"Artaud...la cara de mis alucinaciones. Los ojos alucinados. Los rasgos angulosos, tallados por el dolor. El hombre soñador, diabólico e inocente, frágil, nervioso, potente. Cada vez que se cruzan nuestras miradas, me sumerjo en mi mundo imaginario. Realmente, es un hombre alucinado y alucinante”. Así es como la escritora Anaïs Nin define a Antonin Artaud en su segundo diario inexpurgado, “Incesto” (1933-1934). El libro es polémico, como lo son todos sus diarios. En él habla de temas “recurrentes” en su obra como el aborto, el adulterio o el lesbianismo, pero en este caso Anaïs Nin incluye además el capítulo en el narra la relación romántico-sexual que mantuvo con su padre, el músico cubano Joaquín Nin, quién la abandonó cuando tenía once años y con quien se reencontró veinte años después. Decir que Anaïs Nin era una devoradora sexual, una omnívora en la cama, suena a “sensacionalismo”, a cotilleo, a usurpación del plano personal. Pero la verdad es que la Nin lo era y lo reconoció tanto a lo largo de su vida como a lo largo de su obra. Nadie falta a su memoria realizando una afirmación así. Sin embargo, también hay que decir que una de las relaciones que más le marcó y de la que más habló fue la que mantuvo con el poeta Antonin Artaud una "relación" que precisamente no se caracterizó por la atracción física o sexual. Quien sabe si Anaïs Nin, cansada de tanta conexión carnal con el mundo, vio en el poeta algo que le llenaba plenamente mucho más allá del cuerpo. El caso es que Anaïs Nin, de alguna manera, se enamoró del dolor que este hombre de mente y cuerpo enfermo emanaba.
Antonin
Artaud era un sufridor nato. Sus ojos le delataban. Sus ojos y su
delgadez extrema, producto de la locura. Anaïs Nin decía
precisamente que a nivel físico lo único que conocía de Artaud era
su mirada o mejor dicho, sus ojos, y que aunque le gustaba la extrema
delgadez del poeta no estaba enamorada de su cuerpo, del que quería
mantenerse alejada, pero si de su privilegiada mente. A Anaïs Nin el
poeta no le interesaba humanamente, pero le enamoraba en el plano de
lo intelectual, de lo inmaterial, de lo sobrenatural. Sentía piedad
de su cuerpo esquelético y admiración por su espíritu y su locura.
Nin
y Artaud se reconocieron por primera vez en la Universidad de la
Sorbona. En el aula de teatro ella se sienta en la primera fila y él
presenta uno de sus últimos trabajos llamado “El teatro y la
Peste”. Artaud sube al estrado y empieza a hablar. Las comisuras de
su boca están teñidas por el láudano. El dramaturgo convertido
ahora como tantas otras veces en actor habla de vivir, de sentir, de
arte, de evasión y de inmortalidad. Y de repente, comienza a actuar
como su fuera alguien que está muriendo de peste. Artaud representa
la agonía extrema, su propia agonía. Delira. Grita. Suda. Transmite
dolor en los órganos internos y quemazón en la garganta. Lo hace
sin importarle que aquello está lleno de gente, de estudiantes, de
profesores y de escritores. O precisamente lo hace porque le importan
demasiado y quiere transmitirles algo, removerles las entrañas.
Teatro
de la crueldad,
lo llamarán después. De repente la sorpresa inicial se transforma
en risas y las risas mutan a los pocos segundos en abucheos. No hay
aplausos. Sólo el dolor de Artaud en la tarima y unos pocos que
pretenden entender más allá del propio sufrimiento del
escritor/actor. Anaïs Nin y Antonin Artaud abandonan la sala juntos
y pasean bajo una fina lluvia hasta un café. Él está inquieto por
los abucheos de la gente. Ella le dice “Su
hostilidad demostró únicamente que usted les había inquietado".
Y él que entiende que ella le ha entendido le contesta: “No
había esperado encontrar en ti mi locura”.
A
la escritora le atrajo el olor a poesía que destilaba aquel cuerpo
tísico y corrupto, un aroma del que ella estaba ansiosa. Por aquel
entonces Artaud era ya un mago del surrealismo. Había trabajado codo
a codo y pulso a pulso con Breton y había dirigido la
"Central de Investigaciones surrealistas". En el cine el
talento interpretativo de Artaud le había permitido participar en
producciones como Napoleón
(1927), de Abel Gance, y La
pasión de Juana de Arco
(1928), de Carl T. Dreyer, y en el teatro se había decantado por la
experimentación fundando en 1926 el Teatro Alfred Jarry y poniendo
en marcha obras como “Vientre
quemado o la madre loca”.
Será esta parcela artística, la de la dramaturgia, la que remueva
los instintos más altos y más bajos de Artaud y por eso en 1932
publicará el que será su gran salto a la inmortalidad, Teatro
de la crueldad,
una especie de manifiesto filosófico en el que abogaba por la
ruptura con el teatro más clásico, con su estructura y sus formas
apostando por la violencia y la “crueldad” para sorprender al
público removiendo sus fibras más sensibles, de tal forma que la
obra pueda llegar a marcar al espectador para siempre. Este texto,
publicado en el número 229 de la Nouvelle
Revue Française,
será
a su vez el origen de una importante escuela de teatro y
convertirá
al poeta
en todo un referente para la vanguardia intelectual parisina de aquel
momento y de todos los tiempos. Aclarado esto, sobra decir que
cuando en 1933 Anaïs Nin y Antonin Artaud se conocieron todos sabían
que el segundo era un genio. Y todos sabían también, que estaba
loco. Al marsellés la locura le acompañaba prácticamente desde la
cuna, posiblemente como el fruto engendrado por una neurosífilis
contagiada por sus progenitores. La paranoia, las crisis depresivas
y los periodos de internamiento en sanatorios eran parte del día a
día de Artaud. También lo era la religión, la autodestrucción y
el abandono físico. A Anaïs Nin pareció no importarle que Artaud
hablara constantemente como un poeta inventando y tergiversando
versos, que se convirtiera en Hamlet durante alguna de sus
conversaciones o que se identificara continuamente con Heliogábalo,
el más transgresor y perverso de los emperadores romanos y a quien
dedicará una de sus obras más polémicas. Lo intelectual, otra vez,
por encima de lo excéntrico. Anaïs Nin y Antonin Artaud únicamente
tuvieron un encuentro físico, a modo de aventura, un encuentro en el
que lo sobrenatural tuvo más peso que la impotencia física del
hombre. Un encuentro breve fuera, posiblemente mucho más allá, de
los hedonistas límites de la carne entre los que la Nin solía
moverse. Una relación entre locos (entendiendo locos como mentes
privilegiadas) que pensamos queda lejos del entendimiento del resto
de los mortales.
Tres
años después de aquel escarceo amoroso Artaud decidió instalarse
temporalmente en México. Allí esperaba entrar en contacto con las
culturas precolombinas y experimentar con el peyote. Hizo las dos
cosas. Se perdió en la droga. Vivió de primera mano las vanguardias
artísticas (especialmente pictóricas) de México. Se instaló en
un prostíbulo. Buscó respuesta en las estrellas, en el tarot y en la numerología. Repudió finalmente del crisitanismo. Y en definitiva cumplió a rajatabla con lo poco que
le quedaba por hacer para convertirse en un escritor maldito “de
manual”.
Los excesos del periodo americano harán mella en su
cuerpo y en su mente, débiles de por sí y los
siguientes diez años (que serán los últimos de la vida de Artaud y
ya de regreso en Francia, donde se instala definitivamente en 1937) estarán marcados por el declive físico y
por el aumento de su prestigio a nivel artístico, filosófico e
intelectual. Internado en un sanatorio y sometido a una terapia de
electrosock que iba carcomiendo su cuerpo de forma imparable, Artaud
decide pasar el ocaso de su vida escribiendo. Publicará en 1946
Lettres
de Rodez y en 1947 Van Gogh, el suicidado por la sociedad.
Su producción también fue prolífica durante los últimos tres
meses de su vida. Los textos Artaud
le Momo,
Ci-Git,
Vie
et Mort de Satan le Feu y
Para
acabar de una vez con el juicio de Dios
fueron escritos en 1948 y publicados después de su muerte. El final del POETA MALDITO. El final de Antonin Artaud.
Antoine Marie Joseph Artaud
***
Poeta Negro
Poeta negro, un seno de doncella
te obsesiona
poeta amargo, la vida bulle
y la ciudad arde,
y el cielo se resuelve en lluvia,
y tu pluma araña el corazón de la vida.
Selva, selva, hormiguean ojos
en los pináculos multiplicados;
cabellera de tormenta, los poetas
montan sobre caballos, perros.
Los ojos se enfurecen, las lenguas giran
el cielo afluye las narices
como azul leche nutricia;
estoy pendiente de vuestras bocas
mujeres, duros corazones de vinagre.
Antoine Marie Joseph Artaud
(Marsella, 4 de septiembre de 1896 - París, 4 de marzo de 1948)
ALGUNOS FRAGMENTOS
DE LA OBRA DE ARTAUD
“La
crueldad consiste en descuajar por la sangre y hasta la sangre de
dios, a la contingencia animal de la inconsciente bestialidad humana
en todos y cualquier sitio donde se lo encuentre."
En
"Para terminar con el juicio de dios"***
"No
podemos vivir eternamente rodeados de muertos y de muerte.
Y si todavía quedan prejuicios hay que destruirlos.
EL DEBER
digo bien
EL DEBER
del escritor , del poeta, no es ir a encerrarse cobardemente en un texto, un libro,
una revista de los que ya nunca saldrá, sino al contrario salir afuera
para sacudir
para atacar
al espíritu publico
si no
¿para qué sirve?
¿y para qué nació?
Y si todavía quedan prejuicios hay que destruirlos.
EL DEBER
digo bien
EL DEBER
del escritor , del poeta, no es ir a encerrarse cobardemente en un texto, un libro,
una revista de los que ya nunca saldrá, sino al contrario salir afuera
para sacudir
para atacar
al espíritu publico
si no
¿para qué sirve?
¿y para qué nació?
***
(Yo)
me consagraré en adelante
exclusivamente al teatro, tal
como lo concibo,
un teatro de sangre,
un teatro que en cada representación
habrá hecho ganar
corporalmente
algo
tanto al que representa como al
que viene a representar,
por otra parte
uno no representa,
uno hace.
El teatro es en realidad la
génesis de la creación.
Yo estaba vivo
y estaba allí desde siempre
¿Comía yo?
exclusivamente al teatro, tal
como lo concibo,
un teatro de sangre,
un teatro que en cada representación
habrá hecho ganar
corporalmente
algo
tanto al que representa como al
que viene a representar,
por otra parte
uno no representa,
uno hace.
El teatro es en realidad la
génesis de la creación.
Yo estaba vivo
y estaba allí desde siempre
¿Comía yo?
***
Yo
he elegido el terreno del dolor y la sombra como otros eligen el del
resplandor y el de la acumulación de la materia.
Yo no trabajo en la extensión de ningún terreno.
Sólo trabajo en la duración.
Yo no trabajo en la extensión de ningún terreno.
Sólo trabajo en la duración.
***
Y
abajo, como en lo bajo del amargo declive,
cruelmente desesperado del corazón,
se abre el círculo de las seis cruces,
muy abajo
como encastrado en la tierra madre,
desencantado del inmundo abrazo de la madre
que babea,
la tierra de carbón negro
es el único emplazamiento húmedo
en esta hendidura de peñasco.
El rito consiste en que el nuevo sol pase por siete puntos
antes de estallar en el orificio de la tierra.
y hay seis hombres,
uno para cada sol
y un séptimo hombre
que es el sol totalmente
crudo
vestido de negro y de roja carne.
Ahora bien: este séptimo hombre
es un caballo,
un caballo con un hombre que lo lleva.
Pero es el caballo
el sol
y no el hombre.
Sobre el desgarramiento de un tambor y de una larga
trompeta
extraña,
los seis hombres
que estaban acostados,
arrollados al ras de la tierra
brotan sucesivamente como girasoles
no soles
sino suelos giratorios,
lotos de agua,
y a cada brote
corresponde el gong más y más sombrío
y recogido
del tambor
hasta que de pronto se ve llegar a gran galope,
con una velocidad de vértigo,
el último sol,
el primer hombre,
el caballo negro con un
hombre desnudo
absolutamente desnudo
y virgen
sobre él.
Después del salto,
meandros circulares
y le caballo de carnes sangrantes enloquece
y caracolea sin cesar
en la cima de un peñasco
hasta que los seis hombres
acaben de cercar
completamente
las seis cruces.
Pues el tono mayor del rito es justamente
LA ABOLICION DE LA CRUZ
Cuando acaban de girar
arrancan
las cruces de tierra
y el hombre desnudo
sobre el caballo
enarbola
una inmensa herradura
que ha empapado en una grieta de su sangre.
cruelmente desesperado del corazón,
se abre el círculo de las seis cruces,
muy abajo
como encastrado en la tierra madre,
desencantado del inmundo abrazo de la madre
que babea,
la tierra de carbón negro
es el único emplazamiento húmedo
en esta hendidura de peñasco.
El rito consiste en que el nuevo sol pase por siete puntos
antes de estallar en el orificio de la tierra.
y hay seis hombres,
uno para cada sol
y un séptimo hombre
que es el sol totalmente
crudo
vestido de negro y de roja carne.
Ahora bien: este séptimo hombre
es un caballo,
un caballo con un hombre que lo lleva.
Pero es el caballo
el sol
y no el hombre.
Sobre el desgarramiento de un tambor y de una larga
trompeta
extraña,
los seis hombres
que estaban acostados,
arrollados al ras de la tierra
brotan sucesivamente como girasoles
no soles
sino suelos giratorios,
lotos de agua,
y a cada brote
corresponde el gong más y más sombrío
y recogido
del tambor
hasta que de pronto se ve llegar a gran galope,
con una velocidad de vértigo,
el último sol,
el primer hombre,
el caballo negro con un
hombre desnudo
absolutamente desnudo
y virgen
sobre él.
Después del salto,
meandros circulares
y le caballo de carnes sangrantes enloquece
y caracolea sin cesar
en la cima de un peñasco
hasta que los seis hombres
acaben de cercar
completamente
las seis cruces.
Pues el tono mayor del rito es justamente
LA ABOLICION DE LA CRUZ
Cuando acaban de girar
arrancan
las cruces de tierra
y el hombre desnudo
sobre el caballo
enarbola
una inmensa herradura
que ha empapado en una grieta de su sangre.
***
Poeta Negro
Poeta negro, un seno de doncella
te obsesiona
poeta amargo, la vida bulle
y la ciudad arde,
y el cielo se resuelve en lluvia,
y tu pluma araña el corazón de la vida.
Selva, selva, hormiguean ojos
en los pináculos multiplicados;
cabellera de tormenta, los poetas
montan sobre caballos, perros.
Los ojos se enfurecen, las lenguas giran
el cielo afluye las narices
como azul leche nutricia;
estoy pendiente de vuestras bocas
mujeres, duros corazones de vinagre.
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