Miscelánea: En un rincón de la mesa había sentados cuatro poetas

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En un rincón de la mesa había sentados cuatro poetas. El más mayor de ellos tenía 34 años y fumaba en pipa como señal de una experiencia que parecía dotarle de cierta madurez, una superioridad que bajo la cháchara fácil, la barba y la ebriedad resultaba sórdida y algo insana. El más joven, por el contrario, había declinado fumar y beber durante aquel almuerzo y se había mostrado lejano y distante con aquellos con los que ha compartido mantel porque únicamente tenía ojos y oídos para el hombre que se sentaba a su derecha, el mismo al que había estado tocando la pierna bajo la mesa durante la comida y que le había llevado a fugarse de casa e iniciar la gran aventura de su todavía corta vida.

El joven imberbe también se había mostrado ausente y distante con el resto de los integrantes de la escena porque,  en alguna reunión anterior,  se había mostrado insolente y rudo por culpa de la bebida y, a pesar de que no le importaba demasiado lo que ellos pensaran de él (qué sabrán de la vida y del talento esta panda de "niños pijos" y malcriados),  sabía que su comportamiento impropio podía molestar a su máximo valedor, de quien se había enamorado profundamente, y granjearle alguna que otra enemistad dentro de aquella tertulia imposible. 

Precisamente el hombre al que ha intentado meter mano durante la comida es el menos atractivo de entre los que celebran tan curioso banquete de despedida, aunque no por ello el menos talentoso. Al contrario, podría decirse que es un visionario. Pero físicamente no está a tono con los cánones estéticos de la época: a una galopante alopecia hay que añadirle una mirada felina y bizqueante que hoy parece especialmente perdida, como buscando algo inminente y mucho más cercano que el infinito. El hombre tiene a la izquierda al pupilo que a punto puede estar de costarle la carrera porque, llegado el momento de la verdad, nada salió como habían previsto y al parecer los halagos del joven, algo desgastados de tanto uso, no fueron suficientes para calmar el deseo y la pasión del profesor quien, a pesar de todo, decidió adoptara al discípulo aventajado y sacar todo lo que pueda de él. Cree en su don aunque a ratos las dudas le inundan. Sabiéndose un traidor la zozobra es cada vez algo más familiar. Hoy está calmado gracias a la copa que lleva rellenado dos horas sin pausa alguna, pero de su cabeza no puede salir cómo va a enfrentarse a la persona que le espera en casa y que, con casi toda seguridad, aparecerá en cualquier momento por la puerta del café. En el fondo la está esperando para confesarle su pasión oculta, esa que su esposa conoce de sobra porque es una parte más del genio que la enamoró. 

Justo en la esquina de la mesa opuesta al “profesor”, al “maestro”, alguien rompe la estética del grupo declinando vestirse de negro para la cita porque considera que recién cumplidos los veintiséis años todavía no es momento de caer bajo el influjo de los cánones estéticos pre-establecidos algo que, por otra parte, no le impide lucir un atuendo digno de cualquier revista de moda: pelo cuidadosamente despeinado, frondosa barba y gafas con una montura un tanto anticuada. En realidad lo que diferencia a este joven del resto no es sólo su estética, sino también su vocación, porque quiere conocer el arte y los artistas pero él, ante todo, se siente político. Él no es un poeta como el resto. Quizá por eso está un poco al margen, observador y distante, y quizá por eso su mirada intenta ser cómplice con la de quien recoge la escena.


Los tres hombres que conversan de pie son los menos románticos del grupo. La literatura es para ellos algo muy concreto, un punto de partida, una ruptura o un arma, pero en los tres casos es una forma de revelarse contra los mismos que les facilitan su modo de vida más que confortable, es decir, sus padres. Ellos tampoco son poetas, pero sí son escritores, concretamente dramaturgos, y aman el teatro sobre todas las cosas. Dos de ellos han estudiado derecho y los tres, por uno u otro motivo se sienten en inferioridad intelectual ante el niño imberbe y de manos grandes que, insolente y de ropa desgastada y roída, es un personaje en sí mismo, el auténtico atormentado que puede escribir los poemas más tristes quitándoles a ellos protagonismo y dándole él sólo nombre a toda una generación creativa. Este cuarteto representa una brecha social abierta hace décadas y que nunca llegará a cerrarse del todo. Por último,en el centro, otro hombre maduro flanquea al joven poeta al que todos parecen temer. Es un hombre afable y sensible y uno de los ideólogos de aquel encuentro de poetas. Sabe del talento de cada uno de los que le han acompañado durante aquella comida y lejos de ver diferencias augura para ellos un futuro prometedor a la sombra de las mismas ideas creativas. Fue él quien, en parte, convenció al profesor para que entablará relación con el joven cuando este cumpliera los 18 y no se siente culpable por haber hecho de “celestina”: en el amor y en el arte prácticamente todo está permitido.

En esta mesa falta un integrante, el número nueve, a quien no vemos pero que imaginamos. Es la persona que recoge y documenta la escena y tampoco es un poeta. Más bien, es un cronista de su época, un testigo poco destacado y tímido cuya brillantez dejará un testimonio óptimo y de gran importancia. Lo imagino como al resto, joven y con barba, y en este caso, vestido de blanco, como dispuesto a mancharse la camisa por sus sueños. Cuando capta la imagen a ritmo de Wagner (es un gran amante de la obra del compositor y también admira a muchos músicos) todavía no sabe la cantidad de vueltas que la vida dará a los integrantes de tan literaria composición y la cantidad de historias que podrían surgir de este cuadro. 

Relato inspirado en el cuadro “Un coin de la table”, de Henri Fantin-Latour.
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Fantin-Latour: Grandes cuadros para grandes homenajes

Henri Fantin-Latour pintó el cuadro “Un coin de la table” (“Un rincón de la mesa”) durante el transcurso del Salón de 1972 en París. La obra forma parte de un proyecto muy personal del autor, un trabajo de toda una vida con el que pretendía captar a los protagonistas más importantes de la vida cultural de su época en diferentes cuadros grupales que distinguiría por disciplinas: arte, literatura y música. Sin embargo, y aunque el resultado es mastodóntica (en el mejor sentido de la palabra), no todo salió como Fantin-Latour podía prever.

1864- El aniversario de la muerte de Delacroix

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El primero de los cuadros grupales de Fantin-Latour estaba dedicado a la pintura y tenía como eje la figura de Eugène Delacroix coincidiendo con el primer aniversario de su muerte. Por ello reunió a los pintores que más admiraba (Louis Edmond Duranty,Jules Champfleury, Louis Cordier, Alphonse Legros, James McNeill Whistler, Édouard Manet, Félix Bracquemond y Albert de Balleroy) y los organizó entorno al “Autorretrato con chaleco verde” que Delacroix había pintado en 1837 a la edad de cuarenta años. Añadió dos personajes extra a esta composición que bautizó como “Homenaje a Delacroix”: el poeta Charles Baudelaire, que aparece sentado en la derecha, y el propio Fantin-Latour, que lo hace vestido de blanco y rompiendo con la uniformidad del resto. Seis años después, Fantin-Latour realizó una segunda parte dedicada a la pintura llamada “Un atelier aux Batignolles” (“Un taller en el Batignolles”). En este cuadro añadía a otros referentes de la pintura como Otto Scholderer, Renoir, (con sombrero), Edmond Maître, Federico Bazille y Claude Monet. También en esta ocasión quiso añadir a un integrante que “desafinaba” dentro del grupo: el escritor y periodista Émile Zola. Los críticos de arte todavía confabulan sobre este cuadro. Los órdenes de ubicación de los personajes cambian según distintos estudiosos y también la presencia o no de algunos de los personajes*.En todo caso, al final,Fantin-Latour dedicó dos cuadros a pintar a los grandes pintores de su tiempo.


1872- Un fallido homenaje a Baudelaire

charles baudelaire
“Un rincón de la mesa” es posiblemente el más famoso de los cuadros de esta trilogía convertida después en una obra global presentada “en cuartos”. Para esta escena el pintor quiso repetir exactamente la misma mecánica que había seguido que en el homenaje a Delacroix. En este caso su intención era congregar a los poetas más importantes de su generación alrededor de un cuadro de Baudelaire (el poeta había muerto en 1867) con motivo del quincuagésimo aniversario de su nacimiento. Sin embargo, ni el padre de "Los Miserables" (Víctor Hugo) ni los del parnasianismo (Théodore de Banville y Leconte de Lisle) quisieron posar para él por lo que Fantin-Latour tuvo que recurrir para su representación de la literatura a una nueva hornada de poetas, todos ellos muy jóvenes y prácticamente desconocidos. 

Lo que no sabía Fantin-Latour cuando pintó el cuadro en 1972 es que aquellos nombres serían el rostro de una de las generaciones de escritores más importantes de Francia: Verlaine, Rimbaud, Pierre Elzéar, Émile Blémont, Léon Valade y Jean Aicard. Siguiendo la historia a modo de ficción con la que empezaba este post podéis haceros una idea de quién es quién en el cuadro ;) . El único de todos los representados que no es un escritor es el político y periodista Camille Pelletan, quien en la imagen aparece vestido con casaca azul.

1885- Bebiendo los vientos por Wagner

richard wagner
Por último, en 1885 y casi veinte años después de su “Homenaje a Delacroix”, Fantin-Latour decidió hacer su homenaje a la música. Aunque sus obras tenían una calidad incuestionable, la fama y la repercusión de sus tres cuadros grupales anteriores no había sido la esperada. Para su última obra de estas características Fantin-Latour incluyó como requisito imprescindible que todos los músicos que posaran fueran admiradores de la obra de Wagner como lo era él mismo. Esta obra  ("Autour du piano") se pintó dos años después de la muerte del compositor de Leipzig, acontecida en 1883, y hay que tener en cuenta que en los años inmediatamente posteriores a ella la admiración por el músico alemán alcanzó su máximo apogeo. Fueron muchos los artistas que entonces quisieron aludir a la figura de Wagner en sus obras y que manifestaron estar directamente influidos por él. Entre los “wagnerianos” que retrató Fantin-Latour están Emmanuel Chabrier (al piano y posiblemente tocando la ópera “Parsifal”, sobre la que había escrito bastante), Edmond Maître y Amédée Pigeon sentados y Adolphe Julien,Arthur Boisseau,Camille Benoît,Antoine Lascouxe y Vincent d'Indy de pie. (si queréis saber más sobre el “wagnerismo” y Francia os recomiendo este enlace)

*Así, puestos a fabular y de forma muy personal estaría muy bien que el personaje del gorro, por estética y también por méritos, fuera Erik Satie. Es poco probable que lo sea ya que por entonces el compositor tenía apenas veinte años.

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