Reseñas: Leonid Sednev, “El testigo invisible”

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De todas las tragedias acontecidas en el siglo XX el magnicidio de la familia real rusa es una de las más interesantes ya que tiene todos los elementos para triunfar: tragedia y drama, misterios sin resolver, cierto toque ocultista y unas consecuencias inmediatas de repercusión mundial como son la caída de un régimen autocrático de Rusia y el reflejo de todos los cambios sociales que se desarrollaron en un periodo histórico tan crucial como es la I Guerra Mundial.  Hablé ya de este tema en un post anterior con motivo de la lectura de otro libro apasionante, “Las hermanas Romanov”, de Helen Rappaport. La visión que nos ofrece Carmen Posadas en “El testigo invisible” de estos hechos es más literaria  pero no por ello menos interesante. De hecho Posadas indaga más que Rappaport en una de las figuras claves de este periodo y en su muerte, el poliédrico Rasputín, lo que le da un valor añadido a esta novela.  





Una conocida canción de Boney M resume de forma brillante todos esos atributos que la cultura popular ha atribuido al monje y místico ruso Rasputín. Amante de la zarina Alejandra, influyente mediador entre cielo y tierra para sanar la salud del débil zarevich, ermitaño, brazo ejecutor y defensor de los intereses alemanes en Rusia, máquina sexual, conspirador del Imperio, etc. 

Aquí abajo tenéis un extracto, para que os hagáis una idea: 

(...)

Ra ra rasputin
lover of the russian queen
there was a cat that really was gone
ra ra rasputin
russia's greatest love machine
it was a shame how he carried on
He ruled the russian land and never mind the czar
but the kasachok he danced really wunderbar
in all affairs of state he was the man to please
but he was real great when he had a girl to squeeze
for the queen he was no wheeler dealer
though she'd heard the things he'd done
she believed he was a holy healer
who would heal her son 

(…) 

De todo lo que dice esta canción poco o nada era cierto. Si es verdad que Rasputín tenía mucha influencia tanto en la zarina (y por ende en las archiduquesas) como en el propio Nicolás II y en algunas personas del círculo más íntimo aunque su relación con la zarina no era ni mucho menos amorosa o sexual. En un ambiente tan hostil como en el que se encontraba Alejandra Fiodorovna Romanova (antes, Alix de Hesse y del Rin) un apoyo como aquel pudo ser su única tabla de salvación moral e incluso espiritual. También Rasputín era el único que parecía tener una fe casi incuestionable en que el zarevich recuperara la salud y así lo hacía saber a la zarina para ganarse esa dosis de afecto de madre que se siente culpable por saberse transmisora de una complicada enfermedad a su único  hijo varón y heredero.  Respecto a la posición “política” de Rasputín y a su intento de evitar la guerra de Rusia con Alemania debemos centrarnos en cuestiones meramente estratégicos: aquella guerra estaba suponiendo un desgaste económico y humano que hacía que la relación paternofilial del zar  con el pueblo ruso estuviera a punto de estallar en pedazos para siempre. Finalmente ocurrió así, aunque es posible que el asesinato de Rasputín precipitara los hechos. Eso en líneas generales. Sin embargo, sí que hay un párrafo de la canción que dice la verdad o por lo menos algo que se corresponde más bien que mal con lo que ocurrió: Rasputín fue asesinado tras un complot en el que participaron miembros de la aristocracia, familiares directos del zar y algún que otro político. 

Digno de una película, como voy a intentar esbozar muy brevemente: 

biografías_rasputín fotografía_romanov

Según la historia oficial (ahora convertida en oficiosa) el monje ruso comió pasteles y bebió vino envenenado a propósito con una buena dosis de cianuro primero y fue tiroteado varias veces – la última de ella en la cabeza –  después para en tercer lugar ser atado de pies y brazos y envuelto en una alfombra. Finalmente fue lanzado a las heladas e invernales aguas del río Neva. Y aún así, contaban los mentideros, cuando encontraron su cuerpo el pobre diablo estaba con los ojos abiertos y había conseguido desatarse las manos, algo que no hizo sino aumentar la leyenda negra alrededor de su persona. Años después hubo quién en la vejez y estando siempre en el blanco de las sospechas se atribuyó la muerte de Rasputín directamente como acto de amor a su patria corroborando parte de esta versión en unas memorias. Pero como el tiempo pone a cada uno en su sitio ahora sabemos algo más: sabemos concretamente que es muy posible que en la muerte de Rasputín participaran, además de toda la camarilla anterior,  agentes del servicio secreto británico (el MI-6). Y de ser así, Carmen Posadas está en lo cierto en la teoría que defiende en su libro “El testigo invisible” y que nos aporta una visión literaria e histórica novedosa. 


Leonid Sednev, el ojo manchado de ceniza que todo lo ve 


No es que “El testigo invisible” sea una historia sobre el asesinato de Rasputín aunque lo que nos cuenta Carmen Posadas es todavía si cabe más interesante: el personaje central de la trama es Leonid Sednev, un waterbaby, un deshollinador, un limpiachimeneas al servicio de la familia imperial y que vivió con ellos sus meses y sus últimos días. Según el relato de Carmen Posadas Leonid incluso fue testigo ocular del fusilamiento de todos ellos (y de varios de sus sirvientes) en el sótano de una casa en Ekaterimburgo.  Este último punto es muy poco probable pero sí que es cierto que Leonid Sednev existió y que trabajó como pinche de cocina de su tío, el chef Iván Dmítrievich Sednev, al servicio de la familia imperial rusa entre 1917 y 1918 mientras ésta se encontraba en el exilio en primero en Tobolsk y luego en Ekaterimburgo. Él tenía 15 años cuando, a primera hora de la tarde del 17 de julio 1918 fue despedido y relegado de sus funciones, separado de la familia imperial y trasladado a una casa contigua en donde permaneció hasta el 20 de julio, fecha en la fue enviado por funcionarios del nuevo régimen a vivir con unos parientes. Después al personaje real se le pierde la vista. Hay quién apunta a que se marchó a Francia, país al que emigraron muchos rusos cuando los bolcheviques llegaron al poder y que allí falleció en los albores de la II Guerra Mundial. Uno de los puntos más interesantes de su biografía es que durante aquellas días que transcurrieron  entre su separación  de la familia y su puesta en libertad Leonid Sednev pudo escribir unas memorias en las que relataría sus vivencias personales con los hijos del zar, que prácticamente tenían su misma edad. Nunca se ha comprobado si este documento existe, aunque de hacerlo tendría una riqueza documental incalculable. La “teoría ficticia” que recoge  “El testigo invisible” es que Sednev saltó el charco y se instaló en Uruguay, donde disfrutó en el anonimato de una larga aunque agitada vida y que, viendo que su tiempo se acaba, se dedica a poner palabras a todo aquello que vivió para que se haga público cuando él haya fallecido. 

Encuadrar la vida de la familia real rusa y su caída en desgracia desde el punto de vista de uno de sus sirvientes es una idea original. Además le aporta cierto toque infantil y de pureza que nos hace empatizar rápidamente con toda la familia. Por supuesto holga decir que el trabajo de investigación de Carmen Posadas para “El testigo invisible” parece brillante, pues habiendo leído varias investigaciones al respecto y sin perder de vista que esto es literatura y no un ensayo o un informe histórico, todo cuadra con la versión más documentada y nos permite conocer rasgos de las personalidades de cada uno de los miembros del clan Romanov, especialmente de las hijas del zar. Innecesaria, eso sí, parece la historia de amor entre la archiduquesa María y Leonid, ya que no es realmente relevante y no aporta nada de nada. Si es cierto que los documentos y cartas personales del exilio de la familia imperial rusa nos hablan de los amores y pasiones que las cuatro archiduquesas, todas ellas cándidas y enamoradizas adolescentes en el momento de ser asesinadas, sentían por algunos soldados y miembros de la guardia por los que se sentían atraídos. Pero forzar esta atracción entre una de las archiduquesas, posiblemente la más infantil de todas, con un miembro del servicio parece cuanto menos un “pegote”. Todo lo contrario que ocurre con la historia y los personajes que forman la familia de Leonid Sednev y que nos enlazan a la perfección con esa supuesta participación de los británicos en la muerte de Rasputín gracias al personaje de George Mansfield Smith-Cumming (Mansfield Cumming o Mr. C en la novela), que por cierto también fue un personaje real, primer jefe del MI6 y uno de los responsables, al menos jerárquicamente, del complot para asesinar a Rasputín.

“El testigo invisible” es una interesante novela histórica y en ella se aprecia la prosa cuidada y depurada de Carmen Posadas, una escritora que va más allá del best seller aportando un estilo propio a cada uno de sus libros

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