El “glamour” literario de la locura



Afirma Emily Reinolds en un artículo publicado en el suplemento literario del Times que echando un vistazo a los anales de la literatura éstos están llenos de locura y depresión. Hemingway, David Foster Wallace o Virginia Woolf son algunos de los nombres de los emanan letras constantemente y para los que el sufrimiento parece ser ingrediente vital en su producción artística. A esta lista podríamos añadirle otros como Alfonsina Storni, Cesare Pavese, Silvia Plath, Gérard de Nerval, Anne Sexton, Larra o Alejandra Pizarnik.


Muchos corresponden a mujeres y muchas de ellas poetisas, como por ejemplo Safo, cuyo destino suicida en el mar parecieron seguir otras tantas.  Las imaginamos a todas tristes, con la cabeza agachada y escribiendo con la tinta negra que emanaba su corazón. 

De todas las historias de escritores y poetas suicidas la que más me llama la atención es la de Sarah Kane, dramaturga que decidió quitarse la vida a los 28 y cuando  llevaba ya años siendo llamada a ser un referente en el teatro inglés. Kane nos dejó versos que hielan el alma (podéis ver algunos aquí) y se fue demasiado pronto. Pero irse era también su deseo más anhelado ya que había intentado quitarse la vida varias veces. Lo consiguió durante un internamiento en un centro psiquiátrico.

Volviendo a ese glamour de unir “locura y la literatura” cuando se hace este maridaje no hay que olvidar que la enfermedad es mucho más dura de lo que la vida de estos genios nos muestra. No hay éxito en ella.  Para algunos la locura tiene un halo romántico, místico y atrayente porque lo ve en estos genios, pero sólo aparece en ellos.  Se queda en las fronteras de otros porque este tipo de sufrimiento no ofrece revelaciones sobre la condición humana o sobre las verdades del universo. Por supuesto siempre hay que diferenciar entre la depresión y los brotes psicóticos como los que tenían Edgar Allan Poe o Zelda Fitgerald, pero generalmente de los ni una ni otra son creativas. Más bien son aburridas y plagadas de hastío.  La tristeza extrema, venga de donde venga,  no hace llaga literaria.

Aún así siempre puede haber excepciones e individuos (algunos lo hicieron, aunque son los menos) que alcanzan la cima espiritual y creativa bajo la depresión o la locura, hombres y mujeres a los que la musa les llega en forma de camisa de fuerza capaces de escribir su obra a base de infelicidad. También hay quién dice que son las drogas las que más estimulan su lado creativo poniendo a un montón de hormonas a jugar.

Dejo aquí el enlace al artículo original de Emily Reinolds para quien quiera leerlo. Ofrece una reflexión de lo más interesante.

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