Me da igual que tengas un do de pecho, don de la palabra y el “dónde” retórico de los poetas. No me importa que fumes con desparpajo o que tus pantalones te caigan sutilmente por la cintura. Me es indiferente el color de tus ojos, los rizos de tus pestañas o los hoyuelos que dibujan tu sonrisa. Me da lo mismo que el azul de tu apellido corra también por tus venas y que a pesar de eso tu cerebro sea rojo e imprevisible, con la salud que sólo la juventud sabe imprimir a las palabras. De nada sirve que inspires cientos de letras, que leas manifiestos o que mis versos caigan siempre en tu olvido, un gran saco vacío repleto de buenas intenciones. (Quiero que tus letras me digan un toma y no dos te daré).
Me parece imposible que no te acuerdes de que una vez llenaste mis bolsillos de sal y de que mi mundo quedó ceñido por ti a las estatuas que trajiste con tus mitos y leyendas. Me parece indecente acordarme de tu rostro sólo para limpiar mis ojos, y me parece innombrable tu nombre ahora que eres Ángel Caído. Me parece que es tarde para casi todo, y a estas alturas ni me acuerdo de que eres un número primo, puro e indivisible, a pesar de que sumar y dividir(me) a tu lado me parece un juego sencillo.
El hecho de no tenerte delante no implica que te reconozca aún como material cerámico, indómito, inoxidable, a veces indeseable pero siempre so fucking special. Ahora hablamos de mí, que soy semiconductor de sensaciones y gritos y que nunca he rechazado un botón de tus enérgicos electrones a pesar de ser demasiado permeable. Vuelvo a hablar de ti cuando te digo que el hecho de que no te ciñas a las reglas tampoco me parece una lucha titánica, porque a mis ojos tu anarquía no es sino un compromiso tácito con tus ansias de libertad. Y luego hablo de nosotros cuando te digo que el hecho de no ser tú me convierte en tu alter ego en otros lares y en otras líneas donde el protagonista no tiene porqué ser feliz.
Hechos que no palabras es lo que pido cuando los espejos son ciegos y no me ven, cuando escribo versos a oscuras en un tonel y tu vienes y te vas entre mendigos y ropa sucia, entre pesadillas dulces y jóvenes con los que follaría, y aparecen tus recuerdos tostados que saben requemados de tanto usarlos, y te rememoro leyendo para mí en esos días en los que parecía que el mundo estaba cambiando y el patio todavía olía a café. [“Le gusta Copey cuando lee” decían de John Reed mientras planeaba una revolución].
¿Por qué no una evolución revolucionada? Te pregunto. ¿Por qué no un cambio de material? ¿Quién te dijo que no puede cambiarse a número primo? ¿Quién te miente sobre las revoluciones evolucionadas? No le hables de corrosión a la Gorgona. ¿Dónde está ahora John Reed? Dime quién no te dijo que el que sólo mira al pasado se perderá en el futuro. ¿La lista de tus normas? ¿Un infeliz desenlace? ¿Un tonel? ¿Arena? ¿Sal? ¿A qué esperamos para nuestra ®evolución?
No hay comentarios:
Publicar un comentario