[editorial marzo 2010

20 DE MARZO
Un momento: la ciudad iluminada sólo por las farolas. Una chica de pies desnudos camina entre los charcos. No sabemos su nombre. No nos importa. Simplemente, reconocemos a la Maga salpicándose de luna llena. Tampoco sabemos quien es la persona que la persigue veinte pasos por detrás. Sin embargo, la Maga no se inmuta cuando el Hombre le asalta en el portal. Más bien, parece que le estuviera esperando. Al Hombre tampoco le sorprende que la joven le invite con la promesa de que arriba estarán a salvo de la lluvia. Tras el reconocimiento mutuo, se confiesan sobre la cama. Ella, 20. Estudiante. El, 40. Marinero. Fuman. Ella desea regresar a una Argentina que espera que le devuelva todo lo que le ha robado. El ya no planea moverse de su gueto parisino. Están desnudos. Un momento: la misma noche, la misma ciudad, la misma luz. Dos décadas después. Un Hombre sexagenario chapotea en un callejón cualquiera del Quartier Latin. No lleva paraguas y va descalzo. La primavera y la Maga regresan juntas por estas fechas, piensa. La ve. Todavía es una niña. Pero cuando se acerca al portal, reconoce a otra extraña y se aleja asustado. La duda de si alguna vez la Maga fue real le asalta como cada primavera y entonces llora por su olvido, por lo ajeno de la vida, por su paulatino alejamiento de la realidad. Y empapado bajo la lluvia enciende un cigarro mojado, paciente, esperando de nuevo a que se desborde en cualquier momento la primavera que habita en sus entrañas como cada veinte de marzo desde hace veinte años. Y entonces, esta vez si, entonces quizá muera por ella.