Reseñas: “Crónicas del encierro”, de Izaskun Gracia Quintana

 
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Encerrarse solo o encerrarse acompañado. Morir solo o morir con otro aliento al lado. Luchar o dejarse morir. Elegir. Siempre elegir. Buscar motivos, excusas para que seguir respirando no sea una obligación adquirida con un mundo que nos ignora continuamente.  Todos los personajes de las “Crónicas del encierro” de Izaskun GraciaQuintana (Editorial Salto de Página, 2016) están solos, o se sienten solos, o temen a la soledad, y todos, cada uno de ellos, podría vivir en la puerta de al lado y ser invisible a nuestros ojos. "Nacemos solos, vivimos solos, morimos solos. Únicamente a través del amor y la amistad podemos crear la ilusión momentánea de que no estamos solos", dijo una vez Orson Wells, y su frase está ya tan trillada como todos los tópicos que rodean a la soledad. En este conjunto de relatos, en estas crónicas encerradas,  la soledad se presenta como un lugar común y como un reto diario, pues nos han dicho que no es buena y que lo “correcto” es evitarla y no convivir con ella. Sin embargo la soledad es tan variada y surge de modos tan disersos que cada uno la experimenta a su manera, como cualquier otro sentimiento de esos que nos hacen pum-pum en las entrañas.



Sentirse solo a veces también es una metáfora  de vivir (o de no vivir) y a veces  es sinónimo de estar solo, pero sólo a vecesLa soledad, encerrarse por dentro o por fuera, también puede ser una elección, un objetivo vital injustamente subestimado por la mayoría, y sólo quien alguna vez ha estado o se ha sentido realmente solo en cualquiera  de sus variantes es capaz de decir lo bueno o malo de esa situación.


Encerrados (y paralizados) en el miedo


Los personajes que narran las “Crónicas del encierro” están quietos, como esperando que el mundo cambie y los arrastre con ellos. No son vagos, para nada, y no tienen cabos sueltos en su construcción (al contrario, podemos identificarlos y dibujarlos con palabras sin que Izaskun Gracia Quintana nos haya dicho si son altos o bajos, o calvos, o gordos, o morenos u ojerosos) y eso es mérito de la autora. Pero sí que es cierto que a todos ellos los conocemos en un momento muy concreto, en una especie de punto de break, cuando se han parado a pensar y tienen que tomar una decisión. Por eso nos enganchan, porque formamos parte de sus dudas y porque la toma de decisiones siempre es compleja e intigrante cuando no está prevista de antemano. Por otra parte, su normalidad y la de sus historias, hace que el lector pueda identificarse con ellos. Una vez tuve una gotera en mi pequeña casa que me mantuvo horas en vela como en “Tap” y todos hemos soñado  alguna vez con tener secretos oscuros como los de “El pozo”. Desde luego no todo el mundo tiene los arrebatos de la protagonista de “Vacaciones” (aunque cuando Chicho Ibáñez Serrador nos preguntaba eso de “¿Quién puede matar a un niño?” nos daba pistas sobre la existencia real de la crueldad infantil) pero lo de coleccionar o elegir lapiceros sin azar es una manía que muchos compartimos. Los personajes de “El vestido azul” y “El barco hundido” han elegido la soledad como forma de vida por distintos motivos y, pase lo que pase, parecen abocados a seguir en ese mismo estado: sí, hay gente que simplemente se siente mejor y más seguro estando solo. Y “Triángulo de cerámica” es una de esas historias que te pone al límite, que lleva a lector a plantearse una situación que causa escalofríos y que, más que de soledad, nos habla del miedo a lo desconocido, a la ausencia de motivos, a la incertidumbre. Estos relatos, de uno en uno o en grupo,  parecen el calentamiento para “Diario nocturno”, el relato final de “Crónicas del encierro” y en el que Izaskun Gracia Quintana vuelca todas las sensaciones anteriores, donde todo lo anterior cobra sentido y donde la autora despliega sus recursos narrativos de forma más brillante. Su estilo de escritura más que correcto va al punto exacto, al detalle. Es marcado, es reconocible desde la primera página y es de compleja construcción y fácil lectura, dos hechos que, lejos de ser una paradoja, son todo un alivio el lector.

De los siete relatos, de las siete “Crónicas del encierro”, no sabría con cuál quedarme. La heterogeneidad es lo que tiene, que también genera dudas. Sin embargo, es inevitable hablar de espacios comunes en todos ellos. Éstos serían la soledad pero también el desarraigo, la desesperación, el abandono, el tedio, la dejadez y la incertidumbre. El desconocimiento. En “Crónicas del encierro” también se pone de manifiesto otra cuestión interesante: el egoísmo del que hablaba Wells, esa soledad innata del ser humano, eso que hace que olvidarnos del resto sea lo más sencillo del mundo. Y por último Izaskun Gracia Quintana también habla de la costumbre, de lo fácil que es hacer nuestro lo que en origen no lo es a base de rutina. Somos animales solitarios y somos animales de costumbres: ese podría ser el resumen. 

Cuando me imagino la soledad siempre recreo en mi cabeza la historia de un hombre que, agobiado ( o cansado o aburrido o decepcionado) por y con el mundo decide encerrarse dentro de una caja. Su único contacto con el exterior es lo que oye al otro lado de las paredes de madera, generalmente lamentos y cosas que ya conoce de sobra y que son el motivo que le ha empujado a encerrarse. Está tranquilo, conforme con su decisión. Sin embargo un día empieza a llegar desde fuera cierta algarabía, voces de las que no sabe nada y que no identifica, verbos alentadores y desconocidos (u olvidados), incluso música alegre. Y entonces, ante lo desconocido, le asaltan las dudas. Su curiosidad crece y siente la necesidad de salir, de saber lo que está pasando, de poder valorar cuál es el cambio y cómo le afectará a él: siempre estará a tiempo de volver a la caja. Esto me ayuda a convencerme de que la soledad, al igual que tantas otras cosas, depende en gran parte de nosotros mismos, porque estar encerrado forma parte del mismo juego que sentirse libre y, al final, todo se reduce a una elección. 

Puede que, en su próxima entrega, los relatos de Izaskun Gracia Quintana tengan personajes que empujen desde dentro para salir de la caja. O no. Puede que ella les ponga la música y  sean ellos mismos decidan abandonar su encierro. 

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