Miscelánea: Libros a medias y otros rumores de la literatura


Casualidades, infortunios, golpes de efecto, confusiones. La historia está llena de pequeños matices, prácticamente tropezones que resultaron ser indispensables en la construcción de algunas de las obras más importantes de la literatura. A lo largo de todo este tiempo (más de cuatro años) en este blog han aparecido algunas de ellas. Este post sirve como recopilatorio de esas historias y como punto de inflexión para la llegada de muchas otras que tienen como protagonistas a los libros y a sus autores. 

Si tengo que elegir un personaje que me fascina dentro de la historia de la literatura esa es Lucia Joyce. Y eso que no fue una gran poetisa, ni una prolífica Corín Tellado, ni una  de esas feminazis que se fueron descubriendo a lo largo del siglo XX y que tanto me gustan. Lucía (Lucchia) fue, simplemente, una musa.  Su existencia pasó prácticamente desapercibida para mi hasta que cayó en mis manos “Todos somos Kafka” de Nuria Amat. Gracias a este libro pude descubrir a la joven brillante y atormentada que fue hija y musa de James Joyce y amante, primero furtiva y después despechada, del también escritor Samuel Beckett, por entonces secretario personal y díscipulo de Joyce. Dicen que Lucia estaba loca y dicen que hablaba seis idiomas con fluidez, que su cuerpo era perfecto para la danza y que su mente compleja inspiró a su padre para escribir Finnegans Wake, su  obra más controvertida que parece estar escrita en un lenguaje inventado. Incluso se llegó a rumorear que aquel libro estaba escrito en el lenguaje de los sueños. Hay quienes sostienen que Finnegans Wake lo escribieron juntos padre e hija (abajo, en una fotografía), en un duelo más esquizofrénico que literario,  e incluso que su autora fue únicamente Lucía y que James, alcohólico y arruinado, le puso la firma e intentó darle en vano algo de coherencia. Tampoco se sabe bien qué papel jugó Beckett en la ejecución del trabajo, pero eso es otra historia. La otra posibilidad es que Finnegans Wake sea una obra inacabada a la que nadie se atrevió a darle un final. 


De ser eso es cierto la última obra publicada de Joyce pasaría a engrosar esa lista de grandes trabajos que, bien por el azar o bien por la muerte de sus creadores, quedaron inacabados. ¿El mejor ejemplo de estas obras? El castillo, de Kafka. Cuentan que mientras el padre de Gregorio Samsa agonizaba, Max Brod, periodista, editor y amigo íntimo del escritor, acometía una de las mayores y más acertadas traiciones de la literatura: pese a que el deseo de Kafka en aquella su última primavera era que sus obras inconclusas fueran consumidas por el fuego, Brod las guardó y las ordenó y,  contra todo pronóstico y haciendo gala de un acierto memorable, decidió llevarlas a la imprenta. De este modo tras la muerte de Kafka (en 1924) se publicaron “sin final” El proceso (1925), El castillo (1926) y América (1927), que junto con La metamorfosis (1915) conforman los trabajos más representativos del autor.  También en este "grupo" de novelas sin final se encontraría El misterio de Edwin Drood, una de esas series publicadas en un folletín por entregas firmada por la magistral pluma Charles Dickens. La repentina muerte del escritor inglés dejó a los seguidores de la saga sin un final claro: ¿qué pasaba con el desaparecido Edwin? ¿y con la desconsolada ex-novia Rosa Bud? ¿cómo murió el tío Jasper? ¿asesinato o suicidio? La falta de información sobre cómo podría terminar esta historia ha aventurado a muchos a re-escribir su propio final y a versionar la historia de Edwin Drood en cine y a televisión. Evidentemente, sería casi un milagro que alguien acertara con el final.



Un milagro fue también que el manuscrito de 120 veinte días en Sodoma, cuya controvertida adaptación al cine fue filmada por Pier Paolo Pasolini en 1975, pudiera salir de la celda de la Bastilla donde el Marqués de Sade fue recluido entre 1778 y 1784. Según los rumores  es muy posible que el “Rollo de la Bastilla” en el que el Marqués plasmó sus más lascivas perversiones le fuera “requisado” por un guardia,  un hecho que  Sade lamentó durante el resto de su vida: pensaba que esa obra  apenas esbozada para su gusto y escrita en letra diminuta  sería una de las mejores jamás escritas. Tuvo que pasar más un siglo después de la muerte del Marqués para que Les Cent Vingt Journées de Sodome, ou l'École du libertinage fuera editado y publicado, y es muy posible que alguno de sus dueños posteriores introdujera cambios en el manuscrito original. Tampoco se sabe tras salir de la cárcel Sade intentó reescribirlo o completarlo ya que  cuando murió en 1814 mientras estaba internado en el sanatorio de Charenton su hijo Armand  quemó todos sus trabajos inconclusos,  dentro de los cuales se encontraba también la novela Les Journées de Florbelle

También parece inexplicable que, durante una visita a Francia, Ernest Hemingway recordara casi por casualidad que más de una década atrás  había dejado en el cajón de una habitación del Hotel Ritz de París unas notas en las que recogía sus vivencias en la capital francesa de  los primeros años  veinte, cuando era un joven corresponsal extranjero recién casado con Hadley Richardson. Aquellas hojas recuperadas de forma milagrosa  a mediados de los años cincuenta fueron el germen de París era una fiesta, una especie de memorias a las que  el Premio Pulitzer y Premio de Literatura dedicó los últimos años de su vida antes de descargarse una escopeta en la garganta mientras estaba en su cabaña de Ketchum (Idaho) en el año 1961. París era una fiesta se publicó en 1964. El reportaje (novelado) Retrato de Hemingway, de Lilliam Ross (debajo, de izquierda a derecha, Lilliam, la portada de su "retrato" y Ernest Hemingway)  es una de las obras imprescindibles para aquellos que quieran indagar más sobre la personalidad del autor de obras magistrales como El Viejo y el Mar o ¿Por quién doblan las campanas?. Hemingway también dejó sin acabar otra novela, True at First Light, publicada por su hijo Patrick en 1999.


A  todos estos libros podemos añadir: Tintín y el Arte-Alfa la obra inacabada de Hergé;  Kubla Khan el “mejor poema inacabado de la historia” y un auténtico coitus interruptus debido a que su autor,  Samuel Taylor Coleridge, dejó de escribir para recibir una visita y jamás se vio con fuerzas para añadir más versos al poema; El buen soldado Švejk del periodista y escritor checo Jaroslav Hašek y que originariamente contaba con seis tomos (su autor publicó cuatro antes de su muerte); o El último magnate, una esperadísima novela de Scott Fitzgerald que quedó inconclusa a causa de la muerte del escritor norteamericano en  diciembre de 1940. 

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