[carta abierta a alberto torres blandina

(O una excusa como otra cualquiera para leer Mapa desplegable del laberinto)
No recuerdo muy bien cuando fue la última vez que hablamos. No se si fue en mayo o en junio. Más bien nos escribimos. Nos escribimos de música, de alguno de tus conciertos y por supuesto hablamos de tu última novela. Estuve todo el verano buscando la fecha para comprar Mapa desplegable del laberinto, pero a la vez, también poniendo mil excusas para no hacerlo: que si hoy no llevo dinero, que si hoy he quedado y se me hace tarde, que si hoy hace mucho calor y me voy a casa, que si a estas horas ya está cerrado... Pero aún así, una vez por semana pasaba a ver el libro por el escaparate de una librería. Porque sí, Alberto, tu libro estaba en un gran escaparate de cristal del centro de la ciudad. A veces lo sueños también tienen que cumplirse, ¿no?. La mayoría de las veces que pasaba por allí, la librería estaba cerrada, cosas de un horario de trabajo a jornada completa. Pero aún así, incluso con las luces apagadas, la portada de tu libro no pasada inadvertida. Muchas veces se ha hablado de lo importante que es también el “continente” en el mundo de la literatura, y en este caso, creo que la editorial dio en el clavo. Me encanta la foto de Rebeca Rodríguez. (Elisa es morena y tiene el pelo corto, le gustan los puzzles y, tumbada boca arriba tiene cara de soñar con querer soñar. Quizá tenga su propio laberinto en su cabeza)


Llegó Agosto. Me marché de la ciudad. Viajé. Volví. Llegó el otoño y me olvidé de muchas cosas y de muchas personas. Y entre todas esas cosas, me olvidé de tu Mapa desplegable. No volví a recordarlo hasta muchas semanas después, concretamente hasta la última semana de diciembre, cuando 2011 daba ya sus últimos coletazos. Fue entonces cuando una chica, prácticamente una desconocida con la que hago curiosos maratones literarios por Internet, me propuso que redactáramos una lista de lecturas para 2012 y que confeccionáramos un calendario con ellas. Evidentemente, se trata de uno de esos planes que, como tantos otros en la vida, nunca se cumplen, bien porque no encuentras tiempo o bien porque encuentras tiempo para hacer cosas más interesantes. En todo caso, la primera novela que puse en su calendario fue la tuya. Fue casi como por inercia. Normalmente nos mandamos enlaces o fotos con fragmentos de novelas que nos gustan a través de whatsapp o de Internet. En este caso, le mandé un enlace de un vídeo en el que hablabas de “Carte du labyrinthe”, que es el título con el que tu novela se ha traducido en Francia (por cierto, parece que los vecinos galos te quieren un huevo) Este chico va un poco despeinado, me escribió ella. Sí, creo que lo hace a propósito.

21 de Febrero de 2012
15:42 h.


Más de medio año después de hablar contigo por última vez, estoy en el centro de Valencia. Los ánimos están agitados tras las últimas las protestas estudiantiles y las respuestas violentas de la policía contra los estudiantes, ese enemigo público tan peligroso y molesto para ciertas autoridades (¿ O quizá solo les moleste que la gente piense por sí misma?) El centro de la ciudad está abarrotado. Por la calle Colón, los estudiantes vienen portando libros en la mano que alzan por encima de sus hombros, un gesto que se ha convertido en todo un icono de ésta que algunos denominan #primaveravalenciana. Yo ya tengo un libro en mi bolso, Siddharta, de Herman Hesse, una novela que, dicen, sirvió como inspiración a muchos escritores norteamericanos de los años cincuenta y de la generación beat. Pero puede que Buda y los ascetas, ahora mismo, no me ayuden demasiado. No sé porqué salgo de entre la multitud y entro en una librería. En ese momento tampoco sé que en apenas una hora tendré un curioso encuentro con una desconocida en una cafetería cercana. Sin embargo, sé muy bien que los nombres de libros largos no son prácticos para una persona como yo, que se traba con sus propias palabras. Lo compruebo cuando la palabra desplegable se hace un auténtico laberinto en mi boca al pedir tu novela. Me cuesta pronunciar algunas palabras. No sé bien porque compro la novela hoy y ahora, pero sé bien porqué la cara de la chica es un poema. No me suena, me dice. Normal, pienso, no sé ni lo que he dicho. Finalmente, rectifico. Lo tengo localizado, está ahí, en el último estante. Lo que pasa es que no llego a cogerlo. Por la T, de Torres.
Salgo de la librería con mi mapa plegado en el bolso. Al llegar a la plaza de toros, los jóvenes levantan sus libros como señal de protesta contra la violencia policial. Levanto a Hesse y a Torres Blandina. Uno con la derecha, el otro con la izquierda. Nadie se da cuenta de mi presencia ni de mi gesto. Soy una persona más.

Comienzo a conocer a la desconocida y no le digo nada sobre tu novela.

22 de Febrero
Cerca de las 5:00 am.

Son las 4:47 a.m. Se supone que hoy, 22 de febrero, va a ser el mejor día de mi semana según reza el horóscopo de un suplemento dominical. Me lo dijo una amiga mientras tomábamos café. No es que le guste la astrología, y a mi tampoco, pero le gusta leernos el horóscopo acompañando cada “predicción” con un “mira lo que pone aquí, a ver lo que haces, ¿eh?!” No empiezo mal el día. Lo hago leyendo y escribiendo, dos de mis actividades favoritas. De todo lo que me ha ocurrido hoy, algo, no sé bien el qué, me impide conciliar el sueño. Me pasa mucho últimamente, sobre todo desde que me he mudado a vivir cerca del mar.

Por cierto, ya he acabado Mapa desplegable del laberinto. Dos horas y media de concentrada lectura. 219 páginas. He batido mi propio récord. Sé que pensarás que no es justo que a ti te cueste tanto tiempo confeccionar y contar una historia para que alguien como yo luego la devore en poco más de 120 minutos. Pero piénsalo bien: dos horas y media es más de lo que dura cualquier película, he prestado más atención y tengo cientos de fotografías de Jaime, Alberto y Elisa retenidas en mi memoria. He conocido concienzudamente a los personajes y he empatizado con ellos porque son como yo o porque no tienen nada que ver conmigo; porque podría ser yo en cualquier momento o porque no seré como ellos nunca. Y también me veo reflejada en ellos por el simple hecho de que han cambiado, han sido los buenos y han sido los malos, se parecen a sus padres como nunca quisieron o se han convertido con el paso del tiempo en unos desconocidos, en alguien a quien diez años antes ni siquiera hubieran saludado en un bar. Esto es algo inevitable. Pienso en mis diez años viviendo en esta ciudad. Pienso en mis compañeros del colegio, entre los que guardo muy buenos amigos, y recuerdo todas las veces que, al reunirnos, hablamos mucho de cómo éramos antes y muy poco de cómo somos ahora. ¿Acaso sólo somos capaces de reconocernos echando la vista atrás, con el tiempo como escudo protector? Queda poco de la que era yo cuando estaba en el colegio. También me cuesta reconocer a la chica que llegó a esta ciudad hace poco más de diez años. Respecto a mis amigos, posiblemente tienen poco que ver conmigo aunque hayamos vivido situaciones y experiencias muy parecidas, cada uno a su manera, pero con demasiados recuerdos comunes. Tan iguales y tan distintos a la vez. Y a pesar de eso, de que somos completamente diferentes, existe algo que nos sigue manteniendo unidos. Quizá sólo sea el tiempo, que es capaz de unir y de crear recuerdos, que también pueden servir como alimento.

PD: Esta carta es, en realidad, una excusa barata para darte la enhorabuena por tu último libro. Tu Mapa desplegable me ha encantado, me ha cautivado. Ya he enviado algunos fragmentos vía whatsapp. He recomendado la novela y sin duda lo seguiré haciendo. Ah, y ahora, como por arte de magia, Elisa tiene los ojos verdes. Nadie escapa a los cambios. Ni siquiera los personajes literarios.

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