Raro es levantarte una mañana con los oídos transformados en vinilos cuya única misión es crear la banda sonora de tu vida y que gracias a eso ahora seas capaz de pasear por la vida a tu propio ritmo. Raro es llegar tarde al trabajo y que tu jefe, que nunca te tuvo aprecio, te suba el sueldo porque aún tiene resaca de doble o nada y esta mañana había apostado por ti. Raro es que la top model con la que compartes despacho desde hace dos años se dirija a ti por primera vez y te susurre que eres especial en esperanto, como intentando obligarte a que la entiendas. Raro es que nieve en agosto. Pero no es nada raro que llueva en noviembre. Sin embargo, al salir de la oficina has mirado el suelo y te has percatado de que una sola gota ha deformado y derrumbado los límites, una única partícula de agua ha trastocado la cosmogonía del universo de los charcos. Y nadie en la calle excepto tú se ha dado cuenta de cómo cada gota de lluvia está cambiando el mundo. Por eso te has metido en la cama con la sensación de que hoy ha sido un día raro. Porque sabes que nunca antes ver llover había sido algo tan bonito.