Libros de verano: Manual de autoayuda

 
Fragmento portada Manual de Autoayuda de Miguel Ángel Carmona del Barco

Este Manual de autoayuda tiene tantos protagonistas como el mundo en el que vivimos, ese que parece constantemente sumido en la psicosis colectiva y la crisis del individualismo. No nos engañemos: pensar que este planeta es un lugar feliz es infantil e inocente aunque a veces lo teñido de dolor tenga algo de bucólico, de bello. Sí, el dolor puede resultarnos poético cuando vive en las experiencias vitales de otros. Y eso es lo que supone este Manual de autoayuda, una suerte de atalaya relativamente cómoda desde la que parece más fácil poetizar el dolor ajeno y cotidiano de nuestras calles, de nuestros vecinos, de las entrañas de una sociedad en la que las vidas rotas no pasan de soslayo y en la que el odio, una palabra fea que creemos casi extinta y reducida a hechos puntuales, acaba por inundarlo todo.



Tras leer el conjunto de relatos y cerrar el Manual de Autoayuda de Miguel Ángel Carmona del Barco (Salto de página, 2016) puede quedarnos una sensación un tanto amarga, manchada de realidad, como cuando al despertar de una pesadilla comprendes que has estado recreando durante todas las fases del sueño la película que viste la noche anterior. Esta sensación puede ser una respuesta ante la cobardía de no querer distinguir realidad y ficción o un reflejo de la ceguera a la que nos sometemos por pura voluntad de no ver, de ser tuertos interesados.  Aún así no siempre podemos mirar a otro lado. Los diarios nos obligan a leer con rabiosa actualidad algunos de los relatos de Manual de autoayuda como esas “Cargas familiares” que soporta el policía que debe abatir manifestantes sin cuestionarse el color de su mordaza. Con la misma rabia aunque con menos actualidad deberíamos leer “El padrino” por ser la venganza un tema atemporal con cabida en cualquier época y cultura, muchos más en una tan catársica como la nuestra.


¿Y qué hay del resto de relatos del Manual de autoayuda de Carmona del Barco?


Mujeres maltratadas, prostitutas, crímenes inconfesables, prejuicios, cambios de identidad, atentados, drogas,...Demasiados entes como para que la muerte, personaje omnipresente en forma o fondo y que cuando no aparece se intuye entre líneas, tenga importancia. La muerte ya la hemos asumido como propia, como elemento unificador para todos sin importar sexo, edad o dinero en el bolsillo, así que es todo lo demás lo que nos hace cerrar el libro, cambiar de postura en el sofá, sentirnos incómodos.

La solución más fácil ante esta desazón sería que nos trasplantaran el alma, mejor, que se lo trasplantaran a la sociedad. Porque la crisis de identidad afecta a los individuos pero también al conjunto social, al tejido mismo, a la trama que vamos formando cuando intercambiamos expresiones y palabras con otros y cuando convivimos. Y sí, sabemos que esta trama está rota de antemano, que fue construida sobre escombros y que alguien se llevará la peor parte. Total, habrá quien diga que es sólo cuestión de 21 gramos. Parece fácil. La otra opción es marcharnos. Podemos marcharnos. De hecho deberíamos marcharnos. Todos. Huir es la opción más segura. Pero de nada sirve si no salimos del bucle. Encadenar una huída tras otra tampoco serviría de nada.  Autoanalizarnos puede ayudar aunque si el espejo es demasiado afilado también rasga. Como dice uno de los personajes de “Una parcela en el infierno” “duele mucho que te hurguen en las vísceras con un hierro afilado”. Volvemos, pues, a la postura de la quietud, a la inmovilidad ante el miedo, a mirar hacia otro lado ante el dolor ajeno, “(...) intentando poner en pie al título de aquella película de Buñuel en la que los burgueses permanecen recluidos en el salón de una casa por una inexplicable falta de voluntad para salir. Quizá nos esté pasando a nosotros lo mismo”. Quizá realmente no queremos reparar la sociedad, ni cambiar las cosas,  ni poner remedio. Nos sentimos cómodos con cierta distancia y eso es suficiente. Quizá con el dolor poético nos vale, por lo menos hasta que alguien nos hace bajar de la atalaya a golpes o a mordiscos.

Es este punto, en esta reflexión,  donde el nombre de Manual de autoayuda para este conjunto de relatos cobra sentido (para mi, obvio) gracias en un fragmento del relato "McHegel". Sí, McHegel, el diablo y el filósofo alemán en la misma expresión. "McHegel" me parece el mejor de este conjunto de relatos, el más contundente, el más reseñable, el que nos pone alerta sobre la necesidad real de un manual de autoayuda para nuestra sociedad. El más revelador, aquel porque el que este libro de Miguel Ángel Carmona del Barco tiene bien merecido su título. Y éste es sólo un fragmento:

“Detesto a la gente que vuelve la vista en la carnicería, cuando el carnicero despieza el pollo. ¡Mira ahí, cobarde! Ese ser ha muerto para que tú vivas. Lo mínimo que puedes hacer es acompañarle hasta el último momento, reconocer su sacrificio. De la  misma manera, sacrificamos a mil quinientos millones de personas en el mundo para mantener nuestro estado del bienestar. Deberíamos tener el valor suficiente para verlos morir. Sería la única manera de que descubriéramos que somos demonios o únicamente nos lo han puesto demasiado fácil”

Más allá de lo que remueve por dentro Manual de autoayuda tiene una forma bonita, bonito continente para  el contenido que duele. No creo que debamos encuadrar estos relatos dentro del realismo sucio. Personalmente me parecen, más bien, crónicas imaginadas aunque no imaginarias. Es una definición personal, como cualquier otra, pero a mi me vale. Además cada historia está construída con tino, con perfección, sin dejar detalle suelto y con gancho. Despierta la avidez lectora que dirían algunos. Y es muy interesante la versatilidad de estilos de Carmona del Barco, algo de agradecer cuando lees un libro de relatos que te sitúa en diversos lugares, cuerpos y espacios vitales. Quemar voces puede llegar a quemar la vista del lector. Por suerte en este manual hay píldoras refrescantes para la vista. 

Aparte de recomendar leer Manual de autoayuda como lectura de verano también me tomo la licencia, sin consulta previa de su dueño, de invitaros a que os paséeis por la página web de su autor. Aviso: puede sorprenderos. También es interesante el vídeo que comparto aquí. 





Mientras tanto seguiremos pensando como “moscas posadas en la pared” ( es el título de otro de los relatos que más me ha gustado mucho) sin saber si estamos ciegos, alerta o sí con nuestra quietud somos cómplices del mismísimo demonio aún siendo conscientes de que en algún momento habrá que dar un paso adelante.

No hay comentarios: