Escritores: J.D Salinger, un tipo con malas pulgas

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Hay quien lo llama “el mal genio de los genios” y quien lo denomina “neurosis del artista” pero en realidad se trata, únicamente, de mal humor. Aunque claro, en el caso de los escritores o creadores que admiramos da la sensación de que debemos justificar su mal carácter apelando a esa genialidad que los distingue del resto de los mortales. Es la única explicación que nos vale, alguna desgracia ha de cernirse sobre su “prójima” cabeza a cambio de un talento para los demás inalcanzable. Pero es pura estadística: los habrá más simpáticos o más guapos, más aseados, menos divertidos o exactamente igual de vanidosos que tu vecino del quinto. A pesar de todo, “la vida es una tragedia si la ves de cerca y una comedia si la miras con distancia”.  Esto lo dijo Chaplin, quien de puertas para adentro también  tenía un carácter de perros. Curiosamente Charles Chaplin y J.D Salinger compartieron algo más que su mal humor: cuando el cineasta conoció a su última esposa, Oona O´Neill, ésta supuestamente mantenía un romance con el escritor.  Será la casualidad.  

Hoy se cumplen cinco años de la muerte de J.D Salinger. Si googleas su nombre y pinchas en imágenes encontrarás muchas fotografías de un Salinger joven, sobre todo de principios y mediados de la década de los años cincuenta, con su novela recién convertida en un fenómeno editorial. El look impecable, peinado hacia atrás, elegante, a veces fumando. También hay imágenes  de la II Guerra Mundial en las que J.D Salinger aparece vestido de soldado. Sin embargo verás pocas fotos de Salinger mayor. Una de ellas, posiblemente la más difundida, es una en la que el escritor aparece intentando agredir a un periodista (la que encabeza este artículo). Por aquel entonces J. D Salinger rondaba los setenta años y llevaba más de dos décadas aislado en una casa de campo que le servía como atalaya desde la que observar un mundo que en realidad nunca había dejado de disgustarle. Cumplía así  uno  de los deseos que Holden Caulfield, protagonista de “El guardián entre el centeno”

 “¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si pudiera elegir? (…) Muchas veces me imagino que hay un montón de niños jugando en un campo de centeno. Miles de niños. Y están solos, quiero decir que no hay nadie mayor vigilándolos. Sólo yo. Estoy al borde de un precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan a él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Vigilarlos. Yo sería el guardián entre el centeno. Te parecerá una tontería pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura”.

En una lectura de representaciones (evidente, nada novedoso) Holden es Jerome David (J.D) y al revés tal y como desvelan los apuntes biográficos que ambos comparten. A lo mejor crear tu propia atalaya, eso de vivir al margen, es propio de los que sufren el “síndrome de Peter Pan”. La evidencia es que durante cuarenta años conseguir una declaración o una imagen de J.D fue un deporte de riesgo practicado por críticos literarios, editores, lectores y fotógrafos. Quizá lo único que le ocurría en el fondo era que a J.D no le gustaba verse como un hombre mayor porque odiaba a los adultos o porque él mismo se había convertido eso que tanto le repelía.  Y a lo mejor por eso la reacción ante la foto o que en 2009 y a los noventa años de edad se embarcara en una importante batalla judicial contra el escritor sueco Fredrik Colting para frenar la publicación en EEUU de  “60 años después: recuperándose del centeno” , presunta continuación de su libro en el cual se presenta a un Holden Caulfield septuagenario que quizá, como el propio Salinger, llevara años viviendo en una fortaleza de ladrillos, absolutamente en soledad, habiendo roto su entorno, sin recibir visitas y lleno todavía de una rabia y un odio que aún no ha aprendido a administrar. 

Gestación en el centeno 

La furia con la que Holden Caulfield se enfrenta al mundo, esa ira que cuestiona clases sociales, relaciones familiares y que pone en evidencia lo peor del americano ( y del ciudadano del mundo en general) es un reflejo del tsunami de sensaciones y sentimientos que el autor sentía en los albores de 1951, año de la publicación de su famosa novela. No me refiero a la “anécdota” que aparece en el primer párrafo de este artículo. El eco se extiende mucho más allá del desengaño amoroso como fruto de una acumulación continuada. Por lo más reciente en su eje cronológico,  en un periodo de apenas cinco años el escritor había sufrido una serie de impactos de largo alcance: durante la contienda mundial Salinger participó en dos acontecimientos feroces y duros como la batalla del Bosque Hürgten (la más sangrienta para el ejército norteamericano en la que perdieron la vida más de 50.000 soldados) y la liberación del campo de concentración de Dachau. En este último caso su labor era absolutamente impactante porque, como miembro de la brigada de contraespionaje, Salinger tenía entre sus cometidos la observación y el estudio, las entrevistas de campo y la elaboración de informes. A esto tenemos que unir que probablemente al finalizar la II Guerra Mundial el escritor viajó a Viena para buscar a la familia judía con la que había vivido durante su estancia en Europa en 1936, y entonces descubrió que ninguno de ellos había sobrevivido al Holocausto. Instalado cerca de Núremberg durante los procesos emprendidos por iniciativa de las naciones aliadas tras el fin de la guerra, J.D Salinger pidió su ingreso voluntario en una institución mental. “Estrés postraumático” o simplemente necesidad de huir de un mundo que le había demostrado su cara más cruel e inhumana. Al salir de su internamiento se casó con una joven alemana con la que volvió a EEUU en abril de 1946. En julio de aquel mismo año, antes de cumplir su aniversario de boda, ella regresó a Europa y le pidió el divorcio. Salinger está de vuelta en casa, en paz, pero su rabia todavía estaba dentro de él, y vio la luz en el año 1951.
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Imagen tomada durante la II Guerra Mundial y único documento en el que Salinger aparece escribiendo "El guardián entre el centeno". Foto de Denise Fitzgerald

Más allá del éxito 

Durante los años cincuenta y principios de los sesenta la fama de J.D Salinger y su notoriedad como autor no dejó de crecer como tampoco lo hacían las tiradas de su guardián.  La controversia sobre su persona también aumentó proporcionalmente. Tras el éxito de El guardián entre el centeno publicó otra novela igualmente exitosa y que la crítica valora incluso mejor que la primera: "Franny y Zooey" (1961), en la que  se vislumbran pinceladas de la vida familiar del autor. Raise High the Roof Beam, Carpenters and Seymour: An Introduction, publicada en 1963 es su última novela porque al año siguiente y por voluntad propia  Salinger decidió desaparecer del mapa. Publicó un último cuento en 1965  y en 1974 concedió una entrevista por teléfono a The New York Times. Nada posterior lleva su firma ni está respaldado por él públicamente. En 2000 su hija Margaret publicó "Dream Catcher (“El guardián de los sueños”), donde retrata a un hombre tiránico con los que le rodeaban y que vivía prácticamente en reclusión, obsesionado con su obra y también con la espiritualidad. No es un retrato amable, no se destila allí un amor fraternal. 

Algunas hipótesis afirman que Salinger nunca encajó bien su éxito y que eso forjó su complicado carácter. Personalmente creo que se sintió decepcionado porque lo que para él fue un acto de rebeldía, una historia que iba contra el mundo sin tabús, se convirtió en un auténtico éxito de masas contra todo pronóstico. Quizá le dio rabia que algo que el mundo debería “leer” con asco se convirtiera en un libro de culto. Según cuentan, Salinger llegó a decir en una ocasión que no publicar para él era una bendición. Es raro porque los escritores suelen sufrir un síndrome que les impide tener los dedos quietos y lo hacen para ser leídos. Pero a lo mejor fue precisamente eso lo que le pasó más factura: que la lectura de su obra fuera equivocada y por eso “frenó” de cara a la galería y escribió para sí mismo. También dicen que J.D Salinger pasó diez años escribiendo "El guardián entre el centeno" y que estuvo el resto de su vida arrepintiéndose por ello. Demasiado tiempo para tal empresa. 

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