[releyendo a Cortázar

Con motivo de una reciente entrevista con la escritora Yolanda París, autora del libro de relatos “Algunas Historias de Amor”, me sumergí en las calles de la capital francesa para seguir una vez más los pasos de la Maga. Ya lo había hecho algunas semanas antes, mientras se gestaba el editorial de marzo de VULTURE. En todo caso, me reencontré con Cortázar. Os dejo aquí, copiado textualmente, el capítulo siete de esta novela, probablemente, uno de los fragmentos más bonitos con los que me he tropezado hasta ahora.

“Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y vienen con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura, Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorver simultáneo del aliento, esa instántanca muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar junto a mí como una luna en el agua”.


Rayuela, Julio Cortázar, 1984.