[oxígeno (Gas Ciudad, de Abelardo Muñoz)

Gas Ciudad es oxígeno. Oxígeno por lo claro. Por lo transparente. Por la ausencia de contaminación literaria. Oxigenadas las historias de Abelardo Muñoz porque nos llegan susurradas tras una fina capa de humo que los chicos de Editorial Cocó han soplado con acierto en la contraportada del libro. Oxigenada la lectura porque el autor no huye de la jerga y el lenguaje comúnmente llamado común y que algunas tanto agradecemos cuando nos enfrentamos a las páginas impresas…

Decimos que leer Gas Ciudad nos oxigena porque no nos rasgamos las vestiduras por los yonquis y camellos politoxicómanos, por las putas que quieren pillar polvo turco, por las pijas que fuman crack entre filete y filete de roast beef, por los teléfonos mojados de esperma o porque un carnicero sodomice a Marta. El retrato de la nueva Valencia sumergida que nos regala Abelardo Muñoz oxigena por lo genuino, porque es de la tierra, como los melones de nuestros campos, como ese conocido anónimo con el que te encuentras en la Estación del Norte, como la calle de La Paz, como Benimaclet, como Ruzafa y como todas las calles y personas pisoteadas desde la Malvarrosa hasta Velluters.

Abelardo Muñoz recorre con este libro de relatos los últimos veinte años de la Valencia que se esconde tras el telón de la “normalidad", en el submundo más cotidiano. Lo hace sin dejar cojas las descripciones y sin omitir las referencias artísticas, literarias y cinematográficas que enriquecen sus historias. Lo hace sin quedarse en lo fácil. Lo hace deleitándonos con visiones apenas cocidas sobre el maltrato, el asesinato, la desesperación y lo complicado de caminar por los bordes del abismo en una suerte de denuncia al estilo crudívoro: se empapa de la realidad cruda y luego te la sirve en bandeja. Y él se encarga de poner la carne.

Gas Ciudad también dibuja mujeres, dones que, queriéndolo o no, acaban dotando de personalidad propia a los relatos. Son mujeres de todas las razas y formas, encontradas y perdidas, puras y descarriadas, supervivientes y “matadas”. Se pinta igual a las que observan como doña Cósima, a las que actúan como Rosa o a las que lloran como Vicenta. Unos retratos de mujeres también en crudo que, me gustaría resaltar, se agradecen desde este lado femenino.

Para ser sincera he de decir que Gas Ciudad me ha gustado y, en mi opinión, es mucho menos depravado y mucho más poético de lo que me esperaba, si es que acaso la soledad, el maltrato, la prostitución o las drogas no son entes depravados y poéticos por sí mismos.

Gas Ciudad, de Abelardo Muñoz
Editorial Cocó, Abril de 2010
Serie Wendigo
122 p, 12 euros
Imagen: portada de "Gas Ciudad" (Editorial Cocó)


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