera de introducir en su cuerpo una vagina de mujer por medio de la incisión, prometiéndoles a cambio enormes sumas de dinero.
Al igual que muchos otros mandatarios, Heliogábalo no fue sino una marioneta en manos de su propia familia. Cuando el joven tenía 18 años y estaba totalmente entregado al éxtasis y el placer, su abuela y su tía, las mismas que le habían hecho emperador, decidieron que su cabeza rodara. Su propia guardia lo ahogó en unas letrinas. No murió solo. Su madre y su marido también fueron asesinados. El cuerpo del emperador fue arrastrado por Roma tirado por caballos y su cuerpo no recibió sepultura, pues fue arrojado al Tíber. Dicen que su sucesor ordenó al Senado que su nombre fuera borrado de los registros y que su cara fuera borrada de las estatuas. Dehecho, apenas se conservan esculturas con su rostro. Nada mejor que la ausencia para propiciar el olvido.
Artículo de Rubén Díaz Caviedes en Jot Down Cultural Magazine
Heliogábalo, el anarquista coronado, de Antonin Artaud
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