Irving
Penn está considerado como uno de los revolucionarios de la cultura
visual del siglo XX. Sobre él se ha dicho, entre otras muchas cosas,
que era un expertos en descontextualizar a la persona. En su estudio
o en las zonas más inhóspitas de Latinoamérica y África, donde
desarrolló parte de su trabajo. Para él, lo principal era lo
humano. Por eso, el tratamiento era igual para un nativo del Amazonas
que para una modelo protagonista de un reportaje de Vogue. La
revolución que Irving Penn fue lo que a la literatura Cortázar o a
la pintura Picasso. Probó. Experimentó. Casó arte con
publicidad. Estableció un hasta entonces extraño matrimonio entre
vanguardia y sentido comercial. Y ganó: hoy en día sus trabajos se
exponen en los museos más prestigiosos del mundo.
En
esta extraña búsqueda de su camino propio fue topándose con los
genios que osaron ponerse delante de su objetivo. Querían ser
tratados como personas antes que como estrellas. Como aquellos
nativos antes que como glamourosas modelos. Pero el resultado era
siempre el mismo: perfección, siempre perfección y elegancia en entornos y
escenarios simples y en monocolor.
Aquí
tenéis (por este orden) a Picasso, a Truman Capote o a mi querida Simon
de Beauvoir, fotografiada en París en 1957. A continuación, la siempre fascinante
Marlene Dietrich. También están Cocteau, Duchamp y Tenesse
Williams. Y por supuesto Miles Davis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario