El “síndrome de la página en blanco” es tan antiguo como lo son los artistas sea cual sea la disciplina que practiquen. Ósea, que es muy pero que muy viejo. Es cierto que con el tiempo ha cambiado en los formatos, en las herramientas, y lo que para algunos era un folio en blanco para otros es una lámina impoluta, un lienzo virgen o un documento word vacío. Al final hablamos de lo mismo, de la falta de inspiración, de la sensación de frustración al no saber qué decir o a quién dedicar unos versos, de no encontrar el azul para nuestro cielo, de lo tedioso de sentirte abandonado por una creatividad que considerabas tuya casi en exclusiva.
Hace poco en la tele (un aparato que no sufre eso de la página en blanco pero que sí que tiene programas para ver en encefalograma plano y que nos mente de lleno en este color) comentaban que Puccini tenía pánico a la hoja en blanco, que estaba obsesionado con ella, y que fue algo parecido lo que el compositor experimentó mientras escribía la escena final de la ópera Turandot, que por cierto nunca llegó terminar porque la muerte le ayudó a que la dejara inconclusa. Si investigamos un poco veremos que este genio no era el único que se quedó en blanco en algún momento de su carrera, pero claro, nos cuesta imaginar a Platón, a Kant, a Da Vinci o al todopoderoso Stephen King sin saber qué escribir o qué inventar siendo ellos personas capaces de producir en cualquier momento y en cantidades industriales. Oye, pues se ve que también les pasó eso de no saber por dónde tirar en alguna que otra ocasión y que no es tan malo que de vez en cuando ocurra.
En fin, lo importante es que todo tiene solución. Si eres escritor, escribidor o tienes un blog y alguna vez has sufrido este síndrome de la página en blanco Chuck Palahniuk, que también es escritor y además de los que ganan pasta con ello, te da una solución bastante práctica para superarlo: apúntate a sufrir como forma de vida e incluso de muerte. Clávate un puñal en el abdomen, vomita tus entrañas, arráncate las uñas, métete una aspiradora por el ano si es necesario. El dolor te dará una historia cojonuda para contar. Pero cuidado: el sufrimiento hay que entenderlo como lo que hemos descrito antes, automutilaciones incluidas, nada de cosas sentimentales o emocionales. Lo que hace falta es que haga pupa, heridas que necesiten puntos de sutura con aguja gorda y no tiritas para el corazón partío.
Historias de fantasmas
Esto es, más o menos, lo que
Palahniuk nos viene a contar en su novela “Fantasmas”. En ella un grupo de aspirantes a escritores se ven envueltos en un truculento
(me encanta esta palabra), repito, truculento juego en el que la
violencia a otros o en las propias carnes se convierte en la mejor musa. El caso es que todos estos
especímenes aseguran ir escasos de inspiración como excusa para no escribir y un día se
encuentran con que alguien está organizando una especie de
campamento literario para panolis como ellos en el que su única
ocupación y preocupación será gestar y parir una obra maestra. Una vez
todos reunidos en un experimento que se parece al de la película
“The Haunting”, se dan cuenta de que han sido secuestrados por un
anciano pirado que los encierra en un teatro abandonado y de que este hombre tiene
la intención de ir empeorando sus condiciones de vida conforme pasen
los días para que sus experiencias sean cada vez más
extremas y así sean capaces de escribir mejor.
Todos se escandalizan al principio (obvio) pero con el transcurrir de las páginas parece que le van
cogido el rollo al asunto y se vuelven cada vez más sádicos
con ellos mismos y con sus compañeros, convencidos de que cuánto
peor sea lo que vivan allí, mejor. Y todos parecen estar de acuerdo. Todo muy Fuenteovejuna. ¿El motivo? El que consiga sobrevivir, el que esté vivo cuando vayan a
rescatarlos (algo que parece poco probable), tendrá una historia
brutal para contar, una que acaparará horas de prensa y
televisión, un drama de dimensiones desmesuradas que hará que la
carrera de escritor del afortunado superviviente suba como la
espuma. Incluso es posible, piensan, que alguien quiera
llevar su trágica vivencia al cine, de tal modo que desde el
principio son ellos mismos quienes se van dibujando y desdibujando como personajes atendiendo a las necesidades de ese hipotético guion futuro y a las
posibilidades literarias de cada cosa que les
sucede. ¿El experimento funciona? Lo cierto es que durante el
encierro los aspirantes a escritores van elaborando historias con
tintes personales o ficticios que se van narrando unos a otros como
si de una tormentosa noche de verano en la Villa Diodati se tratara.
A todos los niveles “Fantasmas”
es un libro muy Palahniuk. Es incisivo, es violento, es crítico, es
macabro. He de advertir sobre una cosa. Tiene tres partes: la narración del
encierro (que es algo así como el eje de la historia), los relatos cortos que los miembros del
grupo van escribiendo y contando y por último unos poemas que con cierto tono
satírico describen a cada uno de los integrantes de esta peculiar familia.
Personalmente la parte de los poemas no me ha gustado mucho seguramente porque no he podido apreciarlos como se merecen, es decir, en su lengua original.
Por lo
demás, si te gusta Palahniuk esta es una buena elección de lectura, una especie de antología de relatos que está más en la
línea de “Snuff” o de “Pigmeo” que de “El club de la
lucha” o “Asfixia”. Memorable dentro de este compendio, por otra parte, el
relato “Tripas”. Y hablando de tripas, ya sabéis: Chuck Palahniuk no
es apto para todos los estómagos y sus fantasmas personales
evidentemente tampoco lo son. Y ahora, si tenéis un par, seguid diciendo que tenéis el síndrome de la página en blanco...
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