Reseñas: Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques

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«He oído rumores sobre ese libro. Todo el mundo querría pillar ese libro». Los jóvenes poetas Red Berrigan, Aram Saroyan y Duncan McNaughton expresaron así uno de sus deseos literarios más íntimos a Jack Kerouac durante una entrevista en octubre de 1967 . El libro al que hacían referencia era “Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques” y llevaba escrito ya casi dos décadas. Aún así seguía siendo un libro fantasma, un manuscrito del que todo el mundo sabía su existencia pero que aún no había pasado por la imprenta. ¿El motivo? En él se contaban unos hechos que incluían un homicidio en el que se vieron implicados William S. Burroughs y el propio Jack Kerouac. En aquel otoño previo al verano del amor ambos escritores eran ya famosos, los abanderados de la llamada generación beat. Sin embargo los hechos que cuentan y el momento en el que los escribieron a cuatro manos (1944 y 1945) ocurrieron cuando Burroughs y Kerouac eran unos auténticos desconocidos. ¿Se trata entonces de una novela iniciática? ¿Qué valor literario puede atribuírsele? ¿Estamos ante el primer testimonio escrito de la beat generation o ante la crónica de un hecho puntual que desató una de las corrientes literarias más importantes del siglo XX?


Verano de corrupción



Antes de “On the road” (En el camino), “Naked lunch” (El almuerzo desnudo) y “Howl” (Aullido), Kerouac, Burroughs y Ginsberg vivían en habitaciones alquiladas en Nueva York. A menudo se trataba de tugurios que habían de compartir con otros y otras, a veces amantes, a veces amigos y otras veces compañeros de creación. Otras nada de lo anterior. A menudo bebían demasiado y a menudo no tenían dinero ni para pagar la comida ni las copas. Únicamente Burroughs, que por aquel entonces acababa de superar la barrera de los treinta y tenía un buen respaldo familiar, disponía de algo en efectivo para poder pagar sus vicios y los ajenos. En agosto de 1944 Kerouac planificaba enrolarse de nuevo en un barco mientras Ginsberg, recién cumplidos los 18 y apenas superado su primer semestre en la universidad todavía tenía miedo de aullar por la noche. La generación beat no era ni siquiera un sueño, ni un anhelo, ni una necesidad. La guerra todavía no había acabado y los próximos escritores perdidos, los nuevos Scott Fitzgeral, Faulkner, Steinbeck o Dos Passos todavía estaban por llegar. Pero aquel verano lo cambió todo.

Aparentemente el grupo de jóvenes beat tenían poco en común. Eran de diferentes edades y de diferentes orígenes sociales. Entre todo este variopinto grupo había un tipo con aspecto de gánster, un brillante poeta hijo de poeta con dotes matemáticas, un magnífico deportista y un profesor de educación física algo dejado que trabajaba como conserje. Eso sí, si hubieran tenido que elegir probablemente todos hubieran querido ser Rimbaud antes que Verlaine. A excepción de Kammerer. Burroughs hubiera dudado. Y sí, había algo más que los unía a todos, un punto en común, un detonante, una persona que se había convertido en catalizador de su atención sin que ellos apenas pudieran darse cuenta. Se llamaba Lucien Carr, podría haber sido una reencarnación de Rimbaud y desde 1944 su nombre a menudo se asocia poco a la producción y mucho a una suerte de leyenda negra de la literatura, aunque estando cerca de los beats lo segundo siempre era probable.

“A Lucien Carr los amores le duraron mismo que un capricho o, mejor todavía, los caprichos le duraron lo mismo que un amor. (…) Fue Carr quien los presentó, fue Carr quien unió a la santísima trinidad de la generación Beat, fue su belleza, su mirada, su pose de poeta maldito, su ansias de liberación, su fuego interno y sus mil palabras que lo que quemaban, de a poco, por dentro, palabras que quería escupir”.

Lucien Carr presentó a los que más tarde serían los miembros de la generación beat. David Kammerer, a quien Carr conocía desde la adolescencia, había sido compañero de Universidad de Burroughs. Por otra parte Lucien fue compañero de Allen Ginsberg en Columbia. A Carr y Kerouac les presentó Burroughs, ya que éste último también era conocido de la novia de Jack. Lo curioso de todo esto es que de todos ellos Carr fue el que menos repercusión tuvo a posteriori. De hecho de no ser por los hechos que se cuentan en “Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques”, su nombre ni siquiera se relacionaría con la generación beat...¿o sí?

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Prácticamente todos los lectores que llegan hasta “Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques” conocen parte de los hechos que se cuentan en ella. A modo de resumen: Kammerer estaba obsesionado con Carr y una noche, entre alcohol y delirios, el segundo mató al primero clavándole una navaja y tirando su cuerpo al río Hudson. Tras cometer el crimen Carr se lo confesó primero a Kerouac, que le indujo y ayudó a deshacerse del arma, y después a Burroughs, quien le convenció para que buscara un abogado y se entregara a la policía alegando que Kammerer era homosexual y se había visto ofendido en su honor. Carr fue encarcelado y pasó varios años en un correccional. Kerouac fue condenado a pagar una cuantiosa fianza por encubrimiento. Burroughs desapareció durante una buena temporada. Allen Ginsberg pudo mantenerse, al menos aparentemente, al margen de estos hechos.

El final de la Nueva Visión. El principio de todo lo demás



“Lucien no escribió una sola palabra, nunca, en toda su vida y sin embargo o a pesar de eso se esforzó en crear un nuevo movimiento literario, al que Ginsberg llamó La Nueva Visión (en contraposición a Una Visión [tratado de William Butler Yeats]), y como no pudo escribir hizo algo muy parecido: hirió.”

Lo más curioso de todo esto es lo que aconteció a partir de estos hechos, conocidos por la prensa de la época como “el crimen de Columbia”.

El rebelde Lucien Carr, el inconformista, el erotizador que hacía de la seducción su mejor arma de ataque y defensa, sentó la cabeza. Dejó de ser un beat y se convirtió en un periodista con una larga carrera profesional y una familia estable. Ni rastro del espíritu de Rimbaud. Burroughs, por su parte, se hizo adicto a la morfina, a la heroína y a cualquier opiáceo o droga, y vivió durante años en Tánger esperando a escribir una novela que volviera a todo el mundo loco. Su expediente delictivo no volvió a estar limpio. Sobre Kerouac, tras su viaje con Cassady,  comenzó un noviazgo eterno con el alcohol que le condujo a una cirrosis crónica que acabó por ser la causa de su muerte en 1969. Cassady murió un año antes por una sobredosis de barbitúricos. Y Ginsberg, el más joven de todo el grupo, se decantó por el LSD y los hongos alucinógenos, se convirtió al budismo y vivió entre la India y Marruecos durante años siendo el auténtico eje de los beat (posiblemente era el que más talento a nivel literario tenía de todos ellos).

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Quien busque en “Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques” una obra maestra puede tenga una opinión previa idealizada. Este libro es una historia escrita por unos donnadies y sobre unos donnadies y se parece demasiado una confesión. Es una crónica, una narración de hechos sin valoración ni sentimentalismos. De hecho años después Kerouac diría de ella que era "un retrato del segmento 'perdido' de nuestra generación, nada sentimental, honesto y sensacionalmente real", con un toque existencialista podríamos añadir. Eso sí, a nivel biográfico este libro tiene un valor documental incalculable porque pone interactuando en un mismo escenario a los miembros más destacados de la generación beat. Interesantes son también los temas que trata (amistad masculina, amor obsesivo y fijación con la muerte), muy presentes y recurrentes en los escritores norteamericanos de las generaciones siguientes.

“Nadie, excepto Carr, pudo librarse de la historia de Lucien con todos los miembros de la generación Beat: la reescribieron un millón de veces, en un millón de libros, cuentos, novelas, biografías autorizadas y por autorizar, artículos demandados y aprobados y ensayos”

La historia que se cuenta en “Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques” aparece reflejada en multitud de libros y biografías sobre los beat. Sin embargo el relato contado por quienes lo vivieron en primera persona se mantuvo inédito durante más de 60 años. Cuando se publicó en 2008 todos sus protagonistas habían muerto. Curiosamente el último en hacerlo fue Lucien Carr, aquel falso Rimbaud que los unió a todos y que después pidió a voces que su nombre fuera apartado para siempre de los beats.

P.D 1: “Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques” fue escrito por Burroughs y Kerouac, y en él queda “excluida” la visión de los hechos de Allen Ginsberg, aunque él también la plasmó, de forma velada en su genial poema “Aullido”, que por cierto dedicó a Lucien Carr en un principio aunque tras la primera edición, Carr pidió que ninguna más llevara esta dedicatoria. Si os interesa esta historia y la relación entre Carr y Ginsberg, os recomiendo la película “Kill Your Darlings” (2013).

PD: Los fragmentos en negrita pertenecen a un fantástico artículo sobre Lucien Carr del que os dejo el enlace.


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