Divulgación científica: La ciencia del placer

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 Dánae de Gustav Klimt (1907)

Corrernos. Drogarnos. Bailar. Escuchar los latidos del corazón al hacer todo lo anterior. Vivir. Sentir. Llevar el cuerpo al extremo. Perder el control y recuperarlo. Alucinar. Ser consciente de nuestra propia existencia. Eliminar barreras. “La ciencia del placer” es un viaje a los orígenes del  hedonismo, la justificación de porqué nos gustan el sexo, las drogas y el rock and roll. Una explicación más que plausible y estudiada al milímetro de porqué tantas veces todo, absolutamente todo, se reduce a esta santísima trinidad que compone el placer. Si te parece sugerente el título más te lo parecerá lo que Zoe Cormier te cuenta en este libro. Bienvenidos todos a la ciencia del placer.



¿Te imaginas lo que sería poder identificar cualquier sonido que escuches con la nota musical exacta con la que se corresponde? ¿Y poder memorizar cada uno de estos sonidos y repetirlos una y otra vez sin el menor esfuerzo y con fallos mínimos? Esta capacidad existe y se llama oído perfecto, una cualidad poco frecuente y que puede convertirse en el mejor aliado y en el peor enemigo de un músico: lo que es bueno para afinar instrumentos con precisión abrumadora también permite detectar todas las notas desafinadas, por mínimas que sean, algo que puede impedir algo tan simple como disfrutar de un directo en el que el tempo o los pequeños desajustes de tonos son habituales. Como todos los dones, como todos los poderes que van más allá, como todas las rarezas, el oído perfecto tiene una parte buena y una mala. Ahora nos vamos al otro lado. Lo opuesto al oído perfecto sería  la amusia, que podríamos definir como “la ausencia de música” y que engloba una serie de trastornos que inhabilitan a quien lo padece para reconocer tonos o ritmos musicales y reproducirlos. Es decir, quien tiene amusia tampoco podrá disfrutar nunca de un concierto porque lo que el oirá no tendrá nada de especial ni de armónico, no estimulará su hipocampo para evocarle recuerdos ni le provocará sensaciones físicas como un escalofrío en la espalda o ponerle la piel de gallina. Lo más fácil es que quien padece amusia en un concierto sufra un tremendo dolor de cabeza al oír ruidos “sin ton ni son” (y nunca mejor dicho).  A la persona dotada del oído perfecto puede pasarle algo muy parecido porque percibe una sucesión de notas desafinadas. En definitiva: en un concierto un oído perfecto y un enfermo de amusia lo pasarán igual de mal por exceso y por defecto ¿Dónde nos sitúa eso? En el punto medio, ahí es donde parece residir el auténtico disfrute. 

¿Qué más podemos decir sobre la música? Que no es algo absolutamente necesario para vivir, que no es fundamental para la supervivencia de la especie, que es un regalo y que aún así, o precisamente por eso, somos muchos los que nos negamos a vivir sin ella por un motivo muy simple: el disfrute, el placer. Porque el hombre, la mujer, el ser humano, es un ser hedonista por naturaleza.

Buscar el placer está en lo más interior de nuestro cuerpo, es algo arcaico y primitivo. Queremos segregar hormonas y para eso realizamos actividades de las cuales disfrutamos. Nuestra naturaleza ha sido generosa para que lo consigamos: ninguna especie animal tiene una capacidad igual de disfrutar del sexo independientemente de la reproducción, las drogas recreativas forman parte de la naturaleza y manipularlas a nuestro antojo sólo ha sido un paso más en nuestra cultura y evolución, y la música ha servido para desarrollar nuestra comunicación y nuestro sentimiento de comunidad desde tiempos ancestrales. “La ciencia del placer” indaga sobre estos tres aspectos. Lo mejor es la naturalidad con la que Zoe Cormier, miembro del grupo de divulgación científica Guerilla Science, los afronta fuera de artificios y libre de conflictos morales. 

Desde luego “La ciencia del placer” es un libro del que se puede disfrutar con los cinco sentidos. Divulgación pura y dura. Para muchos, un auténtico placer. 

Sexo, drogas y rock and roll bajo el microscopio 


Existen muchas teorías sobre quién fue el autor de esta frase. Hay quien dice que fue pronunciada por Frank Zappa y otros que se hizo popular a raíz de que Ian Dury, alma de The Blockheads,  la incluyera en uno de sus sencillos en 1977. En todo caso la expresión Sex, drugs and rock and roll está vinculada irremediablemente a los artistas y músicos de los años sesenta, época de experimentación psicodélica. 

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Ese es otro de los aspectos que entran en juego en “La ciencia del placer”: las drogas. Drogas en el más amplio sentido de la palabra, de la cafeína al LSD pasando por los intentos de las grandes farmacéuticas para conseguir sustitutos de la morfina y que supusieron un auténtico desastre (sí, amigos, hablamos de la heroína), haciendo una parada en los alucinógenos utilizados en rituales religiosos desde hace miles de años y sin olvidar la fórmula mágica del éxtasis que salió del cobertizo de Alexander Shulgin. Las drogas están muy relacionadas con la sociedad y con la ciencia. De hecho si no nos gustaran tanto no estaríamos donde estamos, apenas habríamos avanzado. La medicina, por ejemplo, se ha desarrollado a base de ellas y es su experimentación la que ha permitido no sólo tratar enfermedades sino también saber como funciona nuestro cuerpo. Cormier sugiere incluso que la física cuántica tomó forma en los 70 gracias a que un grupo de físicos teóricos comenzó a experimentar con drogas y a “desempolvar” teorías que habían quedado aparcadas por “imcomprensibles” pero que bajo los efectos de alucinógenos y lisérgicos cobraban un nuevo sentido.  Y qué decir la relación de las drogas con el arte, especialmente con la literatura y la música. Si los observamos bajo el mismo microscopio descubrimos, además,  que música y drogas estimulan las mismas partes de nuestro cerebro y que segregan prácticamente la mismas sustancias. ¿Casualidad? Evidentemente no. Pero, ¿dónde queda entonces el sexo? Es evidente: por mucho que queramos nunca podremos dejar de ser esclavos de nuestra biología y, además,  “los individuos que aprenden a hacer bien cosas que les producen placer tienen más posibilidades de sobrevivir, de reproducirse y de transmitir genes hedonistas”. El círculo que muchos consideran la madre de los vicios queda cerrado aquí. 


“Sólo la dosis hace el veneno: un poquito de algo malo puede sentar muy bien”

“La ciencia del placer” de Zoe Cormier se divide en tres partes: sexo, drogas y rock and roll. Así de sencillo. De las tres personalmente creo que la que más interés tiene es la segunda, aunque por supuesto está relacionada tanto con la primera como con la tercera porque esta especie de profana trinidad del placer es tan arcaica como indestructible. Frases como “la cocaína es el mejor regalo químico que puede recibir el cerebro” (página 152), “el LSD es un hijo maravilloso que se ve obligado a vivir en un mundo con deficiencias” (página 173) o “los alucinógenos nos recuerdan que tenemos cerebro” (página 222) son imperdibles. 

Sexo, drogas y rock and roll son regalos de la evolución, y la ciencia,  analizándolos con todas sus herramientas y su aura de objetividad,  nos ha descubierto que no tienen nada de viles: nuestro cuerpo está preparado para experimentar orgasmos y tenemos peculiaridades físicas que se prestan a la experimentación y el deseo sexual; nuestro cerebro está diseñado para proveerse de una amplia gama de sustancias físicas; y los sonidos, la música, afectan a más partes del cerebro que ninguna otra actividad. Todo esto es parte de nosotros, está en nuestro interior, forma parte de nuestra naturaleza. ¿Somos hedonistas? Sí. ¿Y egoístas? Sólo lo que la naturaleza nos ha concedido. ¿Podemos vivir sin sexo, drogas y rock and roll? Por supuesto, pero eso nos permitirá conocernos menos y, seguramente, desarrollarnos menos también. Y es así como volvemos al principio de este artículo: al final la clave se encuentra en el punto intermedio. 

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PD: si quieres después de leer este post te has quedado con ganas de un relato que cuente algo "más" te recomiendo leer AFTER, de Edu Reptil.

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