Reseñas de libros: Vernon Subutex, de Virginie Despentes


Virginie Despentes es la "fille terrible"  de las letras francesas, diva destroy punk, sátira, deslenguada y contestataria por todos los poros de su cuerpo. Eso es precisamente lo que le hizo abrirse un hueco entre las letras con su “Teoría King Kong”. Eso y un lenguaje a tercios iguales directo, decadente y violento. Porque Virginie Despentes y todo lo que le rodea es directo, decadente y violento como la sociedad que retrata (la nuestra), la cultura que describe (esta en la que habitamos o vivimos) y los personajes a los que da alas en el papel ( y que protagonizan historias demasiado familiares). Lo peor de todo es que todos somos en potencia Vernon Subutex, ese tío al que el futuro le ha robado el presente en su toda su cara. Esta es una historia de perdedores. De Despentes no podíamos esperar nunca un caballo ganador.



Vernon Subutex tiene los ojos azules. Azules y grandes, llamativos, capaces de hablar y comunicarse por sí solos. Y tiene la voz ronca por el tabaco y por su encanto personal. Vernon Subutex ha trabajado durante años en una tienda de discos, primero como empleado y después como propietario. Esa es su vida. Su biografía, la de un tío libre, siempre a la última. Dios del rock y del electro más puro. Cool pero nunca snob. Famoso en un mundo de aútografos, pósters y vinilos. Carne de groupies, amigo de músicos, melómano por definición. Artista a medio camino. Ese es el protagonista. 

Como resumen,  este libro tiene una BSO de lujo y un protagonista, el tal Vernon Subutex,  que es un tío de los que mola. Pero este tío que era un auténtico ligón y que se follaba a cualquier  niña bonita que entraba en su tienda hoy en día no pilla nada. De hecho no tiene ni para pillarse un bocata. Tiene la nevera vacía y todas sus pertenencias en una bolsa de plástico. ¿Qué le ha pasado? ¿Cómo este triunfador entre los suyos ha acabado así? El admirado ahora embargado. He aquí la cuestión.




A los 20 eran punks. A los 50 ¿qué es de sus vidas?


Vernon Subutex pertenece a una generación de Peterpanes que regresaron tarde de Nunca Jamás. Aún así algunos lo hicieron a tiempo sucumbiendo a unas costumbres ásperas y ajenas pero que acabaron haciendo suyas (mujer de bien, trabajo de enchufe, hijos, perro, casa con cortinas y alfombras). Pero otros iniciaron la vuelta demasiado tarde, demasiado viejos, demasiado  cansados. Se juraron ser radicales y no aceptar nunca la normalidad  y de repente eran viejos para casi todo. Las garantías, las licencias, los tiempos se  habían acabado.  El reciclaje laboral a cierta edad es muy complicado. El sentimental, aunque también difícil, lo es menos. Pero el amor no da de comer a pesar de lo que algunos piensan. Así que Vernon, al que el amor, la seguridad o la estabilidad nunca le habían importado,  perdió de repente todo lo que tenía. Con 50 años. Habiendo vivido mucho y habiendo exprimido su vida. Habiendo sido un tío integrado siempre


Cómo alguien como Vernon Subutex se queda en la calle (literalmente) en tan poco tiempo y sin nada a lo que agarrarse parece imposible por esa dosis de verdad que tiene, por ese miedo que nos da que pueda pasar, que puede pasar, que está pasando.  Él, un tío normal, formado, que ha trabajado toda su vida, de repente durmiendo en un banco y evitando mirar a los transeúntes a la cara para no reconocer a nadie. Como si todo lo anterior no valiera para nada. Toda la juventud luchando y rechazando el sistema para recoger las cenizas de nada. Y lo peor es que todos podemos acabar así. Una mala racha que se alarga, dos malas decisiones y te conviertes en un paria. Un mes sin poder pagar el alquiler y la cadena de endeudamiento se pone en marcha. Puede que remontes y saques la cabeza, que realmente eso te sirva para mirarte bien por dentro,  para saber quién eres. Que eso se convierta en una experiencia vital de la que salga un libro, una canción o una versión mejorada de ti. A lo mejor aprendes del sufrimiento que apenas necesitas cosas para vivir, a valorar las cosas bonitas y simples, a las personas. A lo mejor una luz te ilumina y tienes una idea  o un proyecto para ayudar a los que durante días, semanas o meses han sido compañeros de cartones y latas de cervezas. Siempre decimos días o semanas, meses a lo sumo. Años nunca. Porque suele pensarse que aquello nunca será para siempre, que siempre será una mala racha, algo pasajero. Sin embargo los que consiguen salir del pozo son los menos. Para la mayoría estar en la calle acaba convirtiéndose  en un estado definitorio, en una realidad. La esperanza fría no sirve de nada. Y  si has nacido sin recursos, si no formas parte de la élite y llegas ahí, estás realmente jodido. Prepárate para lo peor y  para agradecer todas tus suertes.

Esta situación se repite continuamente. Ha traspasado las películas y los telediarios y está instalada ya en nuestras calles, en nuestro mundo. En la puerta de al lado. Al otro lado del teléfono. Es una tragedia contemporánea, una escena habitual. La crisis ha llevado a sectores de población antes seguros una inseguridad que ha contagiado a esa clase media con hambre de burguesía que tuvo propiedades, dinero de plástico a crédito y vacaciones pagadas. Ellos son los hijos de obreros que quisieron jugar en una liga mejor y  plantaron semillas para ello que ahora recogen la tempestad, la ira de bancos y ricos que no requieren repartir el pastel. Este sitio no es el vuestro, dicen.  Vuestro sitio está abajo, donde siempre. El sueño ha estado bien, algunos hasta os lo habéis tragado. Pero ahora hay que devorarse las entrañas, tragarse el orgullo y volver a donde os toca, al suelo, a comeros los unos a los otros.  ¿Y qué vamos a hacer en una sociedad caníbal?, contestarán algunos. Pues lo de siempre: afilaros los dientes y comeros los pies,  las manos, sacaros los ojos en nombre de Dios, de Laboro, de Hades. De lo que os de la gana.

Vernon Subutex: Crisis, Sexo, Drogas y Rock'n'roll en la era de la “infobesidad”


Lo que digo parece duro porque lo es. Y lo es sólo porque la realidad es  exactamente así. Virginie Despentes lo sabe. Su tono humorístico se cuela entre la sangre del asfalto, entre rayas de cocaína pintadas en el baño, referencias musicales y violencia. La violencia es clave en la vida de Despentes.  Ha marcado su ritmo vital y creativo en libros, películas y obra audiovisual.  Sin embargo en este caso la violencia es diferente. Sigue siendo abierta y consentida, turbia, pagada, contenida, alentada, en cada ocasión a su manera y siempre como lugar natural y autóctona del hombre. Pero ahora sus depositarios y propietarios no la manifiestan como siempre. Han buscado otras excusas, otros motivos.  Esta violencia no es sólo una lucha en la que los  desfavorecidos atacan y los privilegiados se defienden o viceversa. No. Esta violencia es la que nace cuando los opresores se disfrazan de oprimidos al verse en peligro y crean un discurso feroz, radical,  lleno de antítesis que explotan al encontrarse. El liberalismo nos ha jugado una mala pasada, está claro, y posiblemente es la peor de todas. Y así se explica cómo las ideas más radicales, las de la extrema derecha, hayan pasado a ser un discurso razonado en países como Francia, Grecia, Holanda o Noruega. Han pasado a ser una forma más de “rebeldía” que la sociedad acepta como “normal”. 



El universo Despentes es de un fascinante color crudo. Desprende olor a alcohol, a vómitos y a drogas. A sexo sucio y a porno. A veces aparece por ahí una frase de Lidia Lynch, a veces un punto feminista y queer.  Aún así el libro es “suave”, más suave de lo que esperas de Virginie Despentes y más suave de lo que esperas de esta época de infobesidad en la que los detalles más truculentos están al alcance de nuestra mano.  Puede que esto sea el calentamiento ya que Vernon Subutex es, como su Vol. 1 indica, parte de una trilogía.

También puede que otros autores y escritores hayan estado en este punto creativo alguna vez y que Despentes no sea la original”. Puede que algo de su estilo nos recuerde a las tramas enrevesadas pero efectivas de Palahniuk; que su rudeza  nos diga, “uff, aquí está Easton Ellis”; que los recuerdos y las drogas y los vagabundes nos traigan a la cabeza historias de Burroughs  y de  los vagabundos orgullosos del Dharma de Kerouac (con las reservas oportunas); o  que en los escenarios desgastados y sucios veamos la mirada de Irvine Welsh. Inevitable ver también ver algo de Houellebecq  y su crítica a la sociedad francesa. Muchas similitudes, puede. ¿Y qué tiene eso de malo?  Probablemente Virginie Despentes los habrá devorado a todos.  En este caso lo que me parece más importante es lo diferente y no lo similar de Vernon Subutex. Virginie Despentes, para empezar, es una mujer. Y es una mujer que,  además,  ha vivido casi todas esas fases de las que habla en este libro: la de estar en la calle, la de las drogas, la de vivir la violencia en sus carnes, la de vender su cuerpo. Y la de la música, pues ha trabajado en una tienda de discos durante años. Despentes tiene de especial para hablar de todo esto que ha formado parte de este escenario de crisis, que conoce a sus agentes y que su edad la sitúa en la misma frontera que todos esos cuarentones a los que retrata con poca amabilidad. Un testimonio en primera persona pulido en tercera, transmitido a un personaje con “flow” y sin perder en ningún momento el sentido del humor. Lo mínimo para retratar lo que ocurre a toda una generación que ha visto como sus sueños de juventud se han derrumbado y quedado en nada.




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