Novedades: El cielo de Lima. Juan Ramón antes de Zenobia


La de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí es una de esas grandes (y pocas) historias de amor que, por tener como marco de fondo la biografía de una figura destacada de las letras, se convierten en eternas. La devoción que el onubense sentía hacia la mujer con la que compartió cuatro décadas de matrimonio es indiscutible y queda reflejada en los distintos proyectos literarios del escritor. La muerte de Zenobia en el año 1956 supuso también la peor de las desgracias para el poeta, que pasó los dos últimos años de su vida sumido en una profunda depresión y anhelando a la mujer que, lejos de estar a su sombra, se convirtió en su auténtico faro de luz. Pero antes de que Zenobia irrumpiera en la vida de Jiménez hubo otras damas que atrajeron la atención del escritor. La más llamativa de todas fue Georgina Hübner, un fantasma que llamó a la puerta del poeta desde el otro lado del Atlántico en el año 1904. “El cielo de Lima”, de Juan Gómez Bárcena, es una novela que profundiza sobre esta curiosa historia de amor epistolar transcurrida en el Perú y la España de principios del siglo XX.




Imagen principal: Mujer ante el espejo, de Edouard Manet
En el año 1904 Juan Ramón Jiménez ya había conocido el amor. Lo había conocido en 1901 durante su estancia en el sanatorio del doctor Lalanne en Francia al enamorarse plantónicamente de la niñera de los hijos de éste; también a su vuelta a España, un año después, durante su internamiento en el Sanatorio del Rosario, cuando cayó profundamente enamorado ante los encantos de una de las hermanas más jóvenes de la congregación; y, por qué no decirlo, lo conoció también alternando en los salones del Madrid de 1903 cuando se cruzó en su camino Louise Grimm, descendiente directa de los famosos Hermanos Grimm y, por entonces, una mujer casada. Hablamos, en los tres casos, de amores puramente platónicos, dibujados con mayor o menor suerte en los versos de la primera etapa literaria del poeta de Moguer.



Lo que le ocurrió en aquel cuarto año del nuevo siglo fue algo totalmente distinto y también inesperado. Una muchacha joven que aseguraba ser una fiel seguidora peruana y que respondía al nombre de Georgina Hübner se puso en contacto con el poeta, vía carta, pasa solicitarle que le enviara algunos ejemplares de sus libros. El poeta aceptó y con aquel primer envío comenzó un intercambio de cartas que duraría varios meses. Pasado un tiempo, Juan Ramón Jiménez recibió un mensaje desde Lima comunicándole el fallecimiento de Georgina y el escritor, dolorido por haber perdido a la que consideraba su amiga a pesar de que nunca la había visto ni en persona ni en foto, le dedicó un bonito poema que se publicaría años más tarde en su libro Laberinto (1913). Después de Georgina, Juan Ramón Jiménez se reencontró con Louise Grimm en 1907, ahora ya separada de su marido, e incluso conoció el amor carnal en una affaire veraniego con una joven llamada Susana Almonte. Años más tarde, en 1913, llegó Zenobia y con ella la estabilidad, el matrimonio y el amor sereno y correspondido.



Dentro de la novela: creando una musa de la nada



Hasta aquí todo normal: una vida no demasiado azarosa en lo que al amor se refiere y discurrida entre centros de salud mental y su pueblo natal al cobijo de poemas, lecturas y círculos intelectuales. Sin embargo, todo cambia si anotamos que Georgina Hübner no existió jamás, que fue la creación artificial de dos jóvenes aspirantes a escritores limeños. ¿Por qué inventar algo así?, podríamos preguntarnos. La respuesta es sencilla, porque lo que los jóvenes limeños que inventaron a Georgina únicamente pretendía acercarse al poeta para conseguir algunos originales firmados de su puño y letra de tal forma que éste no pudiera negarse. Una joven inocente, enamorada de los versos, era una buena opción para conseguirlo. Sin embargo, una vez que el escritor cooperó amablemente con ellos contestando a la primera carta y ávidos de mimetizarse y contagiarse del talento literario del hombre al que tanto admiraban, decidieron seguir con la “broma” aunque esta vez con un segundo y mucho más profundo objetivo: crear una musa perfecta a la que Juan Ramón Jiménez le dedicara un poema o, quién sabe, incluso una novela. Ni que decir tiene, que como todas las musas de los grandes escritores, también Georgina murió de forma trágica, aunque en esta ocasión a manos de sus propios creadores, que tuvieron que darle muerte cuando el “juego” se les había ido de las manos.



La historia de la relación epistolar entre Juan Ramón Jiménez y Georgina Hübner es cuanto menos digna de contar. También lo es la historia de José Gálvez Barrenchenea, quien años más tarde ocuparía importantes cargos políticos en su país, y Carlos Rodríguez Hübner, los dos jóvenes aristócratas peruanos (y estos sí reales) que pusieron en marcha aquella argucia. Estos personajes son los protagonistas de “El cielo de Lima”, la novela de Juan Gómez Bárcena que recrea de forma magistral eimaginativa esta anécdota literaria para convertirla en un documentado reportaje histórico sobre el Perú finisecular, sacudido por la aparición y organización de los movimientos sociales, las revueltas campesinas y obreras y por el llamamiento generalizado a la revolución.



La obra de Gómez Bárcena nos dibuja a los dos personajes centrales como dos opuestos en un mismo escenario que pese a sus diferentes orígenes e inquietudes están atrapados igualmente dentro de su propia historia personal y de su alta posición social. A la vez, ambos son conocedores también de que están transgrediendo los límites por conseguir su deseo de ser escritores. ¿Y qué papel juega Georgina en todo esto? La Georgina que estos dos jóvenes crean para el Maestro (así llaman a Juan Ramón Jiménez en la novela) tiene rasgos reales, posiblemente rasgos de las madres, las hermanas, las primas o las amantes de los escritores que le han dado vida, y que se van definiendo y configurando poco a poco conforme ellos entienden que podría gustarle al maestro. Y aunque Georgina no exista como tal, seguramente sus creadores la vieron reflejada cientos de veces en muchas de las mujeres de su vida, en las que habían sido o serían sus novias, en sus amigas, en sus amantes, en las futuras madres de sus hijos, en las prostitutas de los locales del lumpen o en las putas de los burdeles de los caucheros adinerados. Georgina es todas las mujeres y no es ninguna de ellas. Georgina es un ente que tiene voz pero que no habla y que siente aunque no tenga sentimientos. Eso sí, siempre manejada al antojo de dos veinteañeros que se están conociendo a sí mismos y a su mundo gracias a la creación de este jugoso personaje literario.



Brillante, pues, esta historia de la fantasma limeña que a buen seguro robó el corazón del poeta Juan Ramón Jiménez.


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