La mujer se llama Nadezha, aunque familiarmente le llaman Nadia. Tiene 20 años y acaba de conoce al escritor en un nightclub de
Kiev. Estamos en el año 1919 y la familia de la joven se ha trasladado a la
capital ucraniana por el trabajo del padre y por las posibilidades culturales
que ofrece la gran ciudad. Nadia ha estudiado arte y proyecta escribir su tesis
doctoral. Pero todo se para por las consecuencias no deseadas venidas de la
Revolución de Octubre. La dura represión soviética les obliga a frenar su
creación: ella guardará su tesis en el cajón de un escritorio y él no escribirá
ningún verso que directamente o por interpretación pueda comprometerle
políticamente. Ambos idearán un método para que su poesía no se pierda: se la
recitarán el uno al otro y se la aprenderán de memoria.
Nadezha y Ósip Mandelstam
repitieron uno de los rituales más importantes y repetidos en el legado de la cultura humana memorizando su poesía para que ésta no se perdiera. En otras palabras,
se hicieron eco de lo que comúnmente llamamos tradición oral. Nada de letras
impresas. Nada de escritura. El motivo está claro: se trataba de la forma de
que sus poemas no les trajeran consecuencias políticas. El esfuerzo, bajo el prisma de las consecuencias
inmediatas, fue en vano, porque él fue detenido a causa de un epigrama sátiro y mordaz contra Stalin y una vez fichado por el régimen, éste no paró hasta
acabar con su vida en un gulag siberiano (leer epigrama). Desde una visión global y con el paso del tiempo como referente obligatorio, la elección fue excepcional, pues se convirtió en la única forma de conservar una importante parte de la obra de Mandelstam.
Tras la muerte del poeta en un campo de prisioneros en 1938, Nadia se centró en el que se convertiría en su único objetivo
vital: dar testimonio de la obra no impresa de su esposo, de aquella que ambos
tuvieron que memorizar. Siguió aprendiéndose la obra de Ósip y esquivando la
persecución stalinista y el olvido que da el paso del tiempo. Por fin, en el año 1956, con Stalin ya muerto, Nadia pudo acabar
su tesis doctoral y, dos años más tarde, pudo regresar a Moscú. Publicó parte de la obra de su marido y planeó contar su historia, esta vez si, impresa en un gran libro. Como su nombre
significa Esperanza, decidió que su compendio de experiencias vitales tuviera como títulos dos juegos de palabras: Contra la desesperanza (1970) y Sin
esperanza (1974). Ambos libros, que pueden ser dos partes de uno único,
ponen de manifiesto la brutalidad represiva del régimen de Stalin a partir de
los años 20. El primero de ellos está considerado como una obra maestra de la prosa, así como un
modelo de la narrativa biográfica y del análisis social de los años terribles
de la persecución y tormento antes de que el poeta Ósip Mandelstam fuera
asesinado. El libro narra con especial detalle las vivencias de su marido y de
los compañeros de su generación, unos detalles que convierten a esta obra en un
documento histórico excepcionañ. El
segundo libro, quizá más expresivo y personal, ahonda sobre la autora y sobre algunos de los aspectos más terribles de
su vida cuando muerto su marido la esperanza ha desaparecido totalmente. En
todo caso, ambos libros son fundamentales para entender la literatura rusa del
siglo XX.
Nadia fue
novia, esposa y musa del poeta. Su mujer durante 17 años (1921-1938). Su novia durante tres. Fue su compañera en el exilio y su último
aliento. Nadia enseñó inglés a Ósip. Nadie se convirtió en la memoria del poeta.
"DECIDÍ GRITAR. EL SILENCIO ES EL VERDADERO CRIMEN DE LESA HUMANIDAD"
(LA MISMA HISTORIA CONTADA DESDE UN PUNTO DE VISTA DIFERENTE)
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