[el síndrome de Basualdo


Aclaraciones previas o prólogo:
1) De la Wiki. Un síndrome (del griego syndromé, concurso) es un cuadro clínico o conjunto sintomático que presenta alguna enfermedad con cierto significado y que por sus características posee cierta identidad; es decir, un grupo significativo de síntomas y signos (datos semiológicos), que concurren en tiempo y forma, y con variadas causas o etiologías. Como ejemplo: insuficiencia cardíaca, sindrome nefrótico e insuficiencia renal crónica, entre otras. Todo síndrome es una entidad clínica, que asigna un significado particular o general a las manifestaciones semiológicas que la componen. El síndrome es plurietiológico, porque tales manifestaciones semiológicas pueden ser producidas por diversas causas.
2)Basualdo: dícese del experto en el arte del autoboicot. Aparente imbécil que consigue el éxito (aunque sea breve) de forma involuntaria Persona que se arruina a sí mismo. Toca pelotas. Toca cojones.

Abro “Dinero Gratis” en una cafetería con una taza en la mano. No estoy en un Starbuks.  Estoy en un local de extrarradio de esos que tienen camareras que te saludan siempre por un nombre de pila (aunque no sea el tuyo) y que los sábados por la tarde están muy tranquilos. El café con leche es eso, café con leche, nada de capuccino, ni frapuccino, ni nada que acabe en -ino. Busco un sobrecillo de azúcar en la cestita de endulzantes. Ni rastro. Moreno. Rubio. Articifial. Edulcorante. Sacarina. Pero ni rastro de azúcar blanco, el normal, el de paquete de un kilo de azucarera española. Al final opto por la sacarina. Todavía no lo sé, pero una situación parecida a ésta que ahora vivo aparecerá en uno de los capítulos de este libro que la editorial Libros del Silencio me ha recomendado.

De momento, dejando a un lado el azúcar y desconocedora de mi inminente descubrimiento literario, me apresuro a encontrar en el índice el epígrafe correcto. Es una malacostumbre que tengo cuando empiezo un libro de relatos: busco el cuento homónimo entre las páginas. Es una manía  como cualquier otra.


A mi alrededor no hay críticos de cine ni aspirantes a escritores. La clientela se compone más bien de pijos adolescentes o cercanos a la treintena que no saben muy bien que hacer para pasar una tarde de lluvia como esta. Los miro. Los observo. Pero sobre todo los oigo porque hablan bastante alto. Los más jóvenes visten a la moda, supongo. En realidad, se trata de un detalle poco imporante. Esta panda de recién destetaos creen ir acordes con la estética de la cafetería, que tiene nombre en inglés, muy cool. Y hasta se peinan para dejarse caer por aquí. De los adolescentes, poco más que añadir. Que mañana algunos serán ingenieros, o quizá críticos literarios, o concursantes de la vigésima edición de Gran Hermano o nihilistas

De los treintañeros de la barra resaltar, únicamente, que a pesar de sus sandalias ridículas, se están quedando calvos. Sí. Y no es el cambio estacional.Se quedan calvos, como cualquier hijo de vecino, como el homeless que siempre viene a pedir siempre por el barrio, el que te maldice porque 20 céntimos diarios de tu parte son muy poca caridad. Su casta no les vale de nada en este caso. Escuchar canciones de “Los Planetas” tampoco.  Se quedan calvos.  La mitad de los personajes del libro de Padial también. Punto. 

El caso es que pese a los futuros modernos, los semicalvos treintañeros y el mendigo que nos espera en la acera de enfrente con la mirada turbia, yo sigo leyendo Dinero Gratis. El café se acaba. “¿Me lo llenas, por favor?”. “Claro, Mari”.  La camarera finge y yo también. Tablas. Sigo leyendo y por delante de mí pasa un coro de exnovias, un fotógrafo de National Geographic con principios casi tan éticos como los míos, Pavlovsky, una chica que entra a pedir cambio para tabaco, un autorretrato con sombrero, un Picasso…y yo me dibujo una sonrisa en la cara aún sabiendo que me río en voz alta y que la gente me mira mal porque reirse sola, en esta sociedad,  no está bien visto. De hecho, está mal visto. Pero los relatos están bien. Tienen ritmo. Tienen ironía. A mí me hacen gracia. Y por eso me río. Y además tienen frases para enmarcar como esa que dice “Los turcos tienen una sensibilidad poética muy especial”[1].

El propio autor dice que lo suyo es el humor barato. Yo no sé si es barato o no, pero lo que sí es cierto es que no es gratuito. Porque si algo hace bien Carlo Padial con este libro es ofrecernos una desquiciada comedia humana, una sátira de nuestra sociedad, de nuestros vecinos, de nosotros mismos. Una crítica feroz camuflada con humor. Y lo hace sin caer en el canibalismo intelectual del todo vale al que muchos jóvenes autores nos tienen acostumbrados en sus debuts. Me gusta que alguien no lo haga.

Acabo el segundo café con leche, frío. Pago en la barra. La camarera me da las gracias y me habla del tiempo. Salgo y el mendigo ya no está. Los pijos estarán en sus guaridas y closets. Los adolescentes, en sus messengers chateando sin saberlo con algún emo. Y yo me voy a casa pensando en Dinero Gratis, maldiciendo a todos los Basualdos del mundo, echando la culpa a la nada,  y dando las gracias a Padial por regalarme, en forma cápsulas digeribles, retratos de todo lo extaño de lo cotidiano.


Dinero Gratis, de Carlo Padial.
Editorial Libros del Silencio
Septiembre de 2010







[1] frase al que autor ha extraídode una crítica real  y que ahora  yo plagio.
 


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