Miscelánea: Concepciones milagrosas por Navidad


Las concepciones milagrosas y fuera de cualquier explicación científica no son algo exclusivamente cristiano ni navideño aunque, por motivos obvios, es en estas fechas cuando más de moda están. Pero concepciones donde mujer da a luz hijo sin haber conocido o probado varón las hay prácticamente en todas las culturas por una cuestión antropológica y para unir (lo que viene a ser, justificar) la aparición de algunos poderes y de algunas creencias en un indiscutible esfuerzo por unir cultos paganos ancestrales y religiones modernas para que éstas fueran aceptadas popularmente y para darles una justificación histórica. 
Sobre lo que podemos llamar “idolatría de la Navidad” se ha investigado, estudiado y escrito mucho. En lo que concierne a lo que yo he llamado concepción milagrosa es interesante indagar sobre los orígenes de esta idea, que nos llevan a la floreciente Mesopotamia del Imperio Acadio, alrededor del  siglo XII a. C. Allí podríamos situar la leyenda de Semínaris, reina de Babilonia que dentro de su poder y de sus atribuciones era reconocida también como diosa y madre de la Tierra. Semínaris era además la suma sacerdotisa y cuando murió su marido se quedó embarazada “milagrosamente” (con su marido no había tenido descendencia) durante uno de sus rituales orgiásticos en el templo. Para intentar explicar su estado y asegurar su posición y su linaje, Semínaris aseguró que fue su difunto esposo (considerado al igual que ella, un dios) quien la penetró desde el cielo con un rayo de Sol. Es así como se justifican dos hechos que nos recuerdan mucho a la tradición cristiana y a lo que celebramos en Navidad: por una parte hay una concepción divina y por otra parte el fruto de este acto “mágico” no es una persona normal sino que es una “reencarnación” directa un dios. De ahí la denominación de Semínaris como “madre de dios” y a partir de entonces la aparición de toda una serie de dogmas idénticos en multitud de religiones desde la antigüedad hasta nuestros días. 

El tema de las concepciones milagrosas también nos lleva a otro aspecto interesante y singular como es la transmutación o la posesión de animales y personas por parte de los dioses para concebir hijos. Y en este caso y en Navidad no puedo dejar de pensar y tengo que decirlo (aunque no sea exactamente lo mismo) en la paloma. Más allá de este detalle la mitología griega, done los dioses tienen los mismos defectos y virtudes que los humanos, está plagada de casos de dioses que se disfrazan de toros o de lluvia para dejar embarazadas a mujeres que después darán a luz a héroes y reyes. Pero hay un caso que me ha llamado más la atención a raíz de ver esta imagen que ilustra uno de los capítulos de la “Speculum Historiale”, de Vincent de Beauvais, un fraile dominico que a lo largo del siglo XIII intentó recopilar en una enciclopedia todo el saber de la Edad Media.


La imagen representa a Olimpia de Epiro, madre de Alejandro Magno, yaciendo con un ser mitad carnero mitad alado. El motivo de esta “unión” es que el adivino más famoso de Macedonia predijo a la reina Olimpia en un oráculo que su esposo, el rey Filipo II, la repudiaría al volver de la guerra y que tomaría una nueva esposa. Ante aquella situación la única opción era encomendarse al dios Amón para que concibiera un hijo aquella misma noche. Filipo volvió del frente y no hizo ningún comentario sobre el extraño embarazo de su esposa, a la que no veía desde hacía tiempo,  y no lo hico porque nadie en la corte, ni sus espías ni sus vigilantes ni sus hombres de confianza era conocedor de que la reina Olimpia tuviera un amante, así que fueron muchos los que dieron por hecho que se trataba realmente de una concepción divina. 

La realidad, por supuesto, era otra y bien distinta: Nectanebo II fue el último faraón indígena de Egipto. El reinado de Nectanebo II fue breve y estuvo marcado por el “poder sobrenatural” que sus súbditos creían que poseía y que le permitía gobernar a su antojo a las tropas enemigas. Su caída y huida del reino del Nilo coincidió con la llegada de los persas a sus prósperas cuencas.  Cuando Nectanebo desapareció ante la inminente invasión su pueblo se preguntó dónde estaba el faraón y acudió en busca de ayuda a un conocido oráculo,  que predijo la siguiente profecía: Ese rey que ha huido regresará de nuevo a Egipto no más viejo, sino rejuvenecido, y someterá a nuestros enemigos los persas.  Nectanebo viajó por distintas ciudades y finalmente se asentó en Macedonia, donde se estableció como nigromante y adivino. Allí fue donde la intrigante reina Olimpia se dirigió y allí donde Nectanebo urdió el plan por el que los faraones volverían a recuperar su trono. Gracias a su poder de persuasión Nectanebo convenció a Olimpia para que “sedujera” al dios Amón siendo él mismo quien sin despertar sospechas en palacio entró en los aposentos de la reina disfrazado con cuernos de carnero y se acostó con ella.


Esta escena relatada la Vida de Alejandro de Seudo Calístenes no es sino un cuento más dentro de esta obra épica fantástica escrita en el siglo III d. C. Sin embargo, sirvió en su momento para fundamentar el derecho de Alejandro Magno al trono egipcio como auténtico y legítimo descendiente de faraones y para ensalzar la figura de Alejandro Magno. Para todos los que hemos visto la película de 2004 (arriba, fotograma) quizá esta historia sirva para entender la relación de Olimpia (Angelina Jolie) con su hijo Alejandro (Colin Farrell) y con su esposo Filipo (Val Kilmer), y porque ella siempre le asegura a Alejandro que no es hijo de su padre sino de un dios. La figura de esta mujer es muy interesante y ojalá pueda hablar de ella en un futuro post bien documentado. En todo caso y como siempre las casualidades están presentes en esta historia de concepciones divinas: Nectanebo nunca regresó a Egipto (murió cuando Alejandro era niño, siendo uno de sus preceptores) por lo que fue enterrado en tierra extraña y a cambio Alejandro Magno, el que era “descendiente de faraones”, fue sepultado precisamente en Egipto. Como vemos, todo tiene una explicación, aunque sea en Navidad. 

No hay comentarios: