Tres han sido los protagonistas de mis lecturas durante las últimas dos semanas. Variadas y bastante amenas las tres, por cierto, aunque creo que más por el interés personal que por el contenido de los libros en sí. Pasé de elfos y hobbits a reyes medievales y viceversa de forma rápida y sin convencimiento para darme cuenta de una cosa: la realidad siempre supera a la ficción por mucho que sea el mismísmo Tolkien quien haya armado el cotarro. Y digo lo anterior sabiendo ya de primera mano que el mundo de Tolkien está muy bien. En "El Hobbit" comienza a dibujar un universo en el que no faltan ni los detalles ni los personajes buenos y malos con todo tipo de moralejas y simbolismos. Por supuesto, nada nuevo bajo el Sol: a poco que conozcas del él o de su obra sabes que la literatura de John Ronald Reuel Tolkien es así, llena de recovecos, encandiladora y precusora de una suerte de mitología anglosajona muy interesante.
Así que no voy a hacer una “valoración” sobre la adaptación de “El Hobbit” al cine porque no es necesario. Son muchos los que han criticado para bien y para mal la película y prácticamente todos ellos lo hacen con más y mejor criterio que yo. Sólo tengo que decir que el libro, a pesar de ser un cuento, se me hizo un poco largo y que no me ha gustado la invención de personajes gratuita que se hace en la versión cinematográfica. Y añado a modo de nota mental que como ya se me ha pasado esa especie de gusanillo “tolkiniano” que me había contagiado la última parte de la trilogía, de momento, nada de lanzarme a por “El Señor de los Anillos”.
Para contrarrestar la avalancha de ficción alterné "El hobbit" con unas breves pero completas biografías de los Reyes de Aragón que llevan la firma del historiador y escritor José Luis Corral y es aquí donde me di cuenta de que para épica, épica, la historia. En general la lectura de estos libretos (son una especie de capítulos que regalan con un diario regional) ha sido bastante enriquecedora a todos los niveles y me ha servido para descubrir a algunos de los reyes que eran prácticamente desconocidos para mi y para comprobar, una vez más, la manipulación y la apropiación que algun@s se empeñan en hacer de la historia y de los símbolos. Por supuesto, también me ha resultado útil para poner un punto de énfasis sobre la riqueza de nuestra historia durante la Edad Media, realmente compleja por muchos motivos pero más que digna de mención y potencial fuente de inspiración para novelas y películas. A las historias típicas de la época que incluían trovadores, entronizaciones papales para legitimar prácticamente cualquier cosa y guerras por todos los lados hay que añadir pactos matrimoniales que hoy serían un escándalo, traiciones, hijos bastardos y parentescos que llamarían la atención de muchos. Así que, conclusión: menos Ricardo Corazón de León y más historia de la de aquí.
Y para terminar, otra vez historia. El tercer libro que he leído, prácticamente devorado en horas, es “Niños feroces” de Lorenzo Silva. Ha sido todo un descubrimiento, la verdad, y un buen sustituto de “La primera guerra mundial contada para escépticos”, de Juan Eslava Galán, que es lo que tenía pensado leer en un principio. Lo cierto es que tanto los elfos como la Edad Media me quedan demasiado lejosa, así que acercarme a una historia ambientada en la II Guerra Mundial fue un buen ejercicio tanto de lectura como de “puesta en marcha” para la vuelta al cole. La novela comienza en la Guerra Civil Española y recorre algunos de los escenarios más significativos de la Europa de los años cuarenta incluyendo aquel Berlín en ruinas de la primavera de 1945. Quien cuenta la historia ya en el momento de su vejez es uno de esos “niños feroces” que acaban con un Mauser en las manos por unas convicciones a las que los hechos y el transcurrir de la vida entre trincheras van quitando cualquier justificación. La narración (ficticia) nos cuenta la historia de un joven que durante la Guerra Civil se convenció por unas ideas alimentadas por el odio ambiental y circunstancial y que llegado el momento decidió jugar a la guerra a nivel internacional. El protagonista no es precisamente un héroe ni para el país que le vio nacer ni para el que defendió con su propia vida: fue uno de los españoles que vistió un uniforme de las SS durante los últimos meses de la II Guerra Mundial y su “testimonio” sirve como ejemplo del oscuro y desconocido periplo de algunos soldados españoles, prácticamente todos ellos voluntarios y a los que el propio Gobierno de Franco dio la espalda, por diferentes frentes de la II Guerra Mundial.
A modo de opinión personal “Niños feroces” da para mucho no sólo por la forma estar contada (un joven escritor sin “inspiración” recibe la ayuda de su experimentado profesor para realizar una investigación y contar un brillante testimonio, lo que hará las delicias de cualquiera que en algún momento se haya planteado escribir) sino también por los apuntes que ofrece, bastante esclarecedores, sobre la llegada de Franco al poder en España en 1939 y su “traición” a sus antaño aliados europeos y a las ideas que le dieron la victoria. También cabe mencionar la parte documental del libro que hace que por momentos confundamos esta historia ficticia con una investigación basada en hechos reales. En definitiva “Niños feroces” es un testimonio de la buena literatura que se hace en nuestro país, es muy recomendable y es una puesta negro sobre blanco de una idea que no caduca: detrás de la guerra de cualquier época o lugar hay muchos intereses creados más allá de las ideas, usadas prácticamente como excusa.
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