Reseñas: "El Reino", de Emmanuel Carrère

 

Además de por regalarnos una historia brillante que absorbe nuestra atención desde la primera página, a Emmanuel Carrère también tenemos que agradecerle dos cosas más de su libro “El Reino”. La primera, la capacidad para describrinos el contexto histórico en el que tomó forma el cristianismo y en el que transcurrió la vida de aquellos hombres que conocieron a Jesús y que sentaron las bases culturales más importantes de nuestra civilización. La segunda, su  sinceridad, porque en ningún momento deja que olvidemos lo más importante: que esto es una novela reconvertida en ensayo, una ficción basada en personajes reales. Si tenemos esto claro,  podremos disfrutar de “El Reino” como un texto que, si bien puede estar abierto debates teológicos o dogmáticos, no es susceptible de dudas sobre calidad en el lenguaje y excelente composición literaria.



“La historia transcurre en Corinto, Grecia, hacia el año 50 después de Cristo, aunque nadie, por supuesto, sabe entonces que vive «después de Cristo». Al principio vemos llegar a un predicador itinerante que abre un modesto taller de tejedor. Sin moverse de detrás del bastidor, el hombre al que más adelante llamarán San Pablo teje su tela y, poco a poco, la extiende sobre toda la ciudad. Calvo, barbudo, fulminado por bruscos accesos de una enfermedad misteriosa, cuenta la historia de un profeta crucificado veinte años antes en Judea. Dice que ese profeta ha vuelto de entre los muertos y que su resurrección es el signo precursor de algo grandioso: una mutación de la humanidad, a la vez radical e invisible. Se produce el contagio. Los propios adeptos a la extraña creencia que se propaga alrededor de Pablo en los bajos fondos de Corinto no tardarán en verse a sí mismos como unos mutantes: camuflados de amigos, de vecinos, indetectables”.

Emmanuel Carrère no es el primer autor que utiliza los textos sagrados hacer literatura. Hay mucho otros que lo hacen como mera ficción literaria, disfrazados de documentos historiográficos y con panfletos absolutamente doctrinarios. También está la investigación seria, por supuesto, pero generalmente no es tan atractiva y se centra más en emborracharnos con datos, fechas y nombres.  Sea como sea, todo lo que viene de ese material es atractivo por lo exótico de su contenido y procedencia, y porque nos transporta a uno de los periodos históricos cruciales en de la historia.

En este caso, el escritor ha optado por envolver su texto de distintos géneros. Y no hablo de disfrazarlo, sino de exponerlo con variedad de estilos libremente y sin prejuicios. Y aún así, a lo largo del periplo que es “El Reino” identificamos perfectamente en qué momentos el autor nos habla en un tono autobiográfico y en cuáles lo hace ofreciéndose como fuente; en cuáles es altavoz de una confesión y en cuáles de otra; cuando inventa, cuando sugiere, cuando habla por boca de otros o cuando él mismo es un personaje mutante. "El Reino" es uno de esos finísimos y acertados ejemplos de metaliteratura en la que el escritor es a la vez lector y crítico mientras bucea en la lectura o escritura de otro relato interior. Un reto que pocos consiguen (al menos con acierto).


Emmanuel Carrère: la conversión


Las primeras cien páginas de “El Reino” tienen como protagonista al escritor, a Carrère, quien, de manera íntima, nos narra su propia conversión religiosa. Ocurrió cuando, tras una crisis personal y profesional, creyó  estar tocado por la gracia de Dios. Ese hecho impregnó su vida temporalmente de misas diarias e interpretaciones de los Evangelios, concretamente del de San Juan (San Juan el de Patmos, el del fin del mundo, el de los jinetes del Apocalipsis). El reconocimiento de su fe le permitió organizar su vida y su pensamiento creando una rutina de trabajo de la que salieron muchos nuevos proyectos. La religión resultó ser un revulsivo para aspectos mundanos y espirituales que le permitía unir lo aprendido, lo dogmático y lo cultural. Una auténtica revolución creativa. Pero un día, la fe se fue como había llegado, de repente y dejando ideas, investigaciones y reflexiones incabadas en el papel. Todos estos apuntes fueron revisitados por el autor 20 años después, cuando ya había alcanzado el éxito con "El Adversario". Ajeno completamente a su antigua faceta como creyente, comenzó gracias a ellos a desarrollar su nuevo perfil como investigador. Este proceso es largo y completo para cualquier escritor. Quizá de ahí que la fusión de géneros sea una constante en "El Reino".

La conversión de San Pedro en el camino de Damasco, de Caravaggio

La conversión de Carrère es sincera. En parte, es parecida a de la Pablo, y quizá por eso lo eligiera como protagonista central de la trama. Aún así, a algunos lectores esta narración tan personal les parecerá una “introducción” demasiado larga para adentrarnos en el meollo del libro: saber cómo se escribieron las vidas de los primeros cristianos en dos documentos clave del cristianimo (el Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles). Sin embargo, defiendo firmemente este prólogo como base entendamos a los personajes y para que la conversión no sea un tópico sino una realidad, que tenga veracidad, que sea creíble. ¿Cómo no iban aquellos hombres - en cuya vida la ciencia no tenía presencia alguna- a creer en algo que, a día de hoy y dos milenios después, siguen defendiendo millones de personas en el mundo? En aquel contexto, en aquel lugar, las enseñanzas de cristianos primitivos rompían con todo. Eran, cuanto menos, revolucionarias. Y hoy en día para muchos la espiritualidad, avalada por la creencia que sea,  sigue siendo también una auténtica revolución también creativa.   


Pablo, el apóstol de los gentiles


Pablo de Tarso es uno de los personajes más importantes y controvertidos del cristianismo primitivo. Miembro de la estirpe de Benjamín, era fariseo y fue educado por Gamaliel, notable miembro del sanedrín, quien le instruyó, casi con toda seguridad, para convertirse en rabino. Durante años el joven y adulto Pablo violentó a los cristianos, la secta peligrosa que se extendía por Asia. No habla directamente de asesinatos, pero en sus cartas reconoce persecuciones, arrestos y humillaciones a los que luego serán sus hermanos. Algunas fuentes difieren en si pudo conocer o no personalmente a Jesús durante su ministerio, pues apenas era un par de años más joven que él, aunque lo más probable es que no. Lo que sí es cierto es que su conversión camino de Damasco es una de las más famosas, completamente icónica y llena de simbolismo, plasmada con detalle por maestros como Caravaggio.  También famosas son sus cartas dirigidas a las “iglesias” que fundó y refundó en sus viajes, y que sirven como fuente para dibujar el perfil de Pablo con tantas luces como sombras.

Fue un auténtico revolucionario al alentar a los suyos a no cumplir con las costumbres judías (incluyendo el sabbat o la circuncisión). También fue percusor en la defensa del celibato y de la pobreza. De aspecto poco agradable y físico corpulento, estaba dotado de una imponente voz y de una dialéctica arrolladora pues, a diferencia del resto de los Apóstoles, era un hombre culto y formado para impartir sermones. También era muy provocador y, como era ciudadano romano, se valió de este privilegio para poner en evidencia a sus conciudadanos más importantes. Tenía mala prensa dentro y fuera del cristianismo pero, aún así, ganaba cada vez más adeptos predicando enseñanzas que estaban totalmente fuera de la doctrina de Jerusalén

Según los datos que nutren su biografía, la posición de Pablo debió enfrentarle a Pedro y a Santiago, hermano menor de Jesús y principal "custodio" de legado (oficialmente). Pero el destino, la providencia o algún escritor “bienintencionado” quiso unir a las dos Piedras de la Iglesia (Pedro y Pablo) en algún punto, y ese fue el martirio, así que ambos murieron en Roma coincidiendo con las persecución de los cristianos de Nerón. A Pablo le cortaron la cabeza (por ser ciudadano romano merecía una muerte sin dolor) mientras que Pedro, según la tradición popular, exigió ser crucificado al revés .

Izq. Pedro y Pablo en Antioquía. Drcha. Martirio de San Pedro de Caravaggio

Lucas, el testigo invisible


Conforme pasamos las páginas de “El Reino” el protagonista no es tanto quien vive la historia como quien la cuenta. Y ese es Lucas. Carrère da protagonismo total a su faceta como escritor, a qué dice y cómo lo dice y porqué cuenta lo que cuenta. Porqué se implicó tanto a la hora de narrar las vidas de estos hombres y dónde y cuándo lo hizo. Y es que el autor de aquellos primeros textos fue decisivo para el futuro de la Iglesia, mucho más de lo que se creemos. 

Según la tradición, Lucas es autor de su Evangelio homónimo y de los Hechos de los Apóstoles. Su figura se asocia indivisiblemente a Pablo como alumno y acompañante. Posiblemente era médico y conoció a su maestro en Antioquía, cuando Pablo sufrió uno de sus achaques de salud provocado por su misteriosa enfermedad. Posiblemente Lucas no era judío y se convirtió directamente al cristianismo, por lo que estaba libre de muchas de las costumbres que Pablo reprendía. Lucas fue, según lo que cuenta la historia, el testigo mudo y elegante, el hombre culto que, de carácter tibio y siempre en la sombra, se convierte por obra del destino en el altavoz transmisor del maestro tomando adquiriendo un papel fundamental. 

Durante algunas páginas, una parte de Emmanuel Carrère quiere alejarnos del Lucas guardián de la fe para acercanos al escritor omnipresente que aparenta ser en sus textos.  A esa especie de creador de expectativas, de mago de palabras e impresiones con las que el autor de "El Reino" posiblemente se ve identificado.

Y más adelante, ya al final de la aventura, la atención se concentra en Juan, o en los Juanes, o en esa comunidad que escribió el cuarto evangelio, el más controvertido, el más violento, ese que se sale de todas las normas. Juan de Patmos es sin duda la otra gran incógnita de la familia de Jesús, su hermano o su amigo, el hombre que pasó de ser el apóstol amado al eremita de la cueva, el elegido para anunciar la llegada del Fin del Mundo. El último en ver a Dios encarnado en hombre. El último de los testigos de al vida de Jesús de Nazaret. 

¿Por qué leer "El Reino"?

Me encantan las ficciones históricas y ésta tiene mucho de las dos cosas (quiero decir de ficción y de base histórica). Por otra parte, la erudición del autor es la de quien sabe perfectamente el terreno que pisa, quien tiene las herramientas y las combina en clave de géneros literarios. También se combinan las fuentes (textos bíblicos, exegetas y fuentes historiográficas), manejadas con sigilo y siempre entregadas a la voluntad del lector. Como muchos otros, creo que Emmanuele Carrère es un “género literario” en sí mismo.

Pero importante de “El Reino” no es la historia o los personajes principales y secundarios (a saber San Juan, la Virgen María, Nerón, Flavio Josefo, etc.) sino el sentido de lo espiritual y cómo su experiencia nos lleva al límite de lo físico y lo psíquico. Pensémoslo:  la transubstanciación y la resurrección de un hombre de quien ni siquiera se llegó nunca a describir su apariencia física sigue moviendo el mundo, sigue generando intereses, odios, guerras, poderes encontrados e interpretaciones absolutamente descabelladas. ¿Cómo es esto posible? Como diría Carrère, "No lo sé". Tampoco vamos a averiguarlo en estas líneas.

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