[desparásito

Empieza por arriba porque cree que es lo más lógico. Abre el embalaje de farmacia, saca el pequeño instrumento y se lo pasa por la cabeza. El roce del metal con el cuero cabelludo hace que el vello de los brazos se le erice y que su espalda se desvertebre alimentando un grado mínimo pero audaz de placer. Mientras el despiojador hace su tarea, le vienen a la cabeza las palabras de un escritor que afirmaba que aunque los peines no eran especialmente amigos de los crímenes, su morfología y estructura los emparentaba con algunos artilugios de tortura y desgarramiento de piel clásicos. No siente nada al reafirmar las palabras de aquel hombre cuando ve el peine en su mano ni al reconocer el ritual que acaba de comenzar. En su caso, el dolor y el placer siempre han ido de la mano y ahora, sin fuerzas y sin ropa frente al espejo, la tortura es sólo una probabilidad lejana muy poco desagradable, tan poco desagradable como hacer macramé con jirones de su propia piel. Sólo piensa en su madre y en cómo se abandonaron con el paso del tiempo. Y eso sí que le pinza la boca del estómago. Una vez en la ducha, la líbido le lleva a recrearse en la piedra pómez arañando su brazo, arando la epidermis como si fuera tierra húmeda. Sin embargo, la mano y la razón la arrastran hacia un gel exfoliante inundado de partículas minerales, algo mucho más inofensivo y menos abrasivo para su cuerpo, por desgracia. Al salir, los pies resbaladizos se colocan sobre con los una vieja manta naranja y ella se seca con una toalla blanca que enseguida cae al suelo mojada, pesada, compacta. Se corta las uñas y se rasura el pubis. La toalla se llena de restos durante el proceso.

La idea de desparasitarse le había venido después de soñar con un candirú que, atraído por el olor de la orina, había encontrado su orificio anal y se había introducido en su cuerpo convirtiéndola en una huésped para siempre. El pez vampiro actúa así de directo, chupando la sangre de los humanos desde lo más oscuro de su ser, o eso al menos le había contado semanas antes un charlatán del Amazonas. Lo primero que hizo al despertar de su pesadilla fue preparar una maleta y marcharse a la montaña. Dejó a Lola durmiendo la borrachera y le explicó en una breve nota su rechazo a todo aquello que trofiaba su vida. Luego mandó un e-mail a su jefe y llevó a Matt a casa de una antigua amiga. Después canceló las cuentas del banco, desconectó el teléfono móvil y dejó su alianza en la repisa de una ventana, como esperando que alguien la encontrara y relevara su turno. Cuando estaba a más de setecientos metros de altura, tiró las llaves del coche en el lago y entró a la cabaña en la que había visto a su madre por última vez.

De nuevo frente al espejo, en un cuarto sin ventanas, la mujer sigue desnuda. Hay vapor y la luz artificial apenas tiene potencia, amarilleando el aire. Algunas gotas caen con sigilo entre los pechos de la mujer, dibujan su cuello, su ombligo, saborean su cintura. La larga melena de antaño es ahora masculina y está llena de trasquilones caseros. Su aspecto, a pesar de todo, le gusta más que nunca. Completamente alejada del mundo, la soledad ya la ha convertido en un desparásito, en un ser desvinculado de la vida, adherido a la nada, comprometido con el aire. Un desparásito que busca desintoxicarse y que tiene claro que el suyo es un estado larvático, crisálido, pupáreo. Pasajero. Mutable a corto plazo. Cambiante como cualquier otro estado del ciclo vital excepto la muerte. La mujer ahora cierra los ojos y se imagina a sí misma abriéndose el pecho y arrancándose la vida, estrujándo su corazón, que se abre y se cierra continuamente como una esponja que escupe sangre. Un corazón que es enorme, un corazón que es el parásito más grande de los que han marcado su existencia. Un corazón que ella no eligió y que se instaló pronto en su cuerpo guiándo todos los pasos de su vida hasta aquel momento. Un corazón que mañana, con el Sol, habrá dejado de latir en un cuerpo limpio y desparasitado, totalmente purificado, enjabonado por el aire y sólo. Completamente sólo. Completamente vacío. Vacío y rodeado de cipreses en una montaña. Lejos del mar.