Leo “Ampliación del campo de batalla” coincidiendo con la publicación en España de la última novela de Michel Houellebecq, “Soumission”, una ficción en la que imagina una Francia gobernada por un partido islamista no muy lejos de nuestros días: concretamente en el año 2022. Este libro vio la luz a principios de este año en Francia y se convirtió en pocas horas en una lectura controvertida capaz de dividir a la crítica literaria e intelectual francesa. Su promoción se suspendió tras la masacre de Charlie Hebdo. Curiosamente, el mismo día que la revista satírica francesa sufría el ataque terrorista su principal titular era este: “Les prédictions du mage Houellebecq: en 2015, je perds mes dents, en 2022, je fais ramadan." (Las predicciones Houellebecq: en 2015 perdí mis dientes, en 2022 haré el ramadán).
Puede que
esto ayude a que “Soumission” llegue a nuestro país precedida por un aura de oscurantismo y morbo.
Es lo que tiene
Houellebecq, que es capaz de convertir todo lo que toca o lo que dice
en algo truculento (sí, sí, la palabra que me encanta), sórdido y
polémico. Debe llevarlo en la sangre, lo de ser tan controvertido,
en la sangre y también en las neuronas, porque sus declaraciones
serían capaces de sacar de quicio al mismísimo Gandhi. Desde luego
su cara y su lenguaje le delatan como el escritor fatalista y
hastiado que es. A su favor, la honestidad, pues pocos autores son
capaces de autorretratarse de forma tan sincera y con tan pocos
complejos.
Pero
ahora volvamos a “Ampliación
del campo de batalla”,
que es de lo que va esta reseña. Este fue el primer libro de Michel
Houellebecq. Se publicó en 1994. Fue un auténtico descubrimiento
para el público y para la crítica. En él vemos a un protagonista
que se funde en forma y fondo con el propio escritor:
ambos son informáticos y están entre los treinta y los cuarenta, en
el comienzo de una mediana edad envuelta en el fracaso personal y
profesional. Los dos son tremendamente invisibles. Los dos son
misóginos
por sus comentarios y por su proceder, y como buen dúo, también
ambos carecen de motivaciones de cualquier tipo. Por lo demás, son
tipos normales, normales hasta el punto de ser unos auténticos
muermos depresivos. Se ve que algo de todo esto debía sentir el
Houellebecq en sus propias carnes cuando era informático del
Parlamento francés, antes de convertirse en el enfant
terrible de
las letras francesas, porque lo describe con una peligrosa precisión.
Resumiendo: el autor reduce todo, (trabajo, estudios, vida social,
sexo, sentimientos) a dos estadios, el de los vencidos y el de los
vencedores, y él se sitúa siempre en el segundo lugar, en el de los
perdedores natos, en el de los frustrados. Pero no nos equivoquemos:
este libro no te hace deprimirte. Al contrario, es un toque de alerta
de los que te hace pensar “ojalá
yo nunca sea ni me sienta como lo hace este tipo unidimensional que
ni siquiera tiene nombre”. Sin embargo, muchos querrían ser Houellebecq: no cualquier puede ganarse el apodo de "el nuevo Sartre".
“Ampliación
del campo de batalla” es
una novela cítrica. Sí, cítrica más que crítica porque tiene un
toque ácido que pocos autores son capaces de imprimir a su obra, una
acidez que le permite explicar lo más sencillo, lo más banal, con
una lectura filosófica y sociológica que te deja de piedra. A veces
utiliza, como buen escritor, la metáfora, muy del estilo Esopo, con
sus animalicos parlantes como protagonistas. No es algo simple; muy al
contrario, las fábulas deben estar bien traídas para que funcionen,
y con Houellebecq lo hacen de forma brillante.
Por
último me gustaría encontrarme por la calle, por ejemplo hoy, al
sinnombre
que
protagoniza “Ampliación
del campo de batalla”. Hacerlo
vendría a demostrarme una obviedad catastrofista, la de que cambiar,
lo que se dice cambiar, hemos cambiado poco, porque a pesar de la
evolución que parece rodearnos nuestros aspectos más primarios sólo
van a peor. Hay poca esperanza, porque no decirlo. El protagonista
del libro en 1994 tenía 30 años. Ahora tendría 51. Si en estos
años no se hubiera suicidado o convertido en serial
killer
seguiría siendo lo que era antes pero con conexión a Internet 24
horas, teléfono móvil de última generación y viajes low
cost
a algún paraíso sexual. Tendría el mismo miedo irracional y
repugnante que le hacía envidiar a los jóvenes por estar más
preparados y ser más atractivos que él, y también renegaría de
las mujeres porque seguirían ignorándole. Odiaría su trabajo y a
sus compañeros. Sería lo que parece ser Houellebecq: un pasota, un
misántropo, un auténtico esquizofrénico social. Aunque, a lo mejor, detrás de ese "campeón de masculinidades dignas del Marqués de Sade, lúcido, crudo, posmoderno" escritor se esconde un auténtico romántico.
Dos
únicos apuntes para concluir que resumen muy bien este libro, a modo
de destacados:
“Fenómeno
raro, artificial y tardío, el amor sólo puede nacer en condiciones
mentales especiales, que pocas veces se reúnen, y que son de todo
punto opuestas a la libertad de costumbres que caracteriza la época
moderna”.
“
(…)
Poco después, la tribu de cigüeñas ejecutaba al chimpancé; moría
entre atroces dolores, traspasado y emasculado por sus puntiagudos
picos. Al haber puesto en duda el orden del mundo, el chimpancé
tenía tenía que morir; la verdad es que era comprensible; la verdad
es que las cosas son así”.
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