Me encontré en un
desencuentro de lo más inapropiado. No recuerdo su nombre y no sé
cual era su apellido. Lo segundo no se me ocurrió preguntarlo. Ni
siquiera me dio por pensar que la chica estrábica formaba parte de
una progenie, que podía tener un padre o una madre. Solo recuerdo
que su pelo estaba lleno de luciérnagas. Intenté cazarlas una a
una, pero se hizo de día y les perdí la pista. Pensé que la
siguiente noche podría atraparlas a todas batiendo sobre ellas una
red transparente y que, adormecidas, antes de la llegada del Sol
serían todas para mi. Las metería en un bote de cristal y las guardaría para
contarles cuentos por las noches. ¿De qué se alimentan
las luciérnagas?, pensé.